jueves, 8 de marzo de 2012

Bitácora V: "Desde el ombligo de América"


RESUMEN

Los últimos días en Copacabana fueron bajos y sucios: nos la pasamos debajo del atuo llenos de grasa mitigando el apunamiento del Aguará. Al mismo tiempo, del otro de la frontera, una vez más las comunidades indígenas dieron una lección de dignidad, protestando sin medias tintas contra la depredación minera.
Por fin en Perú hubo algunos cambios de planes: la primera escuela en esta tierra .confirmada hace casi un año- levantó las clases por el mismo conflicto con las mineras, intensificado por las elecciones presidenciales. Por otra parte, decidimos que la Sofi viaje a Argentina a abrazar a su querida Iarita.
Así que rumbeamos para el mítico Cusco, donde de la mano de la gran familia del Planetario local, nos estamos empapando de la riquísima significación de los cielos del pueblo Inca.
 
LUNES 30 DE MAYO. DÍA 86.
MARTES 31 DE MAYO. DÍA 87.

Los días en Copacabana se pasaron queriendo irnos, para lo cual había dos impedimentos: del lado peruano las comunidades se habían levantado contra la concesión de un cerro sagrado a una minera chilena, bloqueando todos los caminos con grandes rocas. De más está decir sobre este punto que, mientras los turistas se quejaban, nosotros intentábamos informarnos un poco al respecto, y ya que nos tocaba estar cerquita, aprovechar y aprender sobre esto de pararse de manos por la dignidad.
Por otra parte, menos importante para la transformación social, pero igual de engorroso, teníamos roto el embriague. Lo peor acá no era esto, sino que, a tono con la idea que desentenderme de estas cuestiones y pagarle a un “profesional” para reparar los problemas, nos interiorizamos a la fuerza en el poco compromiso de algunos acá.
Como escribo con retraso, y para no aburrir, no voy a detenerme en cada desilusión que tuvimos. Pero estuvimos a punto a pelearnos feo un par de veces.
Mejor hablar de ciertas cosas. Para no esquivarle al bulto con idealizaciones falsas, y apuntarle con sinceridad a lo que humildemente percibimos: hay en mucha gente una fiebre desmedida por la plata que exterioriza sin disimulo, al punto de que no son pocos los que nos quisieron “mejicanear” descaradamente. Por ejemplo, desde siempre estuvimos y estaremos en contra de esa idea de que hay que negociar el precio con los locales automáticamente. En ese sentido, leímos cómo la Guía para Viajeros europeos sugiere ejercer esta práctica. Incluso detalla que si el vendedor dice “gracias” al cierre de la operación es porque el monto pagado fue mayor el real, y si no dice nada es porque se le abonó lo correcto.
No hace falta comentar lo terrible del señalamiento, y más aún en la guía que religiosamente utilizan todos los mochileros extranjeros. Pero sí es real que existe en mucha gente cierta actitud de decir: “este tiene cara de gringo, me lo llevo puesto”. Así, por ejemplo, en una estación de servicio en el Altiplano un playero nos quería cobrar de más mientras me miraba y se reía. Cabe aclarar que todavía no existía la nueva reglamentación de que las placas extranjeras pagan un valor en dólares por litro. De hecho, quería ver si “agarraba viaje” de su disparatado aumento sin criterio.
Pero volviendo al tema, después de que un “mecánico” arruinara una tuerca redondeándola con una pico de loro (si señor, como leyó), pasamos unos días buscando el repuesto, que finalmente conseguimos en La Paz. Uno que se decía soldador con oxígeno, después de tapar con bronce varias veces el cañito del líquido de embriague, largó literalmente todo a la mierda y nos cerró la puerta de un portazo. Con Wily quedamos boquiabiertos. Otro soldó con alambre, lo que lo haría durar con suerte unos kilómetros sin quebrarse. El que sí sabía soldar con bronce, después de unos días de esperarlo, apareció una mañana con un pedo que ni veía, y tapó la anterior soldadura de alambre de plomo. A la hora de cobrar, su mujer me aumentó la tarifa, ante la ausencia de su marido “el soldador”. Cuando lo encontré al chantún, al límite de su enojo –potenciado por el alcohol- me planté hasta que me devolvió el excedente ilegítimo.
Terminé poniendo yo el caño y después de mucho purgar tramo por tramo y de registrar el pedal finalmente entro la primera.

MIÉRCOLES 1 DE JUNIO. DÍA 88.

Con todo y todos salimos después de almorzar. Los protestantes decidieron abrir el paso hasta las elecciones presidenciales del domingo.
El camino fue como recorrer Kosovo después de la guerra balcánica. Piedras colosales estaban todavía esparcidas por el camino, que de por sí ya era malo. Así bordeamos el lago por la costa oeste, pasando por muchísimos pueblitos bellísimos y siempre con el común denominador de las barricadas cada cien, doscientos o trescientos metros. Por más que hubiese sido suficiente para impedir el tránsito un piquete de cada lado del camino, como reafirmando la bronca cada tanto los pobladores pusieron sus propias barricadas, como su colaboración particular al problema general.
Por eso hubo que estar atentos cada centímetro recorrido, porque llevarse puesta una sola de esas piedrotas hubiese sido realmente un problema.
Los trámites en la frontera fueron irrisorios desde todo punto de vista, pero para evitar inconvenientes propios y ajenos mejor no profundizar al respecto.
Lo primero que llama la atención en tierras peruanas son los mototaxis y las bicitaxis, modificados para el singular laburo.
A penas llegamos a Puno, ciudad enorme, llamamos a nuestro contacto en esta zona: Luz. Como ella estaba en Juliaca nosotros decidimos ponernos a buscar un hotel que tenga cochera y que, copado con el proyecto, nos permita estacionarnos en su cochera a pasar la noche.
La tarea no fue fácil. Primero que acá las callecitas son súper angostas y con pendiente, y cada movilidad que está detrás parece que tiene la obligación de tocar bocina aunque no tenga lógica para hacerlo; aunque manejar acá no es peor que en La Paz. Por otra parte, en la zona de los hoteles había varias calles cerradas justo a esa hora por un divertido y masivo desfile de los chicos de las primarias puneñas. Cuando nos estacionamos en la única calle lo suficientemente ancha como para no impedir el paso de otro vehículo (ya que no podíamos averiguar dónde dormir con el auto, por el mismo inconveniente de la economía de metros de las calles), dos policías malhumorados nos revisaron cada papel del auto y nuestro como si fuéramos prófugos de la justicia. Como una escena de “Locos de ira”, cada vez que yo le contestaba algo la agente me decía amenazante que no me exalte. Después de tantas ansias por estar acá, Puno no nos recibía de la mejor manera.
Pero como una vuelta de página de un libro, en la siguiente parada tuvimos resultados tangencialmente opuestos. No nombramos al hotel para no comprometer a nadie. Pero la recepcionista copadísima nos ofreció el oro y el moro para que estemos cómodos. Entre varias opciones, optamos por estacionarnos en la propia puerta del hotel, donde dormiríamos los cuatro por primera vez.
Esa noche tuvimos la clave para el wi fi más rápido del oeste, lo que vino excelente para actualizar un poco la web. La empleada nos organizó un cuarto del propio hotel para que nos bañásemos con la Sofi cuando el resto de los trabajadores no se diera cuenta. Cabe señalara que el establecimiento era de tres o cuatro estrellas.
Ese gesto valoramos inmensamente, más teniendo el cuenta la osadía que representó para una simple trabajadora, que sin dudas corrió un riesgo importante.

JUEVES 2 DE JUNIO. DÍA 89. (Aniversario de nuestro  primer campeonato).

El grito ensordecedor de la Ani de madrugada nos puso de pie a todos en el incómodo interior del Aguará. Habían abierto la puerta del acompañante, seguramente sin considerar que había gente dentro. Me vestí como pude en tres segundos y salí a ver si veía al chorito. Un sol tempranero colándose por los frondosos árboles de una plaza me despabiló, y me encontré preguntándome qué estaba haciendo ahí a esa hora.
Terminamos sentados con la Sofi en la mesa usando Internet, mientras que los chicos pasaron al cuarto porque habían dormido bastante peor que nosotros.
Así estuvimos hasta que a media mañana llegó por fin Luz, quien con mucho tiempo de anticipación tenía absolutamente todo organizado para que vayamos a la escuelita de un pueblito llamado Corani, cerca de Macusani, a unas seis hora de Puno. Pero llegó con la noticia de que allí estaba todo podrido, y que se pudriría más aún. De hecho las clases se habían levantado y había una huelga generalizada en toda la zona, justo con epicentro en Corani. El problema no era la suspensión de las clases, ya que en otros lugares trabajamos fines de semana o de noche. El tema era que bloquearían totalmente los accesos a la ciudad y por toda la zona, quedando definitivamente incomunicados por tiempo indeterminado. La noble razón del descontento social, nuevamente es la indiscriminada explotación minera: En la zona tradicionalmente se extrajo oro desde tiempos memoriosos, y ahora se descubrió un gran yacimiento de uranio. Para la minera canadiense que proyecta la mega explotación, que esté justo debajo de un municipio es sólo un detalle.
Así que con el teléfono al rojo vivo de la gran Luz nos pusimos a reorganizar todo lo que la pobre tenía previsto hacía tiempo. En Corani ya había garantizado hospedaje para los cuatro, comida y hasta un chofer que nos llevaría por el intrincado camino.
Lo primero que se le ocurrió, con buen tino, es hacer algo en las famosas islas flotantes de los Uros. Fuimos rápidamente hacia el puerto para conseguir el teléfono del director de la escuelita de allí. El presidente de los lancheros que cruzan, con fuerte vínculo con la población Uro, nos recibió en su despacho.
Para no hacerla larga contamos solamente que el diálogo se terminó con una declaración fuerte y necesaria de la Sofi, tras varios intentos de hacerle entender al buen hombre que, a diferencia del resto de los miles de turistas que llegan allí, no éramos billeteras caminantes. Definitivamente con el hombre hablábamos diferentes idiomas, porque no fue que estaba en desacuerdo con el planteo exponiendo argumentos, sino que no le cabía en la cabeza el hecho de que uno de los dos pueda cruzar sin costo simplemente a hacer la convocatoria, ya que en ese momento estaban reunidos los lugareños. Le explicamos del proyecto, de que era voluntario, de que generalmente la convocatoria la hacen los propios habitantes y no nosotros, que tuvimos que buscar ese plan B por fuerza mayor, que daríamos los talleres de manera totalmente gratuita y que incluso dejaríamos una serie de dispositivos astronómicos allí, pagados igual que el combustible para llegar hasta allí por nosotros.
El tipo tenía los dos símbolos de pesos en cada ojo, y no había forma de que nos vea como personas; no como militantes ni voluntarios ni nada; ni siquiera hicimos mención del intento de robo que nos quitó el sueño esa madrugada. Delante de un nutrido grupo de chupamedias lo mandamos al carajo. La Sofi le dijo que él ya estaba perdido por el aparato turístico, que no había caso.
Nos fuimos pensando si la comunidad se daba el espacio necesario para pensarse y repensarse acerca de que futuro quería. Es decir, organizarse en otra clave que no sea la económica. Que quede claro, no era los pocos soles que nos quería cobrar -solamente para hacer la convocatoria, porque después volveríamos varias veces por los talleres- sino que tenemos bastante en claro que no vamos a colaborar con ciertas prácticas asistencialistas o que fomentan ese acomodamiento, o el pensar solamente cómo sacarte más plata. Equivocados o no, a esta altura tenemos en claro algunos criterios básicos de trabajo social, como la apropiación del espacio por parte de la comunidad para que entre todos le demos forma y sentido. En algunos pasajes en Tocaña sentimos lo mismo que esa mañana en el puerto puneño, aunque allí pudimos hablarlo y seguimos para adelante. Ya nos habían avisado, incluso el mismo Wily, que las islas flotantes de los Uros son un terrible show montado para los desprevenidos turistas con plata, en donde antes de decirte “hola” te exigen algún pago por cualquier motivo.
Así que ni modo, como igual tenemos confirmados algunos talleres en otros puntos del país, dejamos la pedagogía para más adelante.
La gran Luz, a quien no dejamos de agradecerle absolutamente todo, nos llevó a su casa en la ciudad, que no habita hace tiempo porque reside en Juliaca. Allí la invitamos a comer a un barcito de comida tradicional y casera.
Ella volvió a Juliaca y nosotros nos quedamos el resto del día lavando ropa (a mano), ordenando, limpiando, bañándonos, afeitándonos, depilándonos y esas cosas aburridas.
Con la Sofi mandamos muchos mails, y ella se encargó sobre todo de confirmar su vuelo a Argentina para ver a Iarita. Después, como estábamos levantados desde el incidente a las seis de la mañana, nos tumbamos en la cama.

VIERNES 3 DE JUNIO. DÍA 90.

Como esperaba que me toque timbre la hija de dueño del estacionamiento que conseguimos para el Aguará a las siete, desde las cuatro de la madrugada no pude pegar un ojo: nuestro cuarto daba a la calle y estaba en el primer piso, por lo que cualquier movimiento de gente en la vereda especulaba que sería el molesto sonido.
Así que, a las seis clavadas me levanté de la cama. Lo primero que hice fue cruzarme al estacionamiento, pero no sólo que no hacía falta que saque el motorhome, sino que de querer no podía porque tenía un escarabajo (acá les dicen “cucarachas”) tapando la salida. Me bañé, abrí el tanque y prendí la bomba para tener agua en el departamento (no teníamos desde la tardecita del día anterior) y lavé los platos. A media mañana salimos por fin para Cusco.
El viaje duró casi todo el día, pero fue una experiencia maravillosa. El camino desde Puno a Cusco va serpenteando un río bellísimo que va cambiando de nombre a medida que una población lo costea. Subimos y bajamos cuestas no muy pronunciadas, pasamos cañadas, quebradas, montañas y cerros. Atravesamos vallecitos fértiles donde hombres y mujeres pasteaban ovejas y toros, y detrás los alcanzaban perros y perritos. Absolutamente todos los tonos de verde se nos presentaron de a uno o en simultáneo, más alguno que otro todavía no catalogado. “Verde paisaje peruano” lo nombraría al primero, y “verde camino a Cusco” a otro. La creatividad no la uso en protesta contra las mineras depredadoras de la naturaleza.
Mateamos, nos cagamos de la risa y hasta bailamos mientras avanzábamos. Pese al repentino cambio de plan original, flotaba en el aire cierta excitación por acerarnos a la mítica ciudad.
Cusco es una maravilla realmente. Tanto la Sofi, como Wily y Anahí ya habían estado acá. Y los tres tenías recuerdos muy vívidos y hermosos de la ciudad. Por primera vez, cambiamos los roles y ahora me veía a mi mismo padeciendo la verborragia pasional de estos tres nuevos guías turísticos, que en cada esquina arrojaban toneladas de evocaciones de sus propias visitas anteriores.
Aconsejados por Ana María Milla, la directora del Planetario de Cusco, paramos en el camping pegadito a su casa, en el hermoso barrio ecoturístico de Llalipata, en las afueras de la urbe. La dueña del lugar, tras conocer el proyecto nos ofreció un precio especial por la estadía.
Por su parte, apenas terminó su función astronómica, Ana María vino a presentarse. Charlamos cinco minutos, que bastaron para descubrir lo alegre y buena onda que es.
Después, la seducción cusqueña pudo más que nuestro cansancio arrastrado (yo hacía dos días que me levantaba de la cama a las seis, y ese día además manejé casi sin parar durante seis horas). Media hora nos tomó bajar hasta la Plaza de Armas, pero la medida temporal no tiene mucho sentido acá, donde se hace más real que nunca eso de que lo importante no es llegar, sino el mismo camino.
Cada fachada de adobe y piedra, cada balconcito de madera tallada, cada callecita angosta, cada techo de tejas de barro cocido, cada iglesia. Todo mereció una parada con su correspondiente suspiro de encantamiento.
También mereció un descanso algunas danzas folclóricas que encontramos súbitamente en las calles. Supimos que eran estudiantes ensayando para un próximo concurso.
Caminamos por la ciudad durante horas, hasta que ya tarde paramos a comer. A la vuelta sí caeríamos desmayados.

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