Crónica larga para quien tenga tiempo y ganas de conocer detalles.
(Actualizada hasta el 22 de marzo de 2011)
Lo que más cuesta es escribir, sin duda. Pero tenemos que hacerlo para no olvidarnos de las cosas que pasamos estos días.
Antes de salir decíamos que teníamos que forzarnos a la disciplina del registro, y ahora, en el medio del viaje, aunque cueste creerlo, nunca encontramos tiempo para hacerlo.
DOMINGO 6 DE MARZO DE 2011. DÍA 1.
Llegamos a Hersilia el domingo 6 de marzo, tras más de seis horas de viaje, y tras encontrarnos dos minutos en la ruta con el Negro Pistelli y la Geor, que cargaba en su panzota a la próxima Helenita.
Habíamos salido de Rosario a las 17.40. El viaje fue una mezcla extraña de sensaciones: nostalgia, tristeza, alegría, orgullo, cagazo, incertidumbre; y atravesando esas emociones, la resaca y el poco sueño de la noche anterior: habíamos retrasado el viaje unos días por el casamiento del Gonza, nos acostamos de madrugada con varios fernets encima y la ansiedad por salir nos impidió dormir hasta más de las 9.
Para colmo, cuando llegamos a lo de Silvana a las corridas y tras pasar por lo de Enrique Actis, María De Sanctis, el Pitu, Garo, Vanesa y Edi, al Aguará le faltaban 800 cosas, y en el medio se rompió el terminal de una de las baterías. Lo atamos con alambre y después de mucho renegar compartido, pudimos salir por fin.
Las emociones de la partida las dejamos para otro escrito, en el que aprovechamos para agradecer a todos los que pusieron huevos desafiando estos tiempos de individualismo y distanciamiento social. |
Lo cierto es que al llegar a Hersilia, nuestro primer destino, nos esperaban en la entrada Fernando y Matías. Fer es uno de los referentes de la Universidad Trashumante de Hersilia, y Matías de la de la ciudad de Córdoba. Escoltados hasta La Casita (una suerte de centro comunitario y cultural que el grupo tiene en la zona más humilde del pueblo) pudimos ver aunque sea un poco lo hermosa y tranquila que se nos presentaba Hersilia en esa noche de feriado de Carnaval.
En el patio de La Casita, bajo un paraíso nos esperaban con pizzas Eda, Daniela, Sebastián, el Tacu y Marcos, el otro cordobés que junto con Matías, habían venido a hacer la evaluación de un trabajo compartido de la Trashumante en Vera.
Leyendo esto me doy cuenta que ni por las ramas estas palabras dan cuenta de las sensaciones y la energía del encuentro.
Fue un momento corto de buena onda compartida, y una de esas bienvenidas pueblerinas a las que los citadinos nos cuestas entender.
Entendieron que estábamos re fritos tras el poco sueño, la ansiedad por la salida y el viaje de más de seis horas, así que nos acostamos estacionados en la puerta de La Casita.
LUNES 7 DE MARZO DE 2011. DÍA 2.
Nos levantamos tarde, tipo 11. Y la cercanía al mediodía no era el único signo del cansancio acumulado que traíamos: desde las 8.30 el Aguará se transformaba literalmente en un horno en el que el soli norteño de un verano alargado nos rostizaba a unos 40º, y el techo de chapa bajito colaboraba al cocinado.
Comimos todos juntos, y esto sería una constante en el almuerzo y la cena durante toda nuestra estadía en Hersilia. Al tiempo nos comentaron que además de lo grato del compartir el encuentro, ellos lo encaraban como una forma de abaratarnos la comida en su pueblo.
Ese mediodía apareció el Flaco Luis. Narigón, alto, medio pelado, ojos saltones y los huesos largos que se le evidencian por todo el cuerpo. Lo caricaturesco de su persona lo compensa con un humor desopilante. Él trajo la invitación para esa misma noche ir a una escuela rural cerquita en la que había tomado reemplazos en varias ocasiones. Así que sin mucho debate se aprobó la invitación y quedamos en encontrarnos tipo 18.
Antes, tras el almuerzo, pudimos comprobar la rigidez de la siesta impostergable de estas latitudes. Nosotros, poco acostumbrados el primer día a dormir a esa hora, la esquivamos. Yo me puse a impermeabilizar los cajones externos del paragolpe trasero porque el horizonte sur amenazaba gris. Seba y la Sofi mateaban desde la vereda de pasto. Justo cuando terminé el trabajo, cayeron las primeras gotas, pero por suerte ninguno de los bártulos del interior de los cajones se enteró.
El viaje hasta la escuela rural de Colonia Ana fue demasiado duro para lo que estábamos preparados en esa etapa temprana del viaje. Un cachetazo inesperado de barro blando y traicionero y ruedas empantanadas quizás era el presagio con el que la naturaleza nos avisaba que el camino no siempre es lo que parece a simple vista, y que nunca viene mal levantar un poco el pie del acelerador. O encomendarse al Gauchito Gil, que es casi lo mismo.
Desde Hersilia primero volvimos para el sur por la ruta 34 unos 15 kilómetros pavimentados, hasta ahí sin problemas, más allá de que en el Aguará viajábamos cerca de diez personas -de los que, excepto Sofi y yo, todos eran gringos bien alimentados-. Después salimos hacia el oeste por un camino de ripio que lleva hasta Villa Trinidad, pequeña colonia que de entrada sorprende por sus casas majestuosas, con porsches al estilo norteamericano y jardines con un cuidado meticuloso de revista de diseño exterior. El barroso Aguará desentonaba al lado de las 4 x 4 robustas, soberbias y relucientes.
Resulta que Villa Trinidad es un epicentro económico en el que algunos disfrutan los beneficios esporádicos de la soja. La playera que nos cargó combustible por primera vez desde nuestra salida en la única estación de servicio de la zona fue clarísima: “La plata de la soja no le llega a todos; sólo a pocos, pero se hacen ver. La actitud de ellos es como la de todos los que se quieren diferenciar del resto por la plata”.
Al salir de Villa Trinidad hay que tomar varios desvíos de ripio, arena y tierra. De llegar al destino, donde nos esperaba nada más y nada menos que un lechón a la parrilla, se encargaba el copiloto Tacu. Le vamos a reconocer a su favor que era de noche, llovía, y que todos los caminos parecían iguales. Pero en uno de esos desvíos mal tomados, terminamos molestando a un paisano que descansaba tranquilo en el único rancho en kilómetros a la redonda. Solamente remolcado con su tractor -y tras haberse embarrado de pies a cabeza mientras nosotros sólo mirábamos-, pudimos sacar las duales traseras del Aguará de la zanja blanda y profunda. El camino se había abovedado por el agua, que también ablandó la pendiente de la parte más baja, haciendo que se deslizase solamente lateralmente hacia el fondo de la zanja.
Sorteado de manera casi pasiva este obstáculo y remontando nuevamente los cerca de diez kilómetros errados, retomamos el camino. De allí hasta la escuela varias veces el Aguará anduvo lateralmente sin ningún control del conductor. La verdad es que no es joda la sensación, de noche y bajo el agua, con el vehículo cargado de gente –incluso dos chiquitos- y viendo acercarse de manera inexorable la zanja amenazante y profunda.
Pese a que poco pudimos verla por el corte de luz provocado por la lluvia, supimos que Colonia Ana cuenta, según el último censo, con 352 personas, de las que la gran mayoría está asentada en la “periferia”, si es que cabe el concepto. Solamente diez personas (no familias, personas) viven en el “casco urbano”, o casquito.
(Escribimos con retraso de siete días)
Esa noche conocimos a Mario y Mónica, pareja oriunda de la ciudad de Santa Fe que está asentada en la Colonia hace más de 30 años. También estaban sus hijos: Leonardo de 26 años y Julieta, de 30. Ambos postrados en silla de ruedas, nacieron con parálisis infantil, y se valen de los padres para absolutamente todo.
Leo vive regularmente en la ciudad de Santa Fe, en una clínica especial con un tratamiento sumamente profesional, llamada Un Mundo Especial. “Lo más importante, más allá del tratamiento especializado que recibe, es que allí encontró a sus pares”, nos dijo Mabel, mientras le daba de comer en la boca el lechón que era un manjar. Vaya uno a saber por qué eso de encontrarse con sus pares nos quedó grabado a los dos. Justo esa semana estaba voluntariamente en la Colonia. Julieta, en cambio, vive permanentemente allí.
Tras comer lechón como lechones sobre un tablón largo dispuesto en la recepción de una extraña escuela deshabitada de chicos, quedamos en volver el domingo a la noche, para programar juntos el taller para el lunes a la mañana.
El camino de vuelta también fue complicado: nosotros derrapamos algunas veces, pero peor suerte corrió el otro auto con algunos de los chicos, que se empantanó jodido.
Tras sortear el escollo, seguimos en caravana hasta Arrufó, donde los dejamos a Matías y Marcos, que se tomaban el bondi para volver a Córdoba.
Ya tarde, nos tumbamos a dormir en el barrial que era el Aguará por dentro y fuera.
MARTES 8 DE MARZO. DÍA 3.
(Con siete días de atraso)
Como dos novatos foráneos, con la Sofi salimos a caminar por el pueblo en pleno mediodía. No solamente el salir a esa hora sin un gorro era signo de lo desatinada de nuestra citadina decisión; también lo fue el querer conseguir una verdulería abierta a la hora en la que hasta los gallos se refugian en la siesta, y en que un pedazo de sombra cotiza en bolsa a la par que la soja.
Un almuerzo de galletitas de agua con pera fue la enseñanza que nos dejó la pausa inclemente y religiosa hersiliana. En todo caso, agradecidas las panzas sentidas del lechón de la noche anterior.
A la siesta aprovechamos para grabar la primera entrevista en formato de video, en la que hablaron Fernando, Sebastián y Daniela, haciendo hincapié sobre todo en las diversas problemáticas sociales y políticas de la región. Sirvió para comprender un poco más las adversas consecuencias de las políticas agrícolas que llevaron, entre otras cosas, a que la soja reemplace a casi cualquier cultivo, reconfigurando todo el mapa social y agrario de una zona históricamente rica en producción tambera y con una considerable diversidad de pequeños productores locales.
Evitando adentrarnos más en la compleja cuestión, recomendamos la entrevista publicada en esta página web.
A las 17 nos juntamos con los referentes del grupo Trashumante, con quienes intercambiamos encuadres y objetivos de ambos proyectos entre mate y galletitas. Estábamos sentados bajo una sombra en el patio de La Casita, cuando fueron apareciendo alguno de los chicos. Como todavía este año no habían empezado con las actividades grupales, se acercaron con cierta timidez. Eran menos de diez y nuestra impresión fue bárbara. La de ellos, a juzgar por cómo nos hicieron sentir durante más de una hora, también fue positiva, o por lo menos expectante.
De allí nos refugiamos con la Sofi en el motorhome para terminar de organizar el taller del día siguiente. La falta de espacio para estar solos fue una constante durante toda nuestra estadía hersiliana. Y esto no podemos adjudicárselo a nuestros grandes anfitriones, sino justamente a lo cómodo que nos sentíamos con ellos en las permanentes comidas, mateadas y charlas compartidas.
La cena consistió en tartas caseras en lo de Roxana, la médica del grupo, que vino de Marcos Paz, Buenos Aires, hace casi diez años. Actualmente atiende en los hospitales de Hersilia y Ceres, y tiene conceptos políticos y sociales de salud muy interesantes. (Algunos de ellos están plasmados en la entrevista que le hicimos).
En medio del griterío de Gael (de dos años y medio, hijo de Daniela y el Seba, dulce y tierno), Sandino (de casi cuatro, hijo de la Gringa Eda y el Fer, ocurrente y cariñoso,) y Helena (de dos, hija de Ofelia y el Flaco Luis, dueña de una mirada y una sonrisa que hacen a uno sentirse un tío aún sin conocerla); esa cena fue una nueva ocasión para hacernos sentir parte del grupo. Como encontrarse con pares.
MIÉRCOLES 9 DE MARZO. DÍA 4.
Con seis días de atraso
Nos levantamos relativamente temprano: los primeros rayos del sol contra la parte trasera del Aguará eran un despertador ineludible.
Era el primer día tras el fin de semana y el feriado de Carnaval, por lo que aprovechamos para pagar la patente del auto y comprar la terminal del cable de una batería que se había roto saliendo de Rosario, apresurados y torpes. Lo colocamos sin problemas, reparamos el circuito eléctrico de la bomba de agua, controlamos cubiertas y al final fuimos a un almacén a comprar pavadas.
Comimos en La Casita carne con verduras. A la siesta inauguramos la sombra generosa de unos eucaliptos altos contra las vías del tren. Esa siesta también estrenamos el climatizador ecológico, aparato que nos sorprendió por su eficacia. (Y por el que aprovechamos a agradecer a Azcua, el taller en Rosario que nos los instaló generosamente junto con el equipo Vigía). Ultimamos detalles de los dispositivos y volvimos a La Casita para desarrollar el taller, nuestro primer taller.
Respecto a éste y al todos los talleres en sí, la Sofi es la encargada de comentarlos, ya que además de contarlos por contarlos en sí, la idea es que sirvan de recurso pedagógico a otros docentes o quienes quieren trabajar sobre el tema con chicos. Por eso ella es la más idónea. Así que pedimos paciencia.
De todos modos adelanto que primero nos juntamos con los chicos en La Casita. Eran como 25. A medida que iba llegando los acompañábamos a conocer el Aguará por dentro. Esto pasó también en los otros talleres, ya que si bien nosotros queremos descentrarnos del proyecto, genera cierta fascinación lógica en los chicos.
Tras la presentación nuestra y de ellos, eligieron un lugar del pueblo que quisieron “retratar” para que lo conozcan otros chicos de lugares lejanos. Así que fuimos a una placita de a la vuelta en la que se juntan seguido. Allí cada uno sacó una foto a elección, mientras le comentaba al resto del grupo por qué había elegido esa toma. “Yo le saco a este Paraíso, porque de chico me subía siempre”, dijo uno José, mientras que Florencia eligió un Palo Borracho porque le gustaba arrancarle las espinas, según decía con cierta culpa.
Una vez de nuevo en La Casita, se armó una ronda al aire libre en la que se siguió hablando de las cosas que había en Hersilia para contar. Hasta que nos echamos para atrás y vimos que el cielo no había sido nombrado en ningún testimonio. De allí se pusieron a hablar del sol, de lo que ellos sabían al respecto. Recomendamos el video para escuchar los testimonios.
Hablamos todos bastante sobre las propiedades del sol y acerca de cómo influían en la vida cotidiana. Así fue como pasamos adentro, a un cuarto semi oscuro para hacer algunos experimentos con la luz. El problema fue que a esa hora ya casi no había luz, por lo que, una vez más, la imaginación hizo lo que la ciencia no pudo.
Para cerrar el taller, volvimos al patio, donde sobre unas mesas largas y con unas acuarelas donadas por Librería Dique y unos pinceles de Makor, los chicos pintaron “el sol de Hersilia”.
El tema de la pintura, libre o guiada, individual o grupal, el collage o cualquier otras forma de expresión artística gráfica indefectiblemente es algo que les encanta. Por mi parte, siempre quiero seguir profundizando algún tema de astronomía o algún experimento óptico, pero aprendí de la Sofi esta “máxima”.
Los dibujos salieron hermosos, dejando ver una mirada sumamente personal y expresiva sobre el tema.
Recomendamos las fotos de estos dibujos, que sacamos para que se queden con los originales.
Ansiedades, incomodidades, inexperiencia de trabajo a dúo sobre este temática y cuestiones previsibles como la falta de luz a esa hora fueron algunos de los factores que hicieron que nos vayamos a recluir al motorhome bastante disgustados con este primer encuentro. El balance no fue corto ni piadoso.
A la noche, el Tacu y sus cervezas fueron buenos psicólogos para desdramatizar el asunto, y aprovechar el reconocimiento de los errores para evitarlos en adelante.
JUEVES 10 DE MARZO. DÍA 5.
Con siete días de atraso.
Nos levantamos a las 6.15. A las 7 pasamos a buscar al Flaco Luis, que venía cargado de víveres para la escuelita de El Mataco, y hacia allá partimos todavía a oscuras.
El Flaco es el maestro único, portero, tesorero y acróbata de la escuelita del Paraje El Mataco. Digo “acróbata” por las cosas que hace para multiplicar los escasos peces que llegan –o que le arrebatan- a los encargados oficiales del asunto.
Un amanecer dorado y brillante se entreveró entre nosotros y el camino arenado que llevaba a la escuela. La promesa de cruzar varias iguanas calentándose al sol no pudo cumplirse.
Llegar a la escuela fue maravilloso. Para darse una idea, El Mataco es un paraje rural que consiste en un cruce de caminos que separan de un lado la escuela y del otro un viejo club donde se hacían bailes en el tiempo en que el de al lado no era una amenaza. Depende políticamente de la localidad de La Rubia y, como toda la zona, sufrió en carne propia una emigración feroz provocada por la mínima mano de obra que requiere el cultivo de la soja. Por eso hoy la continuidad del establecimiento educativo está amenazada, con una matrícula de sólo cuatro alumnos.
La escuela parece salida de un cuento, o de la película “Un lugar en el mundo”, como para darse una idea. La construcción es de principios de siglo pasado, muy pintoresca y reducida. Y cuenta con algunos símbolos inconfundibles de la escuelita rural de principios de siglo pasado: una campana de hierroi fundido colgando de una ménsula de metal forjado; un pozo de agua; una pequeña huerta al fondo; y una serie de muebles rústicos de madera dura y otros especiales para establecimientos educativos antiguos, como bancos y pupitres compartidos de madera y patas de fundición de hierro, de los que atrás llevan la mesita plegable que usará el alumno de atrás, con su tintero calado y un acanalado poco profundo para que no se deslice la lapicera o el lápiz. Para el maestro hay un banco tipo secretero de madera gastada y pequeños recovecos con herrajes artesanales.
Por fuera del edificio principal sólo un cuartito chueco de dos metros por uno se sostiene a duras penas, como vestigio de un antiguo baño exterior que sufre los deterioros del tiempo y del pozo, que se empecinó en socavar sus precarios cimientos.
Y más allá el campo verde. Soja y alguna parcela de maíz crecido. Algún que otro monte de espinillos desperdigado y unos eucaliptos frondosos y orgullosos.
A la hora que el sol va perdiendo su cotidiana timidez, el Flaco Luis fue abriendo de a una, con paciencia y automatización metódica, cada ventana, puerta, persiana y reja. Puso la bomba a andar y ordenó la comida y el agua que trajo de Hersilia.
Pasaditas las ocho fueron llegando de a una las “legiones” de alumnos: cinco. Ángeles y Camila en su propias motitos de baja cilindradas y un tanto derruidas por los caminos de tierra impiadosos. Evidentemente 12 y 11 años respectivamente les alcanzan para conducir con criterio. A los hermanitos Tania y Ulises los trajo el padre en una moto más grande. Santino, el quinto alumno, de jardín, llegó en auto con su madre y “seño”. Esta semana les tocaba clases, la próxima no, y así sucesivamente.
Ya nos habían avisado que los chicos son sumamente cerrados a la hora de hablar con desconocidos, por lo que no nos sorprendió sus “holas” cabizbajas.
Si bien Sofía redacta el escrito con el taller completo, comento solamente que fue muy rico y provechoso, sorteando con naturalidad las cosas que no nos convencieron del taller del día anterior en Hersilia.
Se trabajó prácticamente de corrido hasta el mediodía, y a su manera los chicos pudieron retratar su lugar para que lo conozcan otros. También se comprendieron algunos principios básicos de la luz y se trabajó sobre el concepto de horizonte. Entre otras cosas, usamos espejos cóncavos y convexos, planos, lásers, cajas oscuras, prismas, discoi de Newton, lupas y hasta el microscopioi.
Cerca de las 12, Ana, la cocinera y mamá de Camila nos llamó a comer. Lo delicioso de sus milanesas con puré y ensaladas me dio impunidad para repetir el plato dos veces, ante la insistencia de Ana, que con un gesto tierno invitaba desde el otro lado de la barra de madera gruesa que separaba la cocina del comedor.
Para el saludo hicimos una foto grupal junto al Aguará. Al día siguiente, esa fotografía venía pegada en un costado del termo grande que nos trajo Luis de regalo, de parte de los chicos de la escuelita del Paraje Mataco.
Tras una necesaria siesta cobijada por la sombra de viejos eucaliptos, volvimos a La Casita, para desarrollar el segundo encuentro con los chicos de “del otro lado de la vía” de Hersilia.
Otra vez aclaro que el taller completo estará próximamente en “Encuentros”, pero adelanto un resumen.
Esta vez el tema de trabajo fue el movimiento del sol, de la tierra, las sombras y el día y la noche. Por eso, tras un corto repaso de lo visto el día anterior –que nos sorprendió por lo que se acordaban- nos metimos de lleno en la cuestión de la mano del modelo Sol – Tierra, en donde de manera muy gráfica vimos cómo su pueblo se ve afectado por los movimientos del planetai respecto al sol. Comprendimos las estaciones y la penumbra de la noche, y cómo varía a lo largo del año el ángulo de incidencia de los rayos del sol, determinando entre otras cosas, qué ropa ponerse al levantarse de la cama.
Ahí mismo comenzamos a analizar las sombras que aparecían en el patio generoso del lugar. Y en el medio de carcajadas apostamos y medimos la sombra de Fernando, con “un José” de unidad de medida. Sólo pocos acertaron los “tres Josés y medio” que alcanzaba a esa hora la proyección oblicua de la sombra estirada. El pobre José terminó lleno de tierra y pasto, pero el resto nos divertimos muchísimo.
Siguió una ocurrente charla entre todos de la historia de la medición del tiempo en algunas civilizaciones y de cómo podemos valernos de la sombra para ubicarnos geográfica o temporalmente, ver el “corrimiento” de nuestra estrellaia lo largo del año o conocer con precisión milimétrica los puntos cardinales. Así fue que construimos un gnomón, que no es más que un plano con un palito vertical en el medio.
En una tabla nos comprometimos entre todos a ir al día siguiente a registrar la sombra proyectada por el palito a distintas horas diurnas. Eso dio pie para charlar, sobre todo con los referentes del grupo, sobre el compromiso de cada uno para con el colectivo, con la idea de que para que esta actividad requiere de cierta rigurosidad de observación y registro, y eso podía lograrse solamente entre todos. Aprovechamos también para señalarles que estábamos practicando ni más ni menos el principio de todo el conocimiento científico: la observación y el registro. Lo mismo que hicieron rigurosamente los mayas para alcanzar comprensiones de las que hoy día se vale la Nasa, por ejemplo.
Como cierre, nos dividimos en dos grupos: uno a cargo de pintar en grandes afiches Hersilia de día y el otro de noche, con lápices, témperas y algunos elementos pegados tipo collage. Como el día anterior, le sacamos fotos a estas magníficas obras de arte colectivo para mostrarlo en otros lugares, y los más grandes del grupo armaron unos bastidores artesanales hermosos para que los originales queden colgados en La Casita.
Terminado el taller me sentía agotado. Tenía esa sensación de dolor en las articulaciones y algunos grados de fiebre.
A la noche nos fuimos a la casa de Fernando y Eda a comer empanadas caseras. Personalmente, pese a la ya conocida atención y buenísima onda de todo el grupo, y en especial de los padres de Fernando –que viven en el terreno de adelante- no estaba del todo cómodo por un evidente pico de calor.
La charla en la cena fue interesantísima, rotando en torno al proyecto cooperativista de construcción de viviendas propias para algunos referentes del grupo. También conocimos la experiencia del horno de barro artesanal en el patio, con el que la madre de Fernando cuece el barro con formas hermosísimas.
VIERNES 11 DE MARZO. DÍA 6.
Con ocho días de atraso
A media mañana salimos en el motorhome con la Sofi a Ceres, para ver si podíamos cargar el compresor del aire acondicionado. En la última ciudad santafesina antes de adentrarse en Santiago del Estero, sólo padecimos un calor agobiante y la baja presión típica que antecede a la tormenta de marzo.
Almorzamos tarde en una estación de servicios con Internet, a donde por primera vez consultamos la página web y la Sofi alcanzó a subir unas fotos del primer encuentro en Hersilia.
Al volver a La Casita, pese a que faltaban varias horas para reencontrarnos con los chicos, ya había un grupo grande que desde el mediodía esperaban su momento para registrar la sombra del nomon, como se habían comprometido el día anterior.
Por eso este nuevo taller comenzó reconociendo entre todos la excelente actitud grupal tras el compromiso de marcar las sombras y definir el movimiento solar en el arco diurno.
Vimos a la perfección en arco determinado por la proyección de la sombra en el plano de este dispositivo antiguo de astronomía, y así pudimos también marcar con estacas e hilos a lo largo de todo el terreno los cuatro puntos cardinales a la perfección. La ocasión ameritaba un comentario especial por la cercanía al equinoccioi de primavera, momento en el que el astro sol se oculta perfectamente por el punto cardinal este, situación que a esa hora pudimos comprobar.
Como este taller estaba proyectado para no más de una hora y media, nos quedó en el tintero la construcción del reloj solar, pese a que teníamos todo preparado para esto. De todos modos, con la reciente base experimental del gnomón, alcanzamos a charlar algo sobre el tema.
Esa noche teníamos el cuarto y último encuentro con los chicos de La Casita. Por eso al terminar este taller con Sofía nos pusimos aceleradamente a disponer todo para más tarde. Mientras ella terminaba de preparar un video hermoso que le queríamos regalar a los chicos, con especial foco en las propias fotos que habían sacado en el primer taller en la placita, yo armé el telescopio y me dispuse a probar el proyector sobre la gran pantalla hecha con la lona lateral del Aguará colgada de una de las paredes en el patio del centro social.
Lamentablemente, tras horas de intento y por varios factores técnicos y humanos, no pudimos hacer andar el proyector; y el video especialmente editado para la ocasión no pudo proyectarse.
Fuera de este detalle que pasó desapercibido por los chicos, este primer taller nocturno fue impresionante. El grupo se había preparado para la ocasión: todos estaban empilchados y arreglados cuidadosamente, y había en el aire cierta ansiedad y expectativa propia de un encuentro grupal de adolescentes en un espacio informal, y además nocturno.
Esa noche charlamos de un montón de cosas referidas pura y exclusivamente a la astronomía a cielo abierto, tema que en lo personal me fascina. Así, la Sofi comenzó a apuntar con el láser verde hacia algunas constelaciones y estrellas, dando lugar a explicaciones y comentarios alusivos de lo más variados. Ubicaciones, características y mitología fueron de sumo interés de los chicos, más aún porque la información fue en forma de charla informal construida entre todos, sin que falte en todo momento la risa y el quilombo.
Antes que desapareciera la lunai, todos alcanzaron a verla con dos oculares distintos a través del telescopio que, solitario y en silencio, algo alejado de la ronda de sillas, se robaba toda la atención del grupo.
La cara de cada observante al arrimar un ojo al telescopio fue algo indescriptible. La primera experiencia personal viendo en detalles ínfimos a ese satélitei natural al que casi todas las noches reconocemos en el cielo, seguramente será recordada por muco tiempo.
Además, este acercamiento a la luna próxima al cuarto creciente sirvió de puntapié para adentrarnos en las fases lunaresi. Así, pudimos experimentar las distintas vistas que desde la Tierra tenemos de nuestro satélite según cómo esté ubicada en su trayectoria respecto al sol. Para eso, habíamos preparado una pelota rota de plástico azul con la mitad pintada de blanco. Uno de los chicos la sostenía con los brazos en alto, girando en órbitai alrededor de todo el grupo, que veía tal cual se ve desde nuestro planeta. Otro chico, un poco alejado, apuntaba fijo con un reflector chico, al que la luna-pelota siempre apuntaba su lado pintado de blanco. Esta actividad resultó muy gráfica y divertida.
Pese a que ya se había cumplido el tiempo estipulado previamente, presentamos al grupo el “Contador de Estrellas”, dispositivo que, pese a no tener ninguna precisión, permite deducir mediante fórmulas matemáticas sencillas la cantidad de estrellas que se pueden ver en la noche de su uso. Uno a uno, y en bajo el silencio extremo del resto, diez chicos contaron las estrellas que vieron por el círculo calado hacia distintas direcciones del firmamento. El resultado fue de casi dos mil estrellas, que para la claridad de la noche y la humedad ambiente quizás fue apenas menor; obviamente de manera estimativa.
Por último, cada chico se llevó una de las cuatro postales y nos despedimos de ellos con agradecimientos, reconocimientos y las palabras más agradables que encontramos para ellos.
Como nos pasa siempre, seguramente estos comentarios serían más sentidos si hubiesen sido escritos antes, con esta despedida más cerca, pero mejor tarde –y algo desprovistos de sentimiento- que nunca.
SÁBADO 12 DE MARZO DE 2011. DÍA 7.
A la mañana, un tanto aliviados por el cierre de cuatro talleres en Hersilia más uno intensivo en Paraje Mataco, nos sentamos por primera vez a escribir algo de lo vivido. Para eso sacamos un tablón bajo el ceibo del patio de La Casita. Tras un tiempo nunca suficiente, y con un ojo puesto en las nubes negras del suroeste que amenazaban con tormenta, suspendimos la actividad para ir a llevar al Aguará bajo el techo protector de la única estación de servicio del pueblo.
A la vuelta almorzamos caballa con verduras hervidas bajo el mismo árbol con Daniela, Seba y sus hijos.
Al terminar, los chicos nos prestaron una cobija para tirarnos en la única sombra del patio a dormir la siesta. Ese momento fue único, porque en la intimidad pudimos sentir cómo los gallos del barrio se llamaban entre sí, y cómo los grillos y chicharras presagiaban el agua con una orquesta de sonidos pequeños y suaves. Tuvimos también tiempo para charlar con un paisano de a caballo que detuvo su marcha frente a nosotros del otro lado del alambrado.
Cuando nos levantamos, yo me fui a cambiar la garrafa de gas, y después fuimos con el Seba caminando a conocer el terreno que compraron cooperativamente algunos de los chicos de La Casita. La calidad de la construcción de la hasta el momento única vivienda, la que levantó con sus propias manos Sebastián, nos sorprendió gratamente. En ese paisaje abierto y descampado nos alcanzaron las primeras gotas robustas, y ahora sobre nosotros el color del cielo se tornó gris plomo.
Aprovechamos el tiempo restante para volver, y ya en La Casita los mates con pastafrola de Daniela hicieron que esa lluvia reparadora en la tierra seca y el aire caliente fuera un momento de inolvidable calidez humana. Yo salí al patio un buen rato a que la lluvia me lave, y la Sofi no desperdició el escenario para sacar fotos con la luz tenue que se colaba desde afuera.
Al parar de llover llegó el Tacu, con quien salimos en bicicleta a comprar una milanesas para le cena, que acompañamos con puré casero.
DOMINGO 13 DE MARZO. DÍA 8.
A la mañana me puse a arreglar cosas del vehículo. Para el mediodía fueron llegando los chicos, con el Tacu a la cabeza, para comer un asadito. Mientras el Seba se encargaba de las brasas a pura leña, fuimos destapando los primeros vinos. En la sobre mesa, sacamos la cámara de filmar y les hicimos una entrevista muy interesante acerca del lugar, del proyecto, del balance de 12 años continuados de trabajo territorial.
Parte de la entrevista estará disponible en la web.
Satisfechos por el asado, los vinos y los no menos ricos testimonios de nuestros entrevistados, nos quedó algo de tiempo para arreglar cuestiones en el Aguará.
El trío de los chicos más grandes que participan del espacio en La Casita apareció enseguida con más ganas de joder que de ayudar. El día que llegamos habían sido acusados de un robo en el club del pueblo, por lo que habían tenido que ir a la comisaría y a los Tribunales de Rafaela a declarar por el hecho.
Durante nuestra estadía en la puerta del centro social, con Chirola, el referente de esta bandita, compartimos varias charlas y nos cagamos de risa bastante, sobre todo cuando lo volví loco apuntándole a los pies con el láser verde, y él, en el medio de la noche, casi agarra a sopapos a unos chiquitos de cerca suyo, pensando que eran ellos los bromistas.
Lo cierto es que pudimos arreglar absolutamente todo, y quedó tiempo para que los tres nos sorprendieran con lo que habían aprendido del cielo en el taller nocturno. “Esa estrella es el ojo del Toro, que está protegiendo a aquellas hermanas del Orión”, “esa es la que está más cerca nuestro y señala la cruz del sur, que a su vez sirve para conocer el punto sur, el que no gira en la noche”, “todavía no salió el escorpión, pero más tarde va a salir a perseguir al Orión”. Sofía, Tacu y yo estábamos boquiabiertos por lo que se acordaban de la otra noche, pese a que no se cansaron de joder.
También los filmamos rapeando, en una improvisación increíble de cuya letra filosa no nos salvamos ninguno.
Cerca de las 19 arrancamos solos para Colonia Ana, esta vez por el camino más directo que no estaba afectado por el agua. Son un algo más de veinte kilómetros por campos sembrados de soja. Se pasa por la estancia La Esperanza, a cuyo lado se sostiene a duras penas la escuelita rural homónima, que por lo que averiguamos está siempre al borde del cierre por la matrícula reducida.
Colonia Ana era toda una postal para el atardecer. Y no había que distanciarse mucho para que quepa entera en el tamaño de una tarjeta postal. Si bien le dimos una vuelta en el auto antes de estacionar en la escuela, recorriéndola en toda su extensión, apenas nos recibieron Mario y Mónica fuimos con ellos y su hijo Leo a caminarla.
Enseguida la presencia tímida y pintoresca de la colonia sobresalen por sobre un horizonte de 360 grados, con variado cultivo. Se compone de la plaza principal, meticulosamente cuidada, en la que brillaban unos juegos de madera recién estrenados, el bar, la comisaría, la casa comunal, la capilla y la escuela.
Más allá de la plaza, a cada lado salen caminos que se pierden en los campos. En cada lado, sobresalen distintos sembrados, imprimiéndole un matiz totalmente distinto a cada punto cardinal, amplificado aún más por un ocaso anaranjado y violáceo.
Según Mario, cabeza de radio de los tres últimos censos y ex presidente comunal, en el casco urbano no llega a haber diez personas, que obviamente se pueden nombrar de corrido y sin repetir. Allí un nacimiento o un fallecimiento alteran considerablemente toda estadística poblacional.
Esa noche cenamos una picada con Mario y Mónica, y sus dos hijos Leo y Julieta, ambos padecen parálisis cerebral. Además él es hipoacúsico y ella ciega, lo que no les impide haber establecido un complejo sistema de comunicación con sus padres.
Tras la cena nos sentamos a armar conjuntamente el taller para la mañana siguiente. Este es un criterio fundacional del proyecto: que la gente del lugar se lo apropie y le demos manija entre todos, respetando las formas, los tiempos y las características propias. Por todo eso, y por la calidad humana de esta pareja de santafesinos arraigados hace casi cuatro décadas en la colonia, este momento fue trascendental para la concreción del encuentro.
De Mario aprendimos, sobre todo, a tener cada detalle absolutamente planificado y dispuesto, y de Mónica su cariño absoluto por el trabajo, que además hace ad honorem.
Tras organizar absolutamente todo el taller de principio a fin, dejando a mano cada dispositivo para las distintas actividades con sus correspondientes horarios de inicio y cierre, pudimos entrevistarlos sobre la historia y la cotidianeidad del lugar. Esta entrevista también estará próximamente en la web.
Con un frío que calaba los huesos, esa noche dormimos en un paisaje soñado: el patio verde y cuidado de una escuelita rural, totalmente rodeada de campo abierto.
LUNES 14 DE MARZO. DÍA 9.
Nos levantamos temprano para desayunar y esperar a los primeros chicos, que fueron llegando desde las 7.30, ya que algunos padres puesteros no pueden dejarlos a otro horario.
Tal cual nos habían anticipado Mario y Mónica, uno por uno nos saludó afectuosamente.
Cuidadosamente formados por edades en el tinglado de chapa, el director los saludó y enseguida presentó el proyecto. Por eso, apenas terminaron de izar la bandera, de a grupos de seis o siete fueron subiendo a conocer el interior del Aguará. “Paseo” que a nosotros nos fascina más que a ellos.
La primera actividad, como en otras ocasiones, consistió en reconocer su propio lugar, para ejercitar una mirada distinta y darlo a conocer a chicos de otros lugares.
Para eso, nos dividimos en cuatro grupos: tres con los chicos de primaria mezclados, y uno con los chiquitos de jardín. Cada grupo fue a la plaza de la colonia con una “ventana” rectangular de unos 50 por 40 centímetros que preparó Sofía la noche anterior. Así, el que la sostenía con los brazos estirados le contaba al resto lo que estaba viendo, y el mayor que los acompañaba fomentaba la agudización de la mirada, con preguntas como “¿qué más se ve allá a lo lejos?”, o “¿cómo es la piel del árbol que mirás?”.
Cabe señalar que esta actividad, además, sirve para ejercitar la observación y el registro, base fundamental de todo actividad científica. Por otra parte, la escena de un chico al que ven todos los días, comentándole al grupo la vista parcial que tiene sobre un escenario también cotidiano, genera inexorablemente testimonios ricos y provechosos.
Si en esta primera actividad el registro testimonial fue personal y oral, en la segunda se iría a plasmar en un papel. Para eso habíamos colgado, con la ayuda del Tacu (que fue especialmente a la colonia para participar del taller porque no había podido asistir a los anteriores), grandes aros plásticos de las ramas de los árboles mirando hacia distintas direcciones. Debajo de ellos, cada grupo tenía una mesa con un afiche enorme sobre ella, y varios tipos de pinturas, pinceles, lápices y fibrones, entre otras cosas.
Con el acompañamiento auxiliar del mayor, los chicos se organizaron entre ellos tras largos debates, para pintar lo que veían a través de las ventanas colgantes circulares.
Terminado esto, volvimos todos a la escuela, y desayunamos mirando los cuatro paisajes sugestivamente retratados, puestos verticalmente frente a los chicos.
En una gran ronda circular nos sentamos todos con colchonetas en el pasto del patio. Allí todos hablaron largo y tendido sobre el horizonte, el cielo, y en especial el sol. Descubrimos entre todos algunas características del astro luminoso, y los prismas y el disco de Newton acapararon la atención absoluta de todos, teniendo que guardarlos para poder seguir.
De allí entramos a una sala especialmente oscurecida para la ocasión, donde en orden cronológico estaban dispuestos sobre pupitres varios dispositivos para trabajar características de la luz. Allí, cada una de las actividades fue atrayendo la atención y el protagonismo activo de todos, prestándose la situación más de una vez para la risa y los gritos.
Tras el segundo recreo, que los chicos aprovechaban para correr por todo el lugar y jugar en los atrayentes juegos de colores, sólo quedaba tiempo para presentar el modelo Sol-Tierra, que se aprovechó para trabajar el día y la noche, la ubicación geográfica de su colonia en la esfera terrestre, ver algo de los usos horarios y también de las cuatro estaciones.
Seguidamente, la seño de jardín invitó a la calma y la reflexióni con música y palabras alusivas. De esta manera, varios chicos quisieron dar su testimonio grabado de lo trabajado en la jornada. Les dimos a todos postales y calendarios para la institución.
Otra vez prolijamente formados para bajar la bandera, el director y los profes nos regalaron palabras hermosas de aliento, y entre todos aplaudimos.
Con el Aguará estacionado ahora afuera, “para que lo vean los padres al buscarlos”, a pedido de Mario, nos sacamos una foto grupal; y nuevamente cada alumno nos saludó afectivamente antes de correr junto a los padres o algún hermano mayor que los esperaba a unos metros.
Con Mónica y Mario nos saludamos con mucho cariño, con el compromiso de seguir esta relación pese a la distancia. Con pocos recursos de palabras pero sinceridad total, les dijimos simplemente que son un ejemplo.
La noche en Hersilia fue a pura tallarineada colectiva en La Casita, sin que falte nadie. La sobre mesa, con una charla interminable, sirvió para volver a confirmar el respeto que le tenemos a este grupo, que tiene un norte de trabajo político compartido bien claro. Hubo varios cruces de regalos entre ellos y nosotros y no faltaron los abrazos largos y sentidos de despedida.
MARTES 15 DE MARZO. DÍA 10.
Cerca de las 9 cayó el Tacu con una gran bolsa de facturas, y como tuvimos tiempo para matear y devorarlas, algunos más del grupo se fueron acercando, como una suerte de segunda despedida, esta definitiva.
El resto del día transcurrió viendo pasar las rayitas blancas discontinuas bajo nuestros pies, y procesando lo espectacular de esta primera parada del proyecto en Hersilia.
Así, dejando atrás nuestra provincia, vimos cómo el paisaje se iba tornando más seco, pese a recientes inundaciones que dejaron su rastro a la vera de la ruta 34. Las vacas fueron mutando en cabritos, y los sauces llorones por algarrobales y espinillos. Urbanísticamente también aparecen diferencias marcadas entre ambas regiones: si hasta allí se marcaba una clara disposición habitacional concentrada alrededor de cada núcleo urbano, ahora se sucedían ranchitos y caseríos más diseminados y distantes entre sí. También apareció el adobe y los pisos de tierra, que trapean dejándolo reluciente como uno de cerámico.
Otro elemento constructivo que llama la atención desde la ruta es la presencia de techos “vivos”, que le dan a la casa una impronta sumamente simpática. Incluso, vimos ranchos de adobe cuyo techo no superaba los dos metros, pero con altos yuyos y plantas crecidos verticalmente que duplican la altura edificada.
Llevamos en distintos tramos a un maestro rural con su delantal reluciente en la zona de Pinto y más adelante a una chicha de 16 años que volvía a la capital santiagueña sin siquiera un bolso, por primera vez a dedo, según nos confió.
Cruzando de La Banda a Santiago, vimos a nuestro lado el mítico Puente Carretero, citado en hermosas canciones tradicionales. Un lugareño se reía de lo idílico que lo retrataron los compositores telúricos, en comparación con lo derruido y peligroso que resulta en la actualidad. “No tiene absolutamente nada de lindo!”, decía.
Atravesamos las Termas de Río Hondo temprano, con valijas cargadas de recuerdos nostálgicos de la última vez que paramos allí a dormir, junto al también mítico río Dulce. Llegamos a San Miguel de Tucumán de noche, justamente al contrario de lo que habíamos planificado.
Dormimos en una gran estación YPF repleta de camioneros, donde aprovechamos para conectarnos a Internet de manera gratuita en el comedor. Tras más de quinientos lentos y pesados kilómetros manejados de manera ininterrumpida, caímos los dos desmayados sobre la cama.
MIÉRCOLES 16 DE MARZO. DÍA 11.
Como queríamos hacerle una serie de reparaciones y controles al auto antes de salir del país, y además nos esperaba Griselda, de Proyecto Cine Móvil, que volvía de hacer un recorrido parecido al que nos espera, decidimos ir a la ciudad de Salta, que hace un año nos había encantado.
Cerca de mediodía alcanzamos a hacerle todo al auto. Incluso, el problema principal, el aumento abrupto de un ruido seco difícil de reconocer que hacía en la zona de los pies del acompañante en las irregularidades del camino, pudimos solucionarlos nosotros mismos, obviamente con el asesoramiento desinteresado de un mecánico copado, a quien nobleza obliga agradecemos aunque perdí su tarjeta.
Al día siguiente llegaban Julia y Diego, grandes amigos de Rosario, que venían bajando de la Quebrada. Por eso, esa noche nos quedamos a dormir allí. Comenzamos buscando una estación de servicio donde pasar la noche, como en Tucumán. Pero las que están en la ciudad son chicas, por lo que no la concurren camioneros cansados.
Así que otra vez, pese a ciertos acuerdos previos de no dormir en el medio de la nada, y menos en una ciudad grande, nos ubicamos en la playa de estacionamiento del Museo de Antropología, en una zona residencial de la capital provincial. Por consejo, antes pedimos permiso a unos efectivos policiales, quienes accedieron sin problema. Incluso nos avisaron que más tarde pasaría otra patrulla de la seccional a tomarnos los datos por seguridad.
Garuaba. Yo arreglé unas cosas del tablero, mientras que Sofía se puso a cocinar.
A las 10.30 ya estábamos acostados. Y a la una otros policías nos despertaron exigiéndonos que nos retiráramos del lugar, porque después de la medianoche no podía quedarse nadie.
Así que ahí nomás a buscar un lugar para dormir, que por suerte encontramos enseguida frente a una estación de servicio, donde al toque conciliamos el sueño interrumpido.
JUEVES 17 DE MARZO. DÍA 12.
Al despertarnos fuimos a cargarle gas al compresor del aire acondicionado, cuestión que veníamos posponiendo desde la salida. De haberlo controlado en Rosario, seguramente Alejo lo podría haber hecho sin problema.
El copado que cargó el gas, nos permitió usar la manguera para cargar el tanque de agua, y para manguerear un poco al auto, que todavía conservaba el barro seco del empantanamiento del norte santafesino.
De allí nos fuimos a ocupar el departamentito que teníamos reservado, y que compartiríamos con Julia y Diego desde la tardecita. Como no cabía en ninguno de los estacionamientos cerrados de la zona, el auto terminó estacionado en la puerta del hostel, en pleno centro salteño. Enfrente estaba la sede principal de la Gendarmería, por lo que el Aguará se topó con más de un colega suyo, pintado de verde botón. “Sensaciones raras”, nos dijo bajito nuestro auto-casa.
Al mediodía llevamos la ropa a una lavandería y compramos unas exquisitas empanadas de carne cortada a cuchillo y humitas. Con la panza llena ubicamos a Griselda en su casa, quien venía de hace un viaje similar al que estamos por hacer nosotros.
Con ella vimos algunos datos del camino, contactos y consejos sobre el proyector, que nos había fallado en Hersilia. Para conocer sobre su interesante proyecto, entrar en www.cinemovil.com.ar.
Mientras aprovechábamos la conexión a Internet del hostel, llegaron los chicos desde la Quebrada. El encuentro fue emotivo, no sólo por el hecho de vernos con gente cercana lejos de su lugar, sino por saber que no nos veríamos por un tiempo largo.
Charlamos un buen rato de ambos viajes cruzados, y ya de noche salimos a caminar al centro, y de allí a la peña La Casona del Molino, que según dicen, esa una de las pocas que conserva aún el espíritu peñero original, sin escenario principal y con guitarras y bombos que pasan de mano en mano, entre los propios comensales nomás.
Caminamos más de veinte cuadras y por fin llegamos a una vieja casona de casi cuatrocientos años de antigüedad. Muros anchos de adobe, rejas coloniales y pequeñas habitaciones decoradas temáticamente en torno a un patio principal, donde un viejo árbol y una gran parrilla humeante generan un clima de campestre amistad. El vino y los acordes se encargan del resto.
Entonaditos, nos fuimos tipo una y media de la madrugada, percibiendo que recién a esa hora arrancaba la joda.
VIERNES 18 DE MARZO. DÍA 13.
Por supuesto que apenas nos levantamos, a media mañana, fuimos derecho a acabar con el desayuno, que aunque humilde, devoramos hasta el cansancio.
Dejamos los bolsos en el auto y salimos a caminar por el caso antiguo. Visitamos el Cabildo de la ciudad, donde se recorre un museo con la historia desde las ricas civilizaciones originarias de la zona, pasando por el trascendental rol de la ciudad en la guerra por la Independencia, hasta las distintas planificaciones urbanísticas. Además, en lo personal, conocer la increíble carpintería en madera desde la época de los jesuitas hasta la actualidad fue formidable; al igual que recorrer el propio edificio, de marcada arquitectura colonial y una belleza incomparable.
Dimos varias vueltas por la ciudad, que incluyeron retornar tanto a la casa de Griselda como al lubricentro del primer día. Despedimos a Julia y Diego, a quienes pese a los colores futbolísticos que los identifican vamos a extrañar.
Esta vez, por la hora y porque ya conocíamos el hermoso Camino de Cornisa, elegimos ir a San Salvador de Jujuy por la ruta más larga y tranquila.
Allí caímos en la casa de Mabel, una de esas tías políticas que tiene Sofía, herencia de la militancia peronista de sus padres. Hacía años que no se veían entre ellas, y allá lejos y hace tiempo habían compartido mucho ambas familias –incluso Mabel es madrina de Matías, el hermano de la Sofi-; así que el encuentro fue profundo.
Mudada hace apenas dos meses, “la tía” nos recibió en una casa enorme y de muy buen gusto, construida con materiales de la zona en un loteo nuevo del barrio Bajo las Viñas, cerca de la barranca del Río Grande.
Esta psicóloga afincada en el norte desde hace casi cuatro décadas, estaba acompañada por Isabel: morena, menudita, cara redonda y una sonrisa fresca y enorme. Es profesora de baile folclórico y musicoterapeuta. Ambas integran una lista que a la semana siguiente disputaría la conducción del Centro de la Tradición Gaucha de Jujuy, que tiene muchísima actividad cultural en la región y de la que participan diversos grupos tradicionalistas.
La cena consistió en sopa casera compuesta de una variedad de verduras multicolores nunca vista en Rosario. Chocolate traído por Garo de Suiza, vino –de Bialik- y a la cama. Mabel nos había preparado su dormitorio para que ocupemos durante nuestra estadía, que según los planes originales sería de sólo una noche, ya que al otro día a la mañana llegaría el GPS reparado en Rosario.
SÁBADO 19 DE MARZO. DÍA 14.
Hay que reconocer que mis expectativas con la capital jujeña no eran las mejores. Pero con Mabel conocimos una ciudad espectacular, que mezcla la idiosincrasia ancestral con orgullo, una geografía magnánima de verde valle atravesado por ríos, y sobre todo el espíritu humilde y agradable de la gente.
Al mediodía salimos a conocer la fiesta de San José de Chijra, patrono del barrio donde parábamos. Llegamos para el cierre, pero pudimos ver a cientos de gauchos y chinas a caballo desfilando con su estandarte identificatorio.
Los jinetes hicieron destreza de los más variados pasos con sus caballos, mientras la gente los saludaba desde la vereda. Pudimos entrevistar a un grupo de paisanos, pudiendo comprobar lo profundo del mantenimiento de las tradiciones telúricas.
Todo el tiempo, de noche y de día, sonaban bombas de estruendo como parte de las festividades del carnaval, que aún perduraba más allá de la fecha principal de festejo, en el primer fin de semana del marzo. Qué feo ser perro en esa ciudad, por las permanentes detonaciones festivas en cualquier punto de la ciudad.
Más allá del hondo interés de Mabel en las tradiciones históricas, percibimos que en general los lugareños honran y muestran con orgullo su pasado.
Salimos a conocer varios rincones de Jujuy en su (que nos ofeció para que lo usáramos nosotros solos), parando y escuchando reseñas interesantísimas de esta ciudad, que ahora veíamos a través de los ojos de quien la había adoptado con un orgullo renovado cotidianamente.
DOMINGO 20 DE MARZO. DÍA 15.
De acá en adelante intentaré escribir de otra manera, menos cronológica y detallada. Vamos a tratar de recalcar solamente algunos pasajes del viaje, sin reparar en otros. Aclaro que no si por mi falta de práctica me cuesta escribir en crónica, con este nuevo método no sé que va a pasar.
Como ni nosotros ni Mabel aguantábamos más sin ir al barrio de la organización social Tupac Amaru, allí fuimos sin más ni más antes que nada. Si bien las primeras sensaciones fueron sorprendentes, las últimas fueron mejores todavía. Como al día siguiente volvimos al lugar durante todo el día, no detalle más acá.
Llegamos a un dique colosal y bellísimo rodeado de algunos barcitos donde sirven pescado asado y frito, menú que nos acompañó en la charla con amigos de Mabel, y que apaciguó la derrota de la siempre extrañada Lepra, de local ante Argentinos Juniors.
Terminado pasamos por la oficina de la encomienda, donde el empleado buena onda me atendió especialmente porque había llegado el GPS ya reparado por el service oficial en Rosario, lo que nos permitía seguir viaje hacia el norte.
La noche nos sirvió para estar solos con la Sofia, ya que la tía seguí a de reunión tras reunión por la próxima elección de autoridades en el Centro de la Tradición Gaucha de Jujuy.
LUNES 21 DE MARZO. DÍA 16.
El encuentro con Mabel fue necesario y provechoso: hubo un momento especial para rememorar pasajes de las vidas de familiares que ya no están tras los dolorosos setentas, palabras suaves y duras que a la Sofi nunca le sobran, pero que dedica a su manera como partes de un rompecabezas que inexorablemente sabe nunca completará.
Por otra parte, Mabel tiene presente y valora la rica historia de los hombres de la región, al punto de emocionarse con sólo nombrarla: el mítico Éxodo Jujueño, las montoneras y gauchos leales Martín Güemes, el caudillo del pueblo; y las increíbles batallas de las tropas de Belgrano aguantando las invasiones realistas habían pasado ayer a la vuelta de la esquina, en la boca de Mabel.
De su mano, por último, dejamos unas referencias musicales de la zona para quien la interese pueda conseguir: “Coplas de Ausencia”, José Escudero y Pucho González; “Coplas de Sangre”, de Mariana Carrizo; “La Historia”, de Eduardo Falú; “Zambas Argentinas”, de Tomás Lipán; “Un Sueño Más”, de Los Gauchos De Orán; “Ramito de Albahaca”, de las hermanas Simón (maestras rurales de la zona); “Jujuy”, de los vocalistas Asterión y absolutamente todo del gran Jorge Cafrune, quien aquí nació y se crió.
Como habíamos previsto, antes de salir de la ciudad queríamos pasar por la sede céntrica de la Tupac Amaru, así que fuimos de pasadita.
La cuestión es que entrar allí nos fascinó por lo grande, cuidado, completo y complejo del espacio. Por el sentido político que lleva impreso.
Acá vamos a agregar próximamente nuestras impresiones del movimiento, que adelantamos fueron muy buenas.
En viaje hacia Purmamarca, hablamos por teléfono con nuestros amigos de Hersilia, para avisarles que no se pierdan el sol poniéndose justo por el punto cardinal oeste, por el equinoccio de otoño.
A pesar de haber llegado cansados después de que el auto recalentó un par de veces en el camino sinuoso y de que quedaba poca luz del día; ni bien estacionamos en el mismo lugar que el año pasado -detrás de la iglesia- agarramos la cámara y nos fuimos a una vuelta por el Cerro de los Siete Colores. Primero alcanzamos una cumbrecita de un circuito no tradicional, donde sacamos varias fotos, para después sí caminar la vuelta entera al cerro famoso. La primera noche que pasé allí, hace varios años, yendo a ver a la Lepra, me apuné feo y casi no pude respirar en toda la noche. La segunda vez, el año pasado con la Sofi, la pasamos bárbaro. Esta era la tercera, la vencida. Y salió todo de maravillas.
Nos acostamos temprano y revisamos algunas cosas del auto, porque al día siguiente nos esperaba la mítica, hermosa y peligrosa Cuesta del Lipán.
MARTES 22 DE MARZO. DÍA 17.
Apenas nos despertamos, con varias botellas de agua, comenzamos a ascender la Cuesta del Lipán. Curva tras curva las vistas sorprenden por su majestuosidad. Las enormes montañas de mil colores se van sucediendo, pero cada una diferente a la anterior, haciendo que tras virar, el paisaje sea completamente distinto, pero siempre majestuoso, imponente.
El amplio panorama del vacío rodeado por altas cumbres, más la falta de oxígenoi generan cierta sensación de mareo, en la que el agacharse y levantarse consumen el poco aire que llega a la cabeza y los pulmones. Cualquier movimiento brusco te agita y te hace ver asfixiado como un pez recién pescado en el fondo del balde.
A esta altura no hace falta aclarar que el auto sintió los mismos síntomas, al punto de parar casi una decena de veces llegando a lo más alto de la cuesta, a 4.200 metros sobre el nivel del mar. Para dimensionar la pendiente, si desde Rosario hasta a Purmamarca ascendimos aproximadamente 2.500 en 1.500 kilómetros, eso da una pendiente de poco más de metro y medio por kilómetro recorrido. Ahora, subimos desde los 2.500 de Purmamarca hasta los 4.200 en menos de 50 kilómetros, lo que da una pendiente ascendente de 34 metros por kilómetro, sin un centímetro de recta horizontal en la que descansar. Por eso los sacrificados madrugadores prefieren transitarla antes que amanezca.
Nobleza obliga, agradecemos a la familia de porteños que nos posibilitó agua para el radiador y un pedazo de alambre con el que apretamos la manguera que se burlaba de una abrazadera rota e impotente para frenar el goteo de agua.
El Salar Grande es el paisaje es la escena faltante para hacer de todo ese panorama surrealista un paisaje extraplanetario. A juzgar por la sarta de pavadas que todos hacen al pisar el suelo blanco y eternamente liso, este debe ser uno de los lugares más fotográficos del país. De hecho, no hay mucho más que hacer que disparar la cámara un par de veces si es de las viejas, o de a docenas es digital.
En su perfecta y pura verticalidad, el baño químico se distingue en la planicie infinita del paisaje, y el cobro por usarlo debe ser el ingreso principal de los artesanos lugareños, que empochados hasta las orejas esculpen saladas y creativas figuras con panes extraídos con las manos.
Después del Salar Grande, las traffics plagadas de tursitas desaparecen, junto con los últimos rastros de civilización. Después de casi cien kilómetros y otras tantas recalentadas llegamos a Susques, que erróneamente es conocido como el último poblado en suelo argentino. Allí llenamos el tanque de combustible por indiscutidos 4,5 pesos el litro. Y seguimos viaje hacia Olaroz Chico, donde teníamos coordinado desarrollar los talleres en la escuelita.
Desde los cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar de Susques, avanzábamos y seguíamos subiendo. Calculando por lo que nos habían indicado, ya debíamos haber alcanzado el cruce con la ruta 70, desde donde treinta kilómetros de un arenado flojo nos llevarían a Olaroz.
Por una se esas rarezas del destino, apareció en el medio del desierto un ranchito, donde una familia tradicional nos recibió gustosa. El padre nos orientó, y los chiquitos nos dejaron de souvenir las sonrisas más luminosas vistas en el noroeste argento.
Una vez retomada la senda de la que nos habíamos pasado, anduvimos por un arenado costeando el inundado Salar de Olaroz, enorme, majestuoso. Los kilómetros pasaban, los serruchos, la arena a veces profunda. Era ya de noche y no veíamos rastro de Olaroz. Ni un cartelito.
Hasta que después de cómo media hora vimos en la ladera de la montaña unas lucecitas tímidas. En el primer cruce encaramos cuesta arriba. Teníamos tanta alegría que les hacíamos señas de luces con los dos grandes faroles de largo alcance puestos en el portaequipaje. De manera increíble se encendieron todas las luces del poblado, que si bien no eran muchas, nos emocionó el gesto; como una devolución de nuestra señal.
La pendiente es bravísima. El reloj del termómetro ya daba vueltas sin parar, loco. Pasamos las primeras casitas de adobe y encontramos a dos chiquitas, de unos 10 años. A ellas les preguntamos por la escuela. Al arrancar sentimos que una le gritó a la otra: “deben ser los del telescopio!”.
La escuela es una construcción de adobe revocado y pintado de blanco, que rodea a una canchita donde está el mástil. Dos elementos enseguida se impusieron: uno negativamente, el nombre oficial de la escuela que comienza con “Gendarmería Nacional”; y el otro positivo, la bandera Wipalla.
Los maestros estaban cenando, y salieron todos para que nos sentemos a comer con ellos. Entre otras cosas, nos comentaron que no teníamos que hablar mucho, que nos iba a faltar el aire, y que a la madrugada haría un frío de locos, por lo que nos prestaron cinco frazadas.
Toda la gente nos cayó bien, hasta el momento que nos dijeron que al día siguiente volvían cada uno a su casa por el feriado nacional del 24 de marzo. Con Mirta, la directora, veníamos hablando por teléfono seguido, incluso hacía unos días, y nunca nos avisaron nada al respecto.
Esa noche yo no dormí en absoluto: una jaqueca me hacía retorcer en la cama del dolor.
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