jueves, 8 de marzo de 2012

Bitácora IV

VIERNES 13 DE MAYO. DÍA 69.

Esta vez sí o sí iríamos a usar Internet, para actualizar un poco la web, que todavía llevaba en la portada las fotos de Olaroz Chico. Antes escribimos varias cartas para solicitar el permiso pertinente para la realización de los talleres  en el colegio de Yolandita, por consejo de Mabel.
Como nunca antes, y a causa del escaso acceso a la red a lo largo del viaje, nos pasamos la tarde entera en conexión virtual. Como no estábamos acostumbrados quedamos con los ojos reventados.
Si bien pasamos a comprar los ingredientes para hacer un par de tartas caseras, Mabel y Yolandita nos recibieron con un puchero de aquellos, de los que abrigan al cuerpo y al alma.
Quedó sólo un tiempo para hacer retratos y pintar remeras.


SÁBADO 14 DE MAYO. DÍA 70.

(Es la primera vez en este relato de bitácora que escribo en presente real. Estoy escribiendo ahora mismo, sábado 14 de mayo: hoy).
Me levanté temprano después de un sueño placentero por primera vez en el cuarto de Yolandita. Lavé los platos, ordené un poco y dispuse sobre la mesa una tasa de café con leche y el mate listo para después.
En un rato, cuando se levante el resto, vamos a ir al colegio de la Yoli a una suerte de kermes que organizaron los del último curso para juntar fondos.
(Ahora sí que escribo con una semana de atraso).
Visitar ese colegio fue una experiencia enriquecedora, en el sentido de que pudimos ver una cara que no conocíamos de Bolivia. La institución, si bien no es la más cara de la ciudad, sin duda es conocida por estar entre las más exclusivas. La mayoría allí son “gringos”, es decir blancos, y eso no es algo muy común en un país de abrumadora mayoría indígena y mestiza.
Al no haber una franja considerable de lo que se conoce como “clase media”, las diferencias entre la “baja” y la “alta” son abismales. No es sólo las condiciones materiales, sino que estos “gringos ricos” cargan orgullosamente un aura de distinción que exteriorizan ostensiblemente con gestos, poses y actitudes visibles a la distancia.
Además al contar con un convenio especial con la embajada de Alemania, muchos de sus alumnos son de ese origen, lo que lo hace un poco más restrictivo fuera de la altísima cuota mensual. Los germanos están nucleados en cursos especiales aislados del resto, recibiendo una educación distinta.
En términos edilicios la escuela es enorme y bellísima. La actividad era una de esas típicas kermes de las películas norteamericanas, con algunos juegos diseminados que coordinaban los propios alumnos, y los padres por ahí vendiendo alguna rifa, pancho o porción de torta. Mientras tanto había números en un escenario permanentemente. Pero además de esta organización propia, agradable y sencilla, estaba presente la mano colosal de grandes empresas locales y trasnacionales: Coca Cola, Tigo (compañía de teléfono celular) y otras de esa talla, que se hacían notar en sombrillas, banners, gorritos y carteles. Para tomar dimensión de esta idea, apenas uno ingresaba al establecimiento se encontraba con un reluciente Audi 0 km donado por una concesionaria de la ciudad. Nos comentaron que muchos padres de alumnos son dueños o gerentes de estas firmas, por lo que no les es difícil conseguir este tipo de auspicio.
Incluso, aún cuando había cierta participación de los padres de los alumnos, en cada stand había varios empleados bolivianos, que eran los verdaderos laburantes.

DOMINGO 15 DE MAYO. DÍA 71.

Con la Sofi hablamos seguido acerca de agregarle algo al taller para contar ciertas cuestiones de manera más seductora, más lírica, poética o literaria. Tenemos tanto y tan rico material que a veces sentimos que podríamos nutrir más el relato de fascinación, encanto. Porque en ocasiones, el tener presente la cantidad de recursos con los que contamos nos termina jugando en contra: nos agarra cierta ansiedad por compartir y socializar todo.
Resulta que Mabel tiene un amigo que es un gran artista titiritero: José Luis. Él hace de todo y todo bien, y además es carpintero. Así que sin más ni más le hablamos y nos dijo que vayamos a la Avenida El Prado, donde haría unas funciones. El número artístico fue muy bueno y él muy copado.
Con la Sofi volvimos antes a la casa que Mabel y Yolandita (fan número uno de José Luis), porque enseguida teníamos que volver a irnos: a las 16 teníamos que hablar vía Skipe con alguna gente. Pero sobre todo la Sofi había coordinado con la maestra Verónica que le pasaría el micrófono a Iarita, su alumnita tan querida que padeció un accidente automovilístico horrible en el que perdió gran parte de su familia. Desde que pasó la tragedia, sería la primera vez que hablaron, pese a que la Sofi siempre quiso acompañarla en este momento, al punto de pensar seriamente en viajar a Rosario para abrazarla.
El diálogo fue muy fuerte y emotivo. Iara tiene la esperanza de que la Sofi esté de vuelta para su próximo cumpleaños y otras fechas cercanas.

LUNES 16 DE MAYO. DÍA 72.

Hasta ahora con el proyector nuevo veníamos invictos: cada vez que quisimos usarlo nos falló. Algunas veces, estando entre amigos o jodiendo anduvo perfecto, pero religiosamente cuando teníamos programado usarlo como parte de algún taller, o después de que la Sofi haya pasado horas editando algún video para presentarlo en alguna ocasión especial; no quiso saber nada.
Cuando Mabel se enteró la situación tragicómica, nos insistió en que visitáramos a Cristian, hijo de Juan, su finado marido. A él lo conocíamos, ya que algunas veces nos vimos en el hotel donde paramos la primera semana paceña, antes de ir a Tocaña. Fue justamente quien recibió el paquete que le trajimos a Mabel de parte de Griselda, de Cine a la Intemperie. Por otra parte, como tiene un barcito cálido y chiquito en una esquina estratégica de la zona turística, algunas veces nos cruzamos.
Con todos los bártulos fuimos directo a verlo. Después de más de una hora, no había manera de pararlo: metió mano en la notebook arrastrando archivos de acá para allá, borrando otros tantos y poniendo la casa en orden. El proyector a su vez empezó a funcionar como un reloj suizo.
No sabiendo cómo agradecerle, le dijimos que ponga fecha para que lo agasajemos con alguna comilona. “Voy esta noche”, dijo. Y nos obligó a salir corriendo al almacén para agrandar los insumos para las programadas empanadas caseras.
Finalmente salieron espectaculares (tuve mucho que ver aunque no crean). La esposa de Cristian, nos ofreció el estacionamiento de un hotel copacabino de un familiar para dejar el auto mientras estemos en la Isla del Sol. Llama la atención la fortaleza y entereza de esta mujer hermosa, a quien hace poco más de un año se le murió su hija de 14 años.
Con cierta cuota de locura aguda e inteligente, los dos resultaron tipos bárbaros.

MARTES 17 DE MAYO. DÍA 73.

A las 10 teníamos cita con Haike, la directora germana del Colegio Alemán. Para ser sinceros, veníamos con ciertos prejuicios (a la Sofi la voy a librar de culpa en esto) y tras la charla comprobamos algunos. De todos modos convinimos la realización de un taller para el jueves, que por primera vez sería pago.
Antes de irnos, la vice, una boliviana que vivió casi 20 años en Alemania, nos llevó a conocer las instalaciones del kinder. En términos edilicios, nunca vi un lugar más idóneo para el desarrollo infantil, para que jueguen y cuenten con todas las comodidades y servicios adaptados con un cuidado exquisito, y claro, mucha plata de inversión.
Si bien no hace falta más que un lindo espacio al aire libre y una seño con ganas de hacer cosas piolas, tuvimos la oportunidad de ver cómo son las cosas encaradas de otra manera.
Por la tarde hicimos cientos de cosas para reparar y poner en funcionamiento algunos dispositivos tecnológicos y astronómicos que desde la salida no funcionaban. También fuimos a Villa Fátima a encontrarnos con Bernabé, quien no solamente que no estaba pese a haber acordado el encuentro, sino que de las remeras hizo cualquier cosa.

MIÉRCOLES 18 DE MAYO. DÍA 74.

(Con muuuuuucho retraso)
Todo el día nos la pasamos de acá para allá arreglando cositas y comprando repuestos. En ese sentido fue productivo el día porque reparamos los dos micrófonos que no funcionaban, mientras que probamos el tercero con buena fortuna. La misma suerte corrió la impresora y otras cositas.
Limpiamos el Aguará como nunca habíamos hecho, incluyendo el intocable tanque de agua sucia.
Al fin buscamos las remeras con las modificaciones acordadas. Esta vez no podíamos quejarnos. Salieron muy lindas y baratas. Ya que estábamos, aprovechamos para arreglar la onda con la mujer de Bernabé y su hijo. Con la buena gente no vale la pena confrontar.
Por la noche, junto con Yoli y su mamá nos metimos en alocada empresa de confeccionar cien contadores de estrellas, con sus respectivas instrucciones de uso y su hilito con un nudito justo para colocar en la punta de la nariz. Se nos ocurrió para regalarle a cada chico en el taller del día siguiente, sin reparar en lo trabajoso de la tarea.

JUEVES 19 DE MAYO. DÍA 75.

El taller en el colegio resultó totalmente distinto a todos los que hicimos anteriormente, principalmente porque era la primera vez que lo hacíamos en un colegio de estas características socioeconómicas, y la primera vez que nos pagarían por hacerlo, aunque el monto haya sido considerablemente menor al hablado inicialmente.
Como siempre, sobre el taller en sí contará la Sofi en la sección “Encuentros”; y como siempre adelantaré algo por mi propia ansiedad, y porque no sé callarme la boca.
Eran cuatro de grupos de 25 chicos de seis años, que fueron pasando a una sala oscura -preparada con dedicación- durante media hora, donde los esperábamos con el taller. Cualitativamente fue muy rico la relación porque pese a que nos habían dicho que no en un principio, finalmente incorporaron a la actividad al grupo de alemanes, que vienen con otra educación especial. Por eso los grupos resultaron de 25 y no de 20. Por fortuna había hecho varios contadores de estrellas de más.
Cada taller estaba rigurosamente planificado, haciendo mucho hincapié incluso en los tiempos, al punto de cronometrar cada parte del mismo. Por otra parte, si bien eran cuatro repeticiones del mismo taller para diferentes grupos, cada uno salió totalmente distinto al otro, y por las propias ocurrencias de los chicos realmente la pasamos bárbaro, cuestión que nos sorprendió para bien. Con cada grupo entraban también los maestros (uno normal y otro sólo par hablarles en alemán) y alguna autoridad institucional. Por la reacción de ellos y de los chicos, los talleres fueron muy interesantes, con actividades especialmente pensadas para esta ocasión. En cada cierre, tras la entrega de los contadores de estrellas, nos regalaban un aplauso cálido y sincero. Al terminar vinieron todos a felicitarnos y agradecernos. Hasta la distante directora Haike tuvo hermosas palabras de aliento para el proyecto.
De ahí nos subimos a un taxi a las corridas con la Sofi porque teníamos cita en la Embajada Argentina. Cabe recordar que la tarde anterior llamé no sé porqué a la institución. Como es lógico, la secretaria de la agregada cultural nos pidió que dejáramos el proyecto por escrito en Mesa de Entrada. Pero yo, caradura, le dije que ya nos teníamos que ir de la ciudad, así que no sé cómo, pero la secretaria nos dio una entrevista con la propia agregada cultural para la mañana siguiente, sin conocernos ni a nosotros ni a l proyecto. Pero como sólo podía para el horario en que nosotros estábamos con el taller en el Colegio Alemán, nos dio cita especial para las 12, pese a que a esa hora terminan el reducido ciclo laboral.
En la embajada nos trataron sumamente bien, y Silvina Montenegro resultó una mina muy copada, con una generosidad y calidez que no se condecían con su cargo diplomático, sumado a una visión política interesante. Nos dijo que si nos quedáramos un poco más, hasta el 25 de mayo, podríamos hacer algo en conjunto. Pero veíamos esa fecha lejana. También nos invitó el domingo a su casa a tomar algo o incluso a hacer un asado.
Cansados del trajín y de cierta “formalidad”, por la tarde volví a la cotidianeidad paceña de búsqueda de gas amoníaco, de mecánicos para los frenos y de un estopero: quienes reparan objetos plásticos.
En una de esas maniobras totalmente contrarias a la lógica vehiculas e incluso a la más básica vida urbana en convivencia, en un giro cerrado toqué con el paragolpe trasero a un taxista, que junto con otros colegas lavaban sus autos en el medio de esa calle de por sí angosta, y justo en la esquina. La Sofi se quedó con ellos para dejarlos tranquilos mientras me fui hasta no sé dónde para dar la vuelta. Como no querían ir a Tránsito para arreglar legalmente el siniestro porque ninguno tenía seguro, le terminamos dando la plata del arreglo de manera informal.
Lo caótico de la ciudad es imposible de relatar con palabras. Basta decir que si uno se para en cualquier momento en cualquier esquina puede contar no menos de diez infracciones, de las que varias son graves o impiden el desarrollo del tránsito normal.

VIERNES 20 DE MAYO. DÍA 76.

Mientras que la Sofi acomodó todo para que entren las nuevas remeras, yo renegando mucho saqué el tanque de agua sucia, que venía goteando hace tiempo. 

Lo subimos al techo del Aguará y fuimos en búsqueda de un estopero y un herrero, para imitar algunas piezas de barrilla roscada que se rompieron al intentar girar las tuercas. En el camino nos perdimos por algunos rincones lejanos de la ciudad. En varias esquinas vimos muñecos colgados de gran tamaño, y debajo pintado en la pared: “ladrón pillado, ladrón colgado”, o “ladrón pillado, ladrón quemado”. “A la mierda”, fue lo único que nos salió decir.
Vinimos rápido porque empezaba NOB – All Boys, que vimos un tiempo en un bar y otro en la casa, alentando y gritando con la Yoli como locos.
Entre medio, Mabel, que fue productora artística hace tiempo, confirmó otra actividad paga por una Fundación Hermann, para trabajar el martes con Aldeas Infantiles SOS, que nuclear a chicos que perdieron totalmente a sus familias. Otro día más en La Paz.
Quisimos invitar un asado, pero terminamos con ricos choripanes. En la previa, con toda la familia junto a las brasas, jugamos a mil juegos improvisados y cantamos como orquestas dirigidas por la loca Yoli, quien además mostró sus dotes de cantante, pero con canciones en una lengua inventada y con la seguridad y la seriedad de estar cantando un tema conocido como el Feliz Cumpleaños. Con esta princesita no paramos de morirnos de la risa.

SÁBADO 21 DE MAYO. DÍA 77.

Antes de las ocho ya había salido para la Isaac Tamayo, la alocada calle de las ferreterías, para conseguir algunas piezas que estarían listas al mediodía si las alcanzaba a media mañana.
Como era sábado, el centro paceño era una gran feria en la que los campesinos de los alrededores se mezclaban con los comerciantes urbanos de fantasías, para generar un mar de tolditos coloridos y diferentes olores y gritos publicitarios. Una vendedora de pescado “fresco” se debatía la clientela con una señora que ofrecía películas truchas, en cuya mesa los señores no tenían reparo en revisar la sección XXX. Una gran montaña desordenada de ropa usada en Estados Unidos desdibujaba la frontera con su vecino: un llamativo vendedor de sustancias exóticas con propiedades sanadoras, que los sábados desde su mesita frágil oficia de doctor. Un vozarrón amplificado relataba sin pausa las fabulas ofertas de artículos de limpieza caseros, junto a un gordo carnicero que cortaba hígado y chicharrón.
Con los ojos excitados por la desopilante locura hermosa de esta ciudad cohesionada por su propia coherencia incomprensible, alcancé a dejar cada cosa en su lugar, para pasar a buscar más tarde.
Tanto el estopero como el herrero me cobraron dos monedas porque algunas cosas hice yo junto a ellos. Con el tanque reparado, el plomero más serio de la ciudad me dejó plantado sin aviso. “Estamos en Bolivia”, me quisieron tranquilizar.
A la tardecita salimos porque había la quinta realización de la larga Noche de Museos. Una actividad citadina que se hace una vez por año, y en donde literalmente sale toda la ciudad a disfrutar de miles de eventos, muestras, desfiles y bailes en diferentes rincones de la ciudad.
Conocimos la ciudad desde una perspectiva nueva para nosotros. Esa noche presenciamos y participamos de no  recuerdo cuántos eventos culturales de los más variados. Estuvimos primero en varias propuestas en el propio Sopocachi, nuestro rrioba. Allí vimos cortos en la Escuela de Cine, muestras de cómics, de historietas, muralistas pintando en vivo, música y hasta cuentos infantiles en un jardín de infantes. Todavía no eran ni las veinte.
Con el tríptico impreso para la ocasión, salimos corriendo para una muestra de cuadros de un artista local, en donde anunciaban degustación de quesos y vino. Pese al apuro inútil en una ciudad desconocida, sólo besamos apenitas un vino frutado sin ton ni son. Ah, los cuadros lindos.
Caminamos hasta el centro parando en cuanto espectáculo estaba montado. Así vimos desde el tradicional caporales, hasta jazz dance, que no es precisamente de nuestro agrado. Como dos borrachos madrileños “de bar en bar, de tapa en tapa”, caminamos solos pero juntos, perdidos sin horizonte a la vista por las callecitas de una ciudad nocturna que se nos desnudaba cómplice.
Alrededor miles de paceños también devoraban arte en una actitud de popular poesía conmovedora.
Entramos en algunos museos interesantísimos y aplaudimos la alegría callejera de una orquesta folclórica de vientos y parches.
Terminamos en la otra punta de la ciudad, en el Museo de Etnografía y Folclore, donde Mabel con su familia vendían el libro de arte para niños de Yolanda Bedregal, la abuela de la Yolita que nos tenía encaramados.
Hasta pasada la medianoche deglutimos el museo entero, que desbordaba de gente. La riquísima historia de los pueblos originarios de esta región, de los cuales muchos viven como hace siglos, nos dejó boquiabiertos. La profunda cosmovisión, plasmada con exquisito artes en tejidos, pinturas, vasijas y hasta las propias construcciones edilicias es para rendirle un sincero homenaje con un acercamiento humilde a su complejidad, ninguneada por años y reducida al mote de cultura “básica”, “rudimentaria”.

DOMINGO 22 DE MAYO. DÍA 78.

Toda la mañana me la pasé con el tanque de agua sucia. Miguel, mi amigo plomero me volvió a dejar plantado. De todos modos cuando llegó rompió una rosca y se fue. Nos había invitado Silvina Montenegro, la agregada cultural de Argentina en Bolivia a almorzar a su casa, pero por esta tarea no pudimos.
A la siesta fuimos a la feria en la Avenida El Prado. Después volvimos a nuestro tradicional barcito en Sopocachi para usar Internet y a las 17 nos pasó a buscar insistentemente Silvina. Pese a que a las 19 nos encontraríamos en Manuel de la Torre, el astrónomo capo en astronomía andina, nos subió a su auto y nos preguntó a dónde queríamos ir. Ante nuestra duda, encaró sin pensarlo dos veces hacia el Valle de la Luna, a unos veinte minutos de la capital.
Lo primero que nos dijo es que nuestro proyecto la ponía contenta porque le recordaba a sus jóvenes años de militancia. Silvina es una mina que accesible, de las que no te impone la barrera de un cargo prestigioso. Cuenta que es de las pocas “de carrera” y que eso le costó el doble en todo.
El Valle de la Luna es un paisaje de particular belleza, de una rareza exquisita que reduciría calificándola con palabras inútiles para describir la verdadera armonía artística de la naturaleza en su máximo esplendor.
Pese a que habíamos convenido volver al nuestro barcito en Sopocachi por la hora, nos llevó a la fuerza a un barcito nuevo y pintoresco en la zona más exclusiva de la ciudad. Basta comentar que al comensal de la mesa de al lado que le pregunté cómo había salido el Strongest -porque llevaba orgulloso su camiseta-, era ni más ni menos que el embajador de Estados Unidos. Creo que lo extraño de todo ese tiempo-espacio me impidió decirle algunas cositas que pienso respecto a la política exterior de su país de los últimos siglos.
Manuel de la Torre resultó ser un tipazo. Un groso, de los que derraman humildad. Entre sus conocimientos y nuestra curiosidad se armó un carnavalito en la mesa, en la que después de no sé cuántas horas seguíamos preguntando, seguíamos hablando apasionadamente.
Su página web (www.astronomiaandina.com) está hace casi un año linkeada con la nuestra. El riquísimo contendio nos lo devoramos hace tiempo y volvemos a hacerlo de vez en vez. Pero escucharlo contar con alegría y sabiduría acerca de las bastísimas y riquísimas significaciones que los pueblos originarios hicieron del cielo, y que tenía su correspondencia cotidiana con la cosmovisión, la filosofía, la agricultura, la ganadería, la matemática, la composición social en ayllus, los tejidos; fue un agasajo inesperado para nuestros oídos. Terminó regalándonos un montón de cosas sobre astronomía andina, y quedamos para salir el jueves por la mañana en el Aguará hacia su observatorio, montado en un hotel cinco estrellas a la orilla del lago Titicaca. Esa misma noche del jueves recibe a un grupo de norteamericanos de la Nasa, que viene una vez al año con los últimos equipos tecnológicos.
Conoceremos el observatorio y seguiremos viaje hacia la Isla del Sol.

LUNES 23 DE MAYO. DÍA 79

Tempranito arrancamos con la Sofi caminando hacia la plaza Avaroa. Ella fue al súper y y o seguí viaje hacia san Pedro, para comprar un par de cositas para terminar con las tareas en el Aguará.
Después de comer en la casa encaré otra vez bajo el Aguará, para colocar el tanque de aguas grises. Al rato llegó Santiago, el argentino al que le festejamos el cumpleaños en Tocaña. Un lindo tipo que arrancó de viaje sacando fotos, y en su camino visitó una cárcel en Paraguay entre otras cosas.
Con la sucia tarea casi terminada, a las 16.30 llegó Eduardo, en periodista del diario La Razón, al que llamó la agregada cultural para que cubra el taller que daríamos a la tardecita en un barrio humilde.
Después de decidir no ir el en auto por las intrincadas callecitas en pendiente de la ciudad, cargamos los bártulos y subimos siete a un taxi.
En el populoso barrio de Llojeta nos esperaba Sara, una gran militante que trabaja voluntariamente en el centro comunitario El Carmen. Con ella y todos los dispositivos llegamos allí, y nos encontramos con un edificio enorme en donde funciona también un centro de salud, y una gran ronda de 35 chicos de entre seis y catorce años. La mitad había venido caminando de Pasankeri, y al cierre de la actividad, de noche, Sara los llevaría a este grupo caminando en subida continua hasta su barrio.
Entre Mabel, Yolita, Santiago, el periodista Eduardo y nosotros dos armamos un taller hermoso, que los chicos disfrutaron mucho y nosotros más. Teníamos muchas ganas de volver a este tipo de encuentros, en los que nos sentimos halagados por la invitación de estas personas que todos los días están poniéndole el pecho y el cuerpo a una realidad crudísima. Por eso, a pesar de que hasta nos aplauden, siempre terminamos con un sincero agradecimiento hacia ellos.
Como nos perdimos un rato largo con el taxi, la mitad de las actividades programadas, las que implicaban a los rayos del Sol, tuvimos que reemplazar en el momento por otras nocturnas. De todos modos, otra vez este taller lució algunas propuestas nuevas, elaboradas en este caso por la Sofi porque yo me la pasé el día entero debajo del auto.
Terminamos con juegos al aire libre bajo un cielo estrellado, y observando con el telescopio al coqueto Saturno, que hacía más gala de sus anillos que nunca en la inmensidad de un cielo exclusivo; ya que el único astro que podría robarle protagonismo tras el ocular era la Luna, que saldría esta vez de madrugada.

MARTES 24 DE MAYO. DÍA 80.

Temprano arrancaron los mates y el cuaderno de bitácora, ya que para desplegar todo el quilombo bajo el Aguará no daban los tiempos porque llamarían en un rato de Radio Universidad de Rosario. La entrevista fue muy amena, la gente de esta radio llama desde el primer día que se enteraron del proyecto y les estamos agradecidísimos.
Después de la entrevista, en la que le mandamos públicos saludos a la Fer y Alejo porque dieron a luz a Julita –a quien ya queremos inestimablemente-, el resto de la mañana me dediqué a poner el tanque de aguas grises en el Aguará. Con no poco esfuerzo y maña finalmente quedó bien.
A las tres salimos con el auto en patota para Mallasa, un pueblito hermoso cercano a La Paz donde la familia de Mabel tiene una casita en un terrenito hermoso, sobre un acantilado de la montaña.
Antes nos desviamos un poco a pedido del periodista del diario La Razón Eduardo en el Valle de la Luna, porque quería hacer una sesión de fotos con nosotros para la producción periodística. De más está decir que posando cual Nicole Neuman nos cagamos de la risa con la Sofi. Como buen modelo profesional también impuse mis caprichitos para las fotos: salir con la gloriosa camiseta de Newell’s Old Boys.
Después de la desopilante sesión sí encaramos para la casita de Mallasa. Allí Juan tenía su taller de pintura y escultura. Por lo que la casita derruida por el paso del tiempo conservaba cierto misticismo estético de este gran artista con una visión colorida de la realidad boliviana.
De ahí volvimos a salir en el Aguará y en banda hacia la Aldea Infantil SOS, una villa en la que viven de a diez chicos con una madre adoptiva por casita. Fuimos contratados por la fundación alemana Hermann, que solventa los gastos de la Aldea.
Como siempre, si bien la Sofi será a su turno la encargada de comentar al respecto, a mí se me va a escapar algo. Eran como 25 chicos de entre siete y catorce años. Otra vez, organizamos un taller bastante distinto al resto, pero como común denominador la experiencia volvió a ser hermosa y gratificante. Ya más sueltos, con la Sofi y con los chicos nos divertimos muchísimo, además de aprender mutuamente. Terminamos extendiéndolo casi una hora más de lo previsto, todos juntos al aire libre identificando estrellas, constelaciones y planetas, además de ubicaciones geográficas.
Como si fuera poco, nos pagaron una suma que no teníamos prevista en el inicio del viaje, l que nos va a permitir llegar a otros establecimientos educativos.
A la vuelta paramos en la casita de Mabel, donde nos esperaban con un gran fogón para el té con sándwiches de milanesa. Otra vez, de la mano de la Yolita volvimos a pasarla bárbaro, cantando canciones y contando historias y chistes.
Tarde, al volver a la casa tuvimos un inconveniente con la última y agua pendiente para llegar a la casa, en la que el motorhome se quedó sin fuerzas para subir, y sin frenos para no caernos hacia atrás. No fueron pocos los que se asustaron cuando el Aguará se torció mucho después de pasar por arriba a la cuña chilena como a un granito de arena. Tras el sacudón, quedé cruzado en el medio de la calle para evitar la pendiente. Y después de varias maniobras y un gran envión finalmente el seis cilindros se devoró la cuesta.

MIÉRCOLES 25 DE MAYO. DÍA 81.

A las siete de la mañana, el Seba me despertó porque había llamado desde la terminal de ómnibus Willy y Anahí, que acaban de llegar a la ciudad. Dijeron que volverían a llamar en cinco minutos obligándome a esperarlos con un frío que calaba los huesos. El esperado llamado se produjo recién a las ocho.
Cuando por fin llegaron los amiguitos, salí por la ciudad a buscar quien arregle los frenos. Cabe señalar que en La Paz una vez por mes casi todos los vehículos hacen los frenos nuevos.
Otra vez maldiciendo con el Aguará por entre las callecitas de esta ciudad alocada para el manejo, y después de atravesarla de punta a punta, conseguí un tallercito que quiso agarrarlo. Lo dejé y volví a las corridas a la casa.
Al mediodía nos habían invitado la gente de la Embajada Argentina a un almuerzo en la residencia del embajador en conmemoración del 25 de mayo. Si bien la invitación original era para nosotros dos, la extendimos a Mabel, Santiago y a último momento a Willi y Anahí. Así que salimos con nuestra mejor ropa: remeras, jean y zapatillas.
Cuando pasamos el control en la puerta de ingreso respiramos aliviados todos. Era un gran jardín sumamente coqueto repleto de personalidades “importantes” de traje, y señoras engalanadas y enjolladas hasta de pies a cabeza, con sombreros al estilo reina Victoria. 
Una comitiva en fila recibía formalmente a los invitados al ingresar con un cordial saludo, pero sin darnos cuenta pasamos por delante sin parar, empujados por la inconsciente necesidad de alejarnos del ingreso antes de que se arrepientan.
Así, caminando entre las formalidades y sin poder evitar la mirada de todos los presentes por nuestra facha, recién nos detuvimos en la última mesa, la más escondida, pero la que estaba junto a la parrilla y la barra de tragos.
No demoramos en entablar amistad con cuanto mozo se acercó a la mesa. Y así devoramos una docena de empanadas cada uno, acompañadas por incontables copas de buen vino argentino.
En la mesa redonda nos acompañaba una teñida diputada santacruceña que relucía su status cada vez que podía, su asistente sumamente formal y cuidado en sus gestos, y dos cholitas con sus típicos trajes de ocasión artesanales hermosas, que representaban al masista gobierno provincial, evistas ellas.
Lo que siguió fue una incontinua risa descontrolada, de esas que hacen doler la panza y dejan sin aire los pulmones; mientras de a poco fuimos saciando las ganas de buena carne a la parrilla. Al centrado asistente de la diputada lo acosamos tanto que terminó imitando la voz de Pitufo Tontín, mientras la maquilladísima cara de la legisladora se tornaba de tantos colores como los ahuallos de las cholitas, que como nosotros se descompusieron de la risa.
Nos despanzábamos de la risa sin dejar de manotear cuanta empanada pasaba por nuestro radio ampliado. Las carcajadas descontroladas que salían de la última mesa se convirtieron en un sonido contrastante que cortaba el tímido y cuidado  barullo formal del resto de los presentes.
En un momento, después de varios desentonados zapucaís sentados, nos decidimos con la Sofi a bailar unos chamamés al compás de la orquesta en vivo. Cuando llegamos a la pista, el único que también se habían dispuesto al baile era el “excelentísimo” embajador y su señora, por lo que al lado de nuestro torpe paso chamamecero, una tropa de periodistas nacionales y extranjeros inmortalizaba el baile del diplomático. Si la situación hasta allí era loca -las dos únicas parejas bailando-, peor fue cuando el embajador grito que cambiásemos de pareja; y sin darnos cuenta la Sofi se encontró en sus brazos, y yo con su señora.
Entre más risas tentadas, después supimos con la Sofi que nos pasó lo mismo: mientras bailábamos alegremente, ellos no paraban de preguntarnos cosas y nosotros, por el bando a vino que traíamos le contestábamos tratando de no apuntarles con el aliento. Por mi parte, además, intentaba no cometer mis típicos tropiezos y sacudones violentos de mal bailarín. A su vez, el tropel de periodistas ahora nos retrataba a nosotros bailando con los distinguidos anfitriones, mientras alrededor, otros tantos embajadores de distintos países y políticos locales aplaudían sin entender la escena, como nosotros dos.
Después de no sé cuantos postres, los mozos copados nos dejaron dos botellas de vino exquisito y un pedazote de vacío asado, que metimos en la cartera y apuramos el paso hacia a la puerta.
Si nosotros no podíamos creer lo vivido, el Willy y la novia, recién llegados, mucho menos.
Al traspasar la puerta volvimos a la realidad: la banda caminó a la casa de Mabel, y con la Sofi fuimos en bondi a buscar al Aguará, que a esa altura del copete casi dejamos olvidado en lo del mecánico.
A la tardecita invitamos a todos al cine: los miércoles es dos por uno, y como despedida quisimos retribuirle mínimamente el gesto enorme a esta familia.

JUEVES 26 DE MAYO. DÍA 82.

Yolita había pedido faltar a la escuela para despedirnos, y Mabel aceptó. Además –más vale tarde que nunca- teníamos que hacer entre todos las lámparas artesanales prometidas.
Así que después de cargar y organizar el Aguará comenzamos apurados su confección. La despedida con esta hermosísima familia fue sentida y emotiva. Pero lo peor fue ver el llanto partido de Yolita en los brazos de la Sofi. “Quiero que esta sea su casa permanente”, nos decía desde hacía unos días, y nos dejaba sin palabras.
El agradecimiento con Mabel nunca será suficiente. Por eso, cuando intentamos unas palabras torpes de gratitud, ella –dejando ver su sabiduría- nos calló con un cálido y sencillo “no hace falta”. Estaba todo dicho.
Dejamos atrás su casa, sus abrazos y sus matecitos mañaneros con cierta nostalgia, pero con la alegría de haber llegado a sentirlos nuestro hogar, y aunque suene exagerado, también nuestra familia, por qué no.
Lo pasamos a buscar a Manuel de la Torre, nuestro amigo astrónomo andino. Pese a haberle dicho y repetido que iríamos lento, muy lento, insistió en que vendría con nosotros hasta su observatorio, a mitad de camino entre La Paz y Copacabana.
Lejos de hacer sentir ese distanciamiento que les gusta ostentar a la gente de prestigio, Manuel fue uno más entre este cuarteto deshilachado, cebando mates y charlando alegremente sin parar. Hasta compartió el almuerzo que traía. Antes de llegar pudimos entrevistarlo brevemente sobre la increíble interpretación que los pueblos andinos, sobre todo el aymará, hizo del cielo.
Nosotros no queríamos molestar porque ya habían llegado los primeros  astrónomos norteamericanos de la Nasa, que arriban especialmente a su observatorio una semana al año. Pero otra vez él, copado, dispuso toda la maquinaria del lugar para que nos nutramos de esa mirada peculiar de la bóveda celeste. Hasta nos proyectó un video explicativo de la astronomía andina abrió el techo corredizo, destapó todos los telescopios monumentales y extendimos la interesantísima charla informativa. Manuel no es sólo un gran astrónomo, sino que en él encontramos además una aguda y acertada mirada política sobre la coyuntura boliviana. Y todo resumido en un cuerpito chico que emana la humildad y sencillez de los grandes hombres. Los que saben mirar hacia arriba, sin perder por eso la mirada hacia abajo, hacia el suelo. Y hacia atrás, hacia el pasado.
Para alcanzar Copacabana tuvimos que subir en una lastimosa barcaza enorme de madera al Aguará, y lo peor, nosotros juntos con él. Atravesar el Titicaca sobre los crujientes durmientes de eucaliptos que rechinaban con el subir y bajar de las olas, fue para nosotros como la odisea que una familia del lugar hizo arriba de una típica embarcación de totoras cruzando el Mar Rojo.
Copacabana nos recibió con un dorado atardecer sobre las aguas del mítico lago, que presume ser el navegable más alto del mundo. Después de una rica y merecida cena junto a la orilla, en la que brindamos con Fernet con Coca, estacionamos el auto en la cochera del mejor hotel de la ciudad, que gentilmente nos ofreció Luisa, la mujer de Cristian, al enterarse del proyecto que nos incumbe.

VIERNES 27 DE MAYO. DÍA 83.

El maldito reloj de Wily, el maldito Wily, nos despertaron otra vez a las siete de la mañana. Desayunamos los cuatro en el Aguará.
Compramos comida para llevar a la Isla del Sol y encaramos para la costa. Nos sacamos varias fotos con las pintadas lepras que hay en la zona, y charlamos con los choferes de los barcos que cruzan, nucleados en una cooperativa que corre con larga desventaja frente a las opciones propias de los hoteles y de las agencias de turismo.
El viaje fue hermoso pero largo. Sentados en la cubierta del techo de la embarcación, por supuesto hablé con cuanto turista fue a parar allí, mientras contemplábamos la belleza extraordinaria del paisaje. Bordeamos la costa rocosa y sinuosa hasta atravesar un estrecho de dos grandes piedras, y el lago de abre para dar paso a la Isla del Sol y su hermana menor, la de la Luna.
Como Wily y Anahí tenían que regresar en el mismo barco en una hora, sólo subimos la Escalera del Inca hasta una praderita verde, donde nos sentamos a matear un rato. La isla es una belleza extrema en sí misma, y al ascender cualquier cuesta se despliega un panorama increíble: el gran Titicaca, además del más alto, el más grande del continente parece un mar de aguas cristalinas, bordeado por montañas y aldeas costeras. Más atrás sobresale imponente el Illimany con sus nieves eternas.
Del lado sur de la Isla está Yumani, una población de casi tres mil personas pero con casitas diseminadas por entre la montaña, unidas por pequeños e irregulares caminitos de piedra por los que sólo transitan personas y mulas.
Cuenta la leyenda que el dios Villcacocha nació allí al sol, y también a los dos primeros Incas: Manco Kapac y su mujer. Enfrente, la Isla de la Luna era el lugar elegido a donde preparaban a las muchachas vírgenes preparadas para el Inca emperador.
Por mi parte estudié apasionadamente la historia del lugar, como la de Tiwanaku, en la materia Precolombina en la carrera de Historia. Tanto me gustó que me fue muy bien. Pero evidentemente en algo fallé porque no me acuerdo de nada, a excepción de lo interesante y compleja que es.
Como se estaba poniendo el sol, decidimos quedarnos a pasar la noche en el lado Sur, para aprovechar más la caminata de tres horas hacia el Norte al día siguiente.
Después de buscar precios por todos lados, paramos en un hospedaje con una terraza desde la que la vista era una caricia para la vista y el corazón.
Pese a que la intención original era sentarnos a no hacer nada, la belleza del lugar nos empujó a salir a caminar por Yumani ni bien dejamos los bolsos.
Primero arrancamos por una huellita hacia las afueras, donde en pequeñas terracitas de distintos colores siembran de todo, por la propia fertilidad del suelo. Cada tres minutos paramos a contemplar las distintas vistas panorámicas: una más linda que la otra.
Después nos internamos con la intención de perdernos por las callecitas finitas de piedras irregulares, cruzándonos con burros y ovejas con sus pastorcitos. Pasamos por un morrito desde donde la vista sí era majestuosa. También llegamos a un pozo dentro de una cueva abovedada con meticulosas piedras, donde los chicos llenaban bidones de agua potable. Llegamos a la escuela guiados por la música porque festejaban el Día de la Madre. Como en una película, absolutamente todos la pasaban bien y se reían a carcajadas. Los chicos en los juegos, los muchachos sentados en ronda y las cholitas, con sus largas polleras y trenzas negras jugaban fútbol, o mejor dicho corrían tras una pelota.
Encontramos a un lugareño que por suerte tenía muchas ganas de hablar y sabía un vagón sobre la historia de su pueblo. Nos explicó sobre la organización comunitaria, sobre el avasallamiento turístico y cómo estaba creciendo a pasos acelerados su pueblo. Hizo hincapié en la extraordinaria manera de utilizar el agua potable, que brota por tres agujeros sagrados con sus respectivas leyendas: “no seas flojo”, “no mientas” y “no robes”. Además las tres son diferentes en sabor, pero lo más curioso es que nadie sabe de dónde salen, ni cómo llegan hasta allí. La sabiduría aymara y luego inca hizo no sólo que sus pobladores cuenten con el vital beneficio, sino que hasta la actualidad, con casi tres mil pobladores y muchas edificaciones, se continúe usándolas.
Como si hasta ahí era poco, la noche nos regaló miles de estrellas y la constelación de la Osa Mayor, el Gran Cucharón, en toda su plenitud por primera vez. Si antes de cenar, sentados en la terracita de la posada sufrimos una borrachera de belleza frente al lago y las montañas circundantes; después, fuimos astronautas nadando en un océano negro y profundo plagado de astros multicolores, en donde cada vez aparecen más los elementos propios de la astronomía andina.
Esa noche decidimos dormir con la cortina abierta, devorando gustosos la ofrenda astronómica del lugar. El telón sirvió para fundirnos en un abrazo profundo, hasta dormirnos.

SÁBADO 28 DE MAYO. DÍA 84.

El amanecer anaranjado y prepotente sobre el lago valía el abrir los ojos de madrugada. Poco después, la mañana entera colándose por la ventana en forma de blanquecina luz reflejada sobre las aguas coronaron un despertar onírico.
Entre mates y cafés se nos fue adentrando la mañana. Hasta que salimos por fin al sendero que nos llevaría hacia el lado norte de la isla.
Ni bien dimos los primeros pasos tuvimos la mala noticia de ver que eran las 10.30 pasadas. La caminata dura tres horas según todas las consultas que hicimos. Y por otra parte, el barco que sale desde la bahía norte, hace escala en la sur y luego va a Copacabana partía a la una. Es decir, no llegaríamos de ninguna manera, y menos recorriendo el sendero como queríamos, parando a disfrutar el paisaje y las ruinas.
Por “suerte” la cámara de fotos estaba descargada, lo que nos ayudó a meterle ritmo al caminar. Una gallega solitaria media charlatana se nos había adosado. Además, como si fuera poco, estábamos secos de guita, lo que nos impedía hospedarnos o comer algo si perdíamos el único baro diario que sale del norte.
La cuestión fue que le metimos un ritmo increíble, atravesando la isla de punta a punta en exactamente una hora y media. La española quedó lejos atrás.
Si bien no paramos de maravillarnos con la belleza planteada por esa naturaleza tan singular, no recorrimos debidamente las ruinas ni retratamos nada, ni nos sentamos a tomar agua. Incluso terminamos cortando el último tramo para llegar al pueblo de Challa por un viejo cauce de río seco, haciéndonos odiar por cuanto tendón, cartílago y articulación tenemos en las piernas.
Para colmo, al llegar al norte, el barco estaba demorado; por lo cual tuvimos que “hacer tiempo” casi dos horas. A diferencia de Yumani, Challa, la otra población considerable de la isla se desarrolla casi en su totalidad sobre la costa, al nivel del agua. Lejos de la parafernalia turística, es un pequeño poblado en el que un grupo de chicos jugaba gritando en aymara en el agua, pescando con una red rotosa crías de pejerreyes. Burros, ovejas, toros, gallinas y llamas pastan y de vez en cuando se arriman a beber al lago.
Como al final de cuentas la entrada comunitaria al lado norte fue de quince bolivianos, en vez de los cinco que pensábamos, el manejero del barco nos fió una parte del pasaje, con la promesa de que se la pagaríamos al llegar a Copacabana.
Después de una corta estadía de una hora en la bahía sur, avisó que pasaríamos diez minutos por la “isla flotante”, lo que sorprendió a propios y extraños. La isla de los Uros, conocida como la Isla Flotante, no solamente que está en el lado peruano –a donde no se podía acceder por el justo reclamo de sus habitantes materializado con un bloqueo indefinido de las fronteras-, sino que queda lejos y a trasmano entre la Isla del Sol y Copacabana.
Pero así y todo en un momento se detuvo el motor del baro y el chofer avisó que llegamos: esta isla flotante era un montículo de superficie cuadrada de unos trescientos metros cuadrados, que flotaba merced a planchas de telgopol, sobre las que descansaban otras de madera, y arriba esparcieron totoras sueltas, en una mala imitación de la mítica Isla de los Uros. La entrada costaba un boliviano y un pequeño comedor ya tenía preparados varios platos de trucha para llevar. Sobran los motivos para comprender por qué al capitán de nuestro barco los “isleños” lo abrazaban como al Mesías.
La Isla del Sol es mágica, de una belleza exuberante. Es uno de esos lugares donde se mezcla de manera no siempre alegre lo místico, lo ancestral, con la maquinaria turística. Y así se ve convivir al aymara mascando coca que todavía le rinde culto a la Pachamama de manera auténtica, con sus mulas de carga y su pequeño sembradío en terraza, con grandes contingentes de nórdicos mochileros con sus espectaculares máquinas de fotos y protectores solares.
Acerca de cómo se van perdiendo aceleradamente tradiciones y conocimientos ancestrales para volcarse al jugoso mercado del turismo; y de cómo los chicos isleños parecen máquinas sedientas de una moneda no voy a profundizar, simplemente porque no me dan ganas. ¿Qué podría decir yo como simple visitante ocasional?: ¿“Es una pena”?
Al retornar, un Wily encendido cocinó un guiso de lentejas del que todavía padezco (y sobre todo la Sofi) las consecuencias.

DOMINGO 29 DE MAYO. DÍA 85.

No hay mucho que decir: me la pasé todo el día debajo del Aguará engrasado de pies a cabeza. Y no pudimos solucionar nada.
Como si fuera poco, para lo único que cortamos fue para ir a ver NOB – Boca a un bar, totalmente vestidos de lepras. Perdimos uno a cero, pero la tercera bandeja la copamos.

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