jueves, 1 de marzo de 2012

CUADERNO DE BITÁCORA II PARTE: "POR LAS ALTURAS DE LOS ANDES"

Seguimos con el Cuaderno de Bitácora largo y tendido, sólo para quienes tengan tiempo y nos quieran realmente mucho. Ideal para llevar al baño.

(Actualizado hasta el 2 de mayo de 2011)

MIÉRCOLES 23 DE MARZO. DÍAi 18.

Diez días de atraso

Aclaración: después de mucho debatir con Sofía acerca de mostrar nuestras sinceras impresiones acerca de algunas actitudes que encontramos en esta escuela, decidimos ponerlas de manera frontal, de la misma manera que lo dijimos en la cara oportunamente. En todo caso, concluimos, dará lugar a un siempre enriquecedor debate al respecto.
Solamente y por último aclaramos que sabemos que no es fácil ni mucho menos estar todos los días poniendo el pecho en lugares como Olaroz Chico, y que nosotros hablamos desde la comodidad de lo esporádico. Aún así, no podemos dejar de decir en términos constructivos y buena leche lo que pensamos, en base a lo vivido.


Ya de madrugada empecé a vomitar. Y en la nuca tenía un mono tití que me estrujaba la cabeza, al punto de que sentía los ojos hincharse, queriendo saltar hacia fuera como el vómito.
De a grupos, tímidos al principio, atrevidos después, los chicos se acercaban al Aguará, cogoteando curiosos. Todos son de tez oscura, ojitos un poco achinados, pelo negro y endurecido. También la mayoría tiene la piel curtida por el clima seco y el sol impiadoso.
Y lo más importante es que tienen esa nobleza clara y sana, esa bondad que no sabe de doble sentidos ni ventajismos. Esa forma tan amigable de decirte “este soy yo, bienvenido” sin palabras.
A las 9 en punto, en el izamiento a la bandera, la directora Mirta nos presentó ante los alumnos, quienes ahora con un formalismo forzado nos saludaban a la distancia.
Lo primero que nos llamó la atención es la disciplina militar que rige en la escuela de la mano de Pedro, maestro y marido de Mirta. A su orden se automatizan mecánicamente todos los movimientos colectivos de los chicos. “No hablen”, “ahora recen”, ni siquiera faltó el “media vuelta!” para entrar a los salones por grupos.
Pedro lleva orgulloso el mote de amo y señor allí, por lo menos en apariencia. Y se nota que disfruta el relativo poder que ejerce entre los alumnos. Su autoritarismo a veces se disfrazaba de simpatía demagógica para relacionarse con nosotros.
No hubo forma de hacerle entender que nuestra propuesta no era cerrada ni estructurada, ni que por el contrario, apelábamos a delinearlos junto con ellos. Por su parte, no pudo disimular que a él le interesaban “estos talleres” para después mostrarle a la supervisora lo que ellos hacían en la escuela.
Pese a que estábamos hechos trapos, decidimos quedarnos y aprovechar esos cuatro días sin talleres escolares para conocer el lugar, charlar con la gente, hacer entrevistas. También planificamos dos actividades informales con los chicos: una primera juntada para conocernos y mostrarles la biblioteca itinerante. La segunda actividad consistía en la proyección de una película para todo el pueblo, para lo que necesitábamos un lector de DVD, porque la frustrada experiencia en Hersilia nos mostró que no podíamos proyectar desde la notebook.
La cuestión es que mientras intentábamos colectivizar el diagramado de los talleres, Pedro anotaba en un papel. Y comentaba en voz alta: “fecha, miércoles 23 de marzo”, “nombre completo de cada uno”. Pensamos que estaba rellenando algún papel formal de planificación escolar. Al tiempo nos lo pasó para que lo firmemos. Al leerlo no pude dejar de sorprenderme. Era una “garantía formal” de que nos dejaba “en  perfecto estado” un DVD marca tal, modelo tal; y que nos hacía responsables de lo que le ocurriese. Estábamos hablando del DVD que le pedíamos para proyectar una película, para no estar al pedo durante los cuatro días en que ellos se iban, y de los que no nos avisaron absolutamente nada.
Ese mismo día se sucedieron varias cuestiones de la misma talla que no valen la pena nombrar.
Antes de que se vayan le dí una plata para que me trajera en lo posible un líquidoirefrigerante. Además le hice una lista de cosas “por si las llegaba a conseguir”, que no eran imprescindibles, pero que ayudarían a la realización de los talleres. Alertado por la Sofi, que presenció la escena, le aclaré que eran todas cosas que quedarían en la escuela.

JUEVES 24 DE MARZO (día de la Memoria Popular). DÍA 19.

Toda la noche con la Sofi nos la pasamos vomitando, mientras el frío te calaba los huesos.
Al día de hoy no seguimos riendo de lo rotos que estábamos esa mañana, caminando como dos zombis mientras parábamos a vomitar, en busca de un agua mineral o un Gatorade. La misión fue imposible, pero una amable vecina nos convidó hojas de coca para un té aliviador. La enfermería completa se había ido también hasta la próxima semana.
Lo cierto es que al mediodía ya no dábamos más, y alcanzamos a decirles a los chicos que simpáticamente se acercaron al auto que suspendíamos la actividad de la tarde. Los motivos saltaban a la vista. Y acá no por victimizarnos, pero además del mareo, los vómitos y el temblequeo, el dolor de cabeza no nos permitía ni siquiera hablar.
Como pudimos organizamos todo para salir a Susques, en donde por lo menos podríamos tomar agua mineral. La Sofia preparó todo adentro del Aguará, mientras que yo estuve debajo del auto cambiando el agua del radiador y las abrazaderas de la manguera que perdía hacía días.
Al llegar a la metrópolis, tras más de dos horas de viaje, nos pusimos a ver precios de hospedajes hasta recomponernos un poco. Elegimos un hotelito retirado pero lindo, donde la boliviana que lo regenteaba nos atendió como una madre. Tuvimos tiempo para acercarnos al hospital del pueblo, donde la enfermera de guardia nos puso al tanto de lo “bravo” de los 4.700 metros de altura sin estar acostumbrados. A la Sofi le dio un poco de oxígenoi y a mí unas gotas para los vómitos.

VIERNES 25 DE MARZO. DÍA 20.
SÁBADO 26 DE MARZO. DÍA 21.

Con dos noches de cama buena, baño y relativo descanso los cuerpos se nos fueron mejorando, lo mismo que el humor. Cabe aclarar que esta climatización la estábamos haciendo a nada menos que 4.100 metros sobre el nivel del mar. El hijo de la señora del hotel nos contó que la única vez que él subió a Olaroz, terminó convulsionando e internado por los síntomas de la altura, y él es de Susques.
Aprovechamos para usar Internet, subiendo las primeras actualizaciones en la web desde que salimos. Hablamos mucho, nos mimamos y conocimos gente interesante que pasaba por allí antes o después de cruzar la frontera con Chile. Como este paso es aislado, agreste y hermoso, lo más exóticos vehículos y conductores lo transitan permanentemente. Así vimos pasar motos de todas las cilindradas y formas, bicicletas, Citroen 2CV, Estancieras, autos antiguos y espectaculares casas rodantes europeas.

DOMINGO 27 DE MARZO. DÍA 22.

Pese a que la gerenta boliviana nos regalaba la tercera noche de hospedaje –además de empanadas caseras- decidimos dormir en el Aguará, estacionado en la parte de atrás del hotel.
Esa tarde volveríamos a Olaroz, después de mucho pensarlo. Realmente esas dos noches allí no las pasamos bien, y la actitud de este maestro Pedro no invitaba tampoco. Aunque suene demagógico, fue realmente las expectativas de los chicos lo que nos motivaba a volver.

LUNES 28 DE MARZO. DÍA 23.
MARTES 29 DE MARZO. DÍA 24.
MIÉRCOLES 30 DE MARZO. DÍA 25.

Dejé pasar el tiempo y ahora no puedo escribir sobre estos tres días en Olaroz. En un principio había escrito algo, pero no me convencía poner las sinceras impresiones acerca de este tipo Pedro. Tenía algunas dudas al respecto.
Solamente decir que, pese a esto, todo en Olaroz terminó siendo soñado. El resto de los maestros, el lugar, y sobre todo los chicos hicieron que nuestra estadía primero se normalice, y después la disfrutemos íntegramente.
Cuesta un poco creerlo tras relatar las peripecias de los 4700 metros durante las primeras noches, pero el vínculo que formamos con los chicos, cómo nos trataban, el compartir desde adentro unos días de su cotidianeidad tan diferente, entre otros motivos, hizo que nos encariñáramos profundamente con Olarzo. Sumado a eso, la riquísima historia de la comunidad aborigen, más tarde la de la explotación minera y actualmente la del litio en la salina de abajo del cerro, le dan una identidad que marcó y marca la sugestiva vida social del pequeño poblado.
De día trabajamos mucho en los talleres –que salieron muy buenos realmente- y de noche proyectamos películas y salimos a hacer observaciones con el telescopio. Las caras y los gestos de los chicos al ver a Saturnoi hicieron que valga la pena el tornillo arrasador de las noches olarenses.
De más está decir que los chicos convivían casi todo el tiempo dentro y en los alrededores del Aguará con nosotros, más allá del tiempo escolar.
El último día los más grandes no tomaron clases para llevarnos a un viejo socavón donde extrajeron oro un tiempo atrás. La caminata por entre las piedras en patota fue encantadora, y el entrar a la caverna oscura y silenciosa, donde te recibía una llama disecada “para la buena suerte del que se adentre”, un halo de misterio empañaba la vista, y los pasos se hacían cortos en medio del griterío despreocupado y feliz de los chicos. De ahí nos fuimos a caminar cuesta abajo buscando la tierra negra donde aparece el oro. Supuestamente.
Qué bueno, decíamos, que alcanzamos a ir ahí antes de dejar el inclinado pueblo de Olaroz.
Para la despedida, tras varias fotos grupales con el Aguará de fondo, todos los chicos corrieron atrás nuestro, saludando con las sonrisas más puras y sinceras que vimos.
La crónica de Olaroz es un ejemplo de lo que se pierde al dejar pasar los días sin registrar. Por eso los detalles, momentos especiales y emociones sólo quedan adentro nuestro, imposibles de compartirlas. Seguiremos intentando corregir estas macanas.

JUEVES 31 DE MARZO. DÍA 26.

San Pedro de Atacama es un lugar realmente hermoso. Está a 2.500 metros sobre el nivel del mar y tiene firmes leyes para preservar el patrimonio del lugar. Por ejemplo, en todo el centro no se puede entrar en vehículos motorizados.
Allí es todo absolutamente pintoresco: casitas bajas de adobe muy bien cuidadas, aberturas finas, techos de barro y caña, callecitas de viejos adoquines, veredas ínfimas, faroles con postes de madera. La plaza principal, que bordea la iglesia de principios de 1500 cuyos muros de adobe alcanzan el metro de ancho, tiene grandes pimientos y molles que arrojan una necesaria sombra fresca.
El lado B de toda esta escena de postal es que absolutamente todo está proyectado para un turismo hiper elitista, carísimo, armado artificialmente, en inglés. Todo lo que se ofrece es mercadería, y a precios inalcanzables. Por eso resaltan entre medio de las casa viejas, los rebaños de cabras y las calles de tierra, suculentos hospedajes y restaurantes, en los que –eso sí- la decoración no deja ningún detalle librado al azar.
Para darse una idea, para la sociedad chilena éste es uno de esos puntos donde los jóvenes van a hacer unas temporadas para “pasar al frente”. También hay muchos extranjeros erradicados acá, de esos que cuando les preguntás de dónde son no dudan en decir “de acá” en sus tonos autóctonos.
Pero más allá de la sociología de la urbe, tanto la historia como el paisaje de los alrededores son fascinantes.
Esto era un paso obligado por de los pueblos atacamas en sus rutas del actual norte de Chile. Convivían varios grupos con relativa armonía hasta la conquista primero del imperio inca –hacia 1400- y un siglo después de los españoles, quienes realizaron un genocidio y esclavizaron a los sobrevivientes.
Mucho más adelante en el tiempo la zona vivió de la explotación salina, dada la geografía de la zona. Ello también le imprimió características propias que aún conserva.
En las afueras de San Pedro hay decenas de excursiones que, más allá de los precios ostentosos, valen la pena. En nuestro caso fuimos a varios lugares, pero siempre por nuestra cuenta.
Después de caminarla bastante, y como precisábamos consultar unos mails y en la plaza principal -que hacía alarde de contar con tecnología Wi Fi- no hubo caso, nos metimos en un cafecito. Algo sedientos y con poca plata, pedimos una cerveza. La moza nos explicó que no podía vendernos alcohol sin comida, por lo que nos vimos “obligados” a pedir también algo “económico” para comer. Lo cierto es que pagamos una fortuna (solamente la cerveza chiquita valía 30 pesos argentinos, unos ocho dólares) e Internet nunca anduvo, y el pucho me lo tuve que fumar afuera bajo la humareda de un fogón puramente decorativo.
Así nos recibió San Pedro.
Y aún así era hermoso.

VIERNES 1 DE ABRIL. DÍA 27.

Todavía no sabíamos si iríamos a Antofagasta. Debíamos ir para visitar el gran observatorio de El Paranal, un poco más al sur, para encontrarnos con la gente de la ESO y ver si podíamos recuperar la encomienda de cosas que nos habían mandado a Argentina y que todavía estaba retenida en la Aduana porteña, y además echarle un vistazo a algunas cosas del auto, como el consumo desmedido de combustible.
Tras varios llamados y mails cruzados, todavía no sabíamos qué hacer. El itinerario seguía hacia el norte, y la histérica Antofagasta queda unos 260 kilómetros al sur de San Pedro. Entre el ida y vuelta con este vehículo había que estudiar un poco el asunto.
Mientras tanto, esa noche teníamos una actividad muy especial: un astrónomo francés y otro canadiense que organizan excursiones astronómicas cerca del pueblo nos invitaron a ir con ellos tras conocer el proyecto.
Cuando pasamos por la oficina céntrica donde toman las reservas y comprobamos lo serio que venía el asunto, más las fotos de los diez telescopios con los que “nos acercaríamos” al cielo no lo pudimos creer. Los segundos y los minutos se hacían eternos hasta las 23, hora programada para el encuentro.
Cenamos en la “sala” el siempre rico, sano, creativo y económico menú de la Sofi y ansiosos nos fuimos para la plaza principal cerca de las 21.30. Allí, como todos los viernes de marzo, unos vagos proyectaban películas y cortos al aire libre. “Es una forma de resignificar este espacio público, y que la gente se lo apropie”, nos dijo Rodrigo al término, uno de los organizadores.
Media hora antes que el micro que nos pasaría a buscar ya estábamos en la parada. Llevábamos dos mochilotas cargadas al máximo: mucha ropa de abrigo, una notebook, láser con pilas de repuesto, varios mapas estelares, catálogos Messier, libros, cuadernos, máquina de fotos, de filmar, trípode, linternas de luz roja, botellas con agua y chocolate para convidar nos impedían caminar sin llamar la atención.
Esa noche fue soñada, el cielo más lindo jamás visto se nos abría sobre nosotros. Estrellas, constelaciones, galaxias, planetas y objetos de espacio profundo se sucedían en la espesa negrura panorámica de la noche abierta, mágica y mística, seductora, desértica.
Al este la cordillera y el gran volcán Licancabur, el “cerro del pueblo”, omnipotente, majestuoso. Sobre el horizonte oeste ya cayendo la constelacióni del Orión con sus perros de caza, también omnipotente, majestuoso. Cerca del cenit Saturno y sus anillos coqueteaban con la brillante Spica, en la constelación del a Virgen.
Una guía relató de manera ágil y sencilla nociones básicas pero interesantes a ojo desnudo.
Pero al término llegó su marido, el astrónomo francés, quien nos invitó al “paseo de los telescopios”. De allí en más lo que siguió es difícil de describir. Nos comentó el galo que esa es justamente una cualidad del espacio nocturno, que a inconcientemente nos cuesta relacionar lo que vemos con imágenes mentales ya procesadas.
De a uno y con información precisa fuimos pasando por los telescopios refractores y reflectores inmensos, a través de los que vimos a Saturno con sus anillos y algunas lunas, al cúmulo globulari Omega Centauri, la activa nebulosai Etha Carina, la Tarántula –cerca de la Nube de Magallanesi Mayor-, la Cajita del Joyero –pegadita a la Cruz del Sur-, la resplandeciente Sirio, la binariai Alpha de la Crux y otras tantas maravillas celestiales.
La Sofi aprovecho la oportunidad para sacar unas fotos impresionantes.
El cierre fue en ronda, en una sala desde donde también veíamos la esfera celeste, con un delicioso chocolate caliente y una charla alusiva no menos interesante.
Les dimos postales y almanaques y les agradecimos profundamente la invitación. Quien ande por San Pedro de Atacama no se pierda esta sugestiva propuesta. (web)

SÁBADO 2 DE ABRIL. DÍA 28.

Sin ninguna intención de pagar una excursión, emprendimos viaje al Valle de la Luna. Hace años habíamos ido en carpa a su tocayo argentino, en la provincia de San Juan, y nos había impactado.
Este es algo totalmente distinto. Primero visitamos una suerte de museo sobre la región, en donde lo que más nos interesó fue la historia social del lugar en la época dorada de la minera de sal. Allí los trabajadores vivían y sobrevivían en un clima totalmente adverso, bajo condiciones laborales no más compasivas.
Ya en el Valle nos adentramos caminando a unas cavernas subterráneas totalmente a oscuras, en las que las paredes, el piso y el techo forman figuras surrealistas. Los colores, aromas y hasta los ruidos de la roca crujiendo mientras se dilataban tras el frío de la noche, completaban una escena lunar.
Trepamos, caminamos, nos arrastramos y nos tiramos por enormes dunas de arena. Sacamos cientos de fotos y descubrimos texturas únicas dadas por los cristales de sal, la erosión del viento y la arena.
Nos seducía la idea de quedarnos sobre un médano a ver la puesta del sol, pero apenas había pasado el mediodía y queríamos visitar otros lugares.
Pasamos por el hermoso valle verde de …, literalmente un oasis en medio del desierto. Tras ver la muestra sobre las ruinas de Tulor, decidimos no recorrerlas porque la entrada se nos hacía cara y nos comentaron que era corto el recorrido.
De allí nos fuimos al Pukará de Quitor, la antigua defensa estratégica del ese pueblo, vecino a San Pedro. Llegar allí solamente ya la pena por el camino atravesando el río zigzagueante que forma el valle. En uno de esos cruces nos encontramos con una familia con la que habíamos charlado el día anterior, bañándose en el agua.
El Pukará es administrado por los propios lugareños, quienes de reafirman como pueblo originario. La familia que estaba cobrando la entrada, al enterarse del proyecto Miradas nos invitó a pasar, al igual que en el Valle de la Luna. Subimos a duras penas hasta la cima del cerro, desde donde la vista panorámica duele a los ojos de lo hermosa.
La historia de las batallas en esta defensa militar es fascinante, y se la puede conocer en
Al bajar pasamos a buscar a los chicos de la familia que estaba en la entrada, quienes querían conocer el auto por dentro. Estuvimos un buen rato con los dos hermanos y un primo, y su incondicional perro Roky. A todos les dejamos postales.
Foto
Volvimos a san Pedro para encontrarnos con Rodrigo, quien accedió de buena onda a que nos copiemos lo que sus películas y cortos que pasa al aire libre y de manera gratuita.
Por otra parte, como jugaba NOB – Arsenal nos fuimos al bar donde trabaja este cineasta y allí hicimos ambas cosas, teniendo mejor suerte para copiarnos los videos que para el fútbol.       
A la noche, mientras la Sofi preparaba de comer y yo estaba en el baño ocupadísimo, nos golpearon la puerta. Como paramos todas las noches en el Estacionamiento Municipal, donde además de un gran mercado de artesanías y verduras teníamos de vecinos a otros “rodanteros”, pensamos que era algunos de estos, con quienes intercambiamos información de rutas y lugares de interés.
Resulta que los tres chicos de la entrada al Pukará de Quitor, junto con su madre y el perro Roky estaban parados tímidos, prolijamente arreglados. Tenían que venir al pueblo y aprovecharon para traernos un regalo. Dentro de un sobre blanco, una bellísima postal de su orgullo el Pukará, y en el reverso, de puño y letra dulces palabras de aliento y buenos deseos. (poner textual)

DOMINGO 3 DE ABRIL. DÍA 29.

A media mañana zarpamos para la Reserva Nacional los Flamencos, unos 35 kilómetros más allá de Toconao, al sur de San Pedro.
La salada laguna Chaxa representa un sitio sumamente hostil para casi cualquier especie animal o vegetal. A pesar de esto, y por la tristemente célebre selección natural algunas bacterias mono y bicelulares pudieron adaptarse al lugar. Así fueron inmigrando algunas aves, entre las que destacan por su fina estética tres especies de flamencos.
Una bióloga chilena que nos encontramos, nos explicó algunas cosas sobre ellos, y sobre la cadena de lagunas saladas de la zona, cada una con distinta función en la vida de los picudos amigos rosados.
Para conocer más: http://www.sanpedroatacama.com/novedades_h82.htm
A la vuelta encaramos para Calama, a cien kilómetros al poniente de San Pedro de Atacama. El camino es alto, sinuoso y fue poco feliz para el Aguará, que trepaba las cuestas en segunda y humeando negro pidiendo oxígeno.
Tardamos unas tres horas en llegar por fin. Por eso, y porque nos enteramos que ya no estaba permitido, suspendimos la ansiada visita a la mina de Chuquicamata, la más grande de cobre a cielo abierto y emblema –para algunos dorados, para otros oscuro- de la historia de la explotación del mineral en Chile.
Por sugerencia de la madre de Araceli, de la red de hospedaje gratuito Couchsurfing, estacionamos el auto en una estación de servicio que tiene cuatro playeros: un chileno, un peruano, un boliviano y un argentino, a quien la convidamos un alfajor Havanna.
La familia de la “chica Couch” nos pasó a buscar para invitarnos a tomar algo a su casa. Nos contaron que tienen cinco hijas mujeres, que todas nacieron en Chuquicamata, donde vivían desde hacía décadas. Tienen tal nostalgia sobre su pueblo desaparecido, que se les llena los ojos de lágrimas con sólo nombrarlo. La historia viva de este pueblo arrasado por la codicia fue algo que nos conmocionó desde que la escuchamos nombrar por primera vez. Como a los días fuimos a conocerlo, dejamos este tema para más adelante.
Nos fuimos a dormir a la estación, y a la hora cayó la madre junto con su hija Daniela, hermana de Araceli, que acababa de llegar  de Antofagasta y nos invitaban a que durmiéramos en su casa, pero preferimos quedarnos en el Aguará.

LUNES 4 DE ABRIL. DÍA 30.

Nos pusimos al día haciendo algunas compras en el supermercado, llenamos la alacena (no hace falta hacer muchas compras para eso), fuimos al banco para ver si respondían las tarjetas, o mejor dicho nosotros operando con ellas.
En la ciudad nos interesaba más que nada visitar la minia de Chuquicamata, y definir si íbamos a ir a alguna de las escuelas rurales de la zona, con las que habíamos hablado antes de partir. Para eso también debíamos ir a buscar la “autorización” a la Corporación Municipal de Desarrollo Social, y a la sede local del Ministerio de Educación de la Provincia de Loa. Al parecer acá son bastante rigurosos con los trámites burocráticos.
Aprovechamos la ciudad para ponernos un poco al día con Internet, sobre todo actualizar la página y subir cosas a Facebook. En la verdulería cosas increíbles, y algunas nos animamos a comprar, como flores comestibles. Cuando decimos “nos animamos” no es sólo por lo exótico, sino también por los precios.
Lo cierto es que el único lugar con Wi-Fi en todo Calama es un comercio del shoping, la atracción de lugar. Pese a que no podíamos sólo tomar un café (la moza quería que nos sirviésemos un menú con muchos ceros atrás de un dígito que podía ser cualquiera del uno al nueve), el dueño nos permitió consumir lo mínimo, con espuma.
Hicimos varios llamados en incómodos teléfonos públicos, sobre todo para definir si íbamos o no a Antofagasta a buscar la encomienda de la ESO y resolver a qué escuela iríamos. También averiguamos acerca del tour a la mina de Chuquicamata.
Acá en Chile las normas de vialidad son rigurosísimas, al punto de que un peatón cruza sólo por la senda peatonal y casi sin mirar si vienen autos, ya que éstos frenan automáticamente para darle el paso. Los conductores, por su parte, al ver un “discoi(cartel) pare” frenan hasta poner punto muerto aunque vean que no viene ni el loro.
Prácticamente toda la ciudad vive de la minería, habiendo casi veinte establecimientos privados y estatales en la zona. Chuquicamata es lejos la más grande, de hecho es la mina a cielo abierto más grande del mundo. Esto le da a la ciudad características singulares, como el estar colmada de pick-up 4x4 rojas, cabina y media, con una gran antena flexible doblada y agarrada hacia atrás y las dos grandes cuñas metálicas amarillas para frenar las ruedas en pendientes, agarradas exactamente de la misma manera al mismo lugar.
También las calles están repletas de trabajadores con la misma vestimenta reglamentaria: caso, overol azul entero con las bandas refractivas atrás, guantes y borceguíes. Es un espectáculo conmovedor ver los colectivos repletos de mineros cansados y sucios después de la sacrificada jornada laboral, y es imposible no venirse a tantas canciones y poesías que denunciaron la explotación del cobre como causa de la pobreza del pueblo chileno.
La ciudad se mueve en torno a la mina. Según cuentan, hay plata acá, en comparación con otras ciudades chilenas. Llegan de todo el país y de la vecina Bolivia a trabajar directa o indirectamente con la minería.
Al igual que otros lugares que tienen la fortuna o la desgracia de contar en su suelo o subsuelo con materia prima ansiada por el capital internacional, hay también muchas formas de gastar la plata fácil. Casinos, tragamonedas, bingos, clubes nocturnos, autos importados últimos modelos y grandes y luminosos centros comerciales dan una estética de falso Primer Mundo. Mientras que todo el resto se encarga de recordar que después del sueño inapelablemente se vuelve a la realidad de polvo y tierra.
Por otra parte, al haber mucha inmigración económica y pasajera, la inversión en movidas culturales, artísticas o humanistas es escasa en relación al tamaño de la ciudad.
Pasado el mediodía fui a averiguar los precios de una lavandería de ropa en la zona donde estacionábamos. Después de mucho terrerío en Olaroz y San Pedro de Atacama teníamos cinco kilos de ropa. No alcanzó a decirme 2.500 pesos el kilo que ya había pegado la vuelta.
Estando en el Aguará con a Sofi, el empleado de la lavandería nos vino a buscar: “Traigan la ropa a la 18.30 en punto, y a las 20 la vienen a buscar. No les cobro nada”. Había visto el auto y se interesó en el proyecto.
Puntualmente, primero fui sin la ropa, para constatar que no estaba el dueño. Cuando la llevé me quedé hablando un rato. En una especia de catarsis desmedida para un pibe tímido, me contó que no había hecho absolutamente nada de su vida, y que no le encontraba el sentido, y que querría hacer algo como lo que hacíamos nosotros. Su compañera atrás contenía la risa.
Yo nunca fui bueno para el consuelo, y menos a un desconocido que me dejaba perplejo en el asombro. Pero charlamos un buen rato ahí, y al ir a buscar la ropa, que hasta había planchado. Le dejamos 2.000 pesos.
Sin poder nombrarlo por cuestiones obvias, agradecemos sinceramente este gesto, más teniendo en cuenta la valentía y rebeldía del flaco, que además resultó ser un flor de tipo.
A la noche nos pasaron a buscar Daniela y Araceli, a quien no conocíamos más que por la red. Fuimos a su casa y comprobamos, además de lo enérgicas y divertidas que son, cómo toman! No pudimos seguirle el ritmo de lata de cerveza tras lata de cerveza. Aunque la Sofi hizo un buen papel. En zigzag volvimos caminando por la tranquila Villa Yacimiento hasta nuestra gran casa inflamable.

MARTES 5 DE ABRIL. DÍA 31.

En el estacionamiento de Codelco, la firma “estatal” que explota la mina de Chuquicamata, nos encontramos cuatro casas rodantes enfrentadas: un furgoncito Mitsubishi con un fuelle en el techo en el que viajaba una parejita de suizos, una combi Volskwagen T3 con un espacio cerrado de fibra de vidrio que alargaba el techo agarrado como un portaequipajes conducido por una pareja de suizos grandes y un súper camión Mercedez Benz reacondicionado a motorhome, en el que viajaban turistas alemanes por un año por varios países de Sudamérica, conducido por sus guías también germanos.
Pese a que éramos los únicos sin reservas previas, pudimos subir igual al bus que nos llevaría de “excursión”. Personalmente estaba insoportable porque hacía tiempo que quería conocer la mítica mina, y el hecho de que nos llevara la propia empresa que la explota nos resultaba algo paradójico pero interesante.
Primero visitamos la vieja ciudad de Chuquicamata, “el antiguo Campamento”. Este es un pueblo fantasma tal y cual se lo ve en una película barata. Llegó a tener 25.000 personas y una vida sumamente activa: un teatro -imitación de uno de Virgina, Estados Unidos-, hospitales, casas impresionantes, un centro comercial, una iglesia, un estadio de fútbol con las cuatro tribunas laterales, escuelas, correo, mutuales, bares, clubes sociales, bancos. Hace unas décadas tuvieron que desalojarla forzadamente. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) “cuestiones de salud ambiental” no puede haber población estable a menos de diez kilómetros de cualquier mina, y esta estaba a sólo uno. Pero más allá de la normativa, los colosales montículos de desperdicio de la explotación minera comenzaron a avanzar descontroladamente por sobre la ciudad. Actualmente, bajo estas grises montañas de desechos quedaron el hospital y cientos de viviendas.
Caminar por el Campamento es escalofriante. Si bien la última familia se fue de allí a principios de 2004, parece que todos se hubiesen ido la noche anterior. Hay casas que conservan los muebles en su interior, pese a que todo etsá tapialado con grandes carteles de “No pasar”. Los vidrios están casi todos rotos y de las paredes y los techos se están encargando el tiempo impiadoso y el viento asolador. Sólo el chillido de algún cartel que se columpia pese al óxido rompe el silencio, y un gran Pinocho de chapa y hierroitodavía sonríe en la plaza principal, como todavía esperando a los chicos.
El guía cuenta que allí no había propietarios, todo pertenecía a Codelco, para quien él trabaja. No había que pagar impuestos ni alquileres. “Como todos quisiéramos vivir”, agrega. “Yo no”, pensé.
De ahí volvimos a subir al bus para bajarnos en un mirador sobre la gran mina. Desde el viejo Campamento se pasa por una serie de talleres y galpones, atestados de grandes máquinas norteamericanas despintadas y oxidadas, arruinados por el clima, que eran de la primera etapa de explotación, a principio del siglo pasado.
La mina no es más ni menos que un gran hueco en la montaña, desde cuyo corazón salen sin parar monumentales camiones cargados de piedra. Mide seis kilómetros de largo por cuatro de ancho y uno de profundidad. Desde el mirador, uno se para frente a este paisaje de ciencia ficción, en el que escalonadas paredes llevan hasta lo profundo de la tierra, y desde donde los camiones se ven como puntos moviéndose lentamente.
Estos camiones son diseñados especialmente para esta mina. Hay alemanes y japoneses. Miden nueve metros de alto por ocho de ancho, y de largo deben tener por lo menos diez. Solamente la rueda puede alcanzar los cuatro metros de altura. Una sola rueda cuesta 500 mil dólares y dura no más que un año, y el camión más barato cinco millones de dólares y tiene una vida útil máxima de una década. Consumen un litro cada veinte segundos; es decir, tres litros por minuto (Y yo me quejo del Aguará!). Por eso llevan entre las ruedas enormes tanques de cinco mil litros de “petróleo”, como le dicen al gasoil.
Las camionetas rojas que se ven por toda la ciudad con las largas antenas de tres metros, no pueden pasar a los camiones a menos que ésos le ceden permiso por radio. Las antenas no son más que para que los vea, por lo mismo que no puede acercarse a menos de setenta metros desde atrás. También a causa de la poca visual, todos los vehículos manejan por el lado izquierdo, como en Inglaterra.
La mina trabaja las 24 horas, todos los días del año. Salen de allí mil quinientas toneladas de cobre puro por jornada. Chile es el principal exportador de cobre del mundo, con el 46 por ciento del total mundial. Su principal comprador es Asia, en especial China, que utiliza el metal sobre todo para la tecnología de la comunicación.
Si bien la mina es “estatal”, aquí el estado es entendido como una gran empresa, y Codelco el espacio productivo con el que se pagan los favores. Por eso muchos altos mandos del Directorio son amigos o beneficiarios políticos. Esta mismo lógica empresarial es la misma que determina la política de “te doy un garrotazo, y después un caramelo”, como nos comentan acá. Por eso la mina se lleva casi la totalidad de la ya de por sí escasísima agua de la zona, comprando especulativamente y uno por uno los derechos particulares de los lugareños, y a cambio siempre mantiene una placita, o subvenciona algún proyecto artístico. Incluso los derechos de la minera sin simbólicos, porque extrae el agua directamente de las fuentes, mediante kilométricos tubos que cruzan en línea recta la geografía desértica. Nos explican que allí “es imposible controlar las toneladas de agua consumidas”.
En términos ecológicos la explotación minera depreda literalmente la naturaleza. Dinamita en proporciones incalculables la montaña, la exprime arrancándole su corazón que cotiza en las bolsas del mundo, y a cambio deja las napas, el agua de los lechos y el aire totalmente contaminados. Para darse una idea, en el mismo tour organizado por la empresa obligan a estar vestidos con mangas largas, por el arsénico que yace en el aire.
La visita a Chuquicamata fue impactante. Propia de una película de ciencia ficción: con todo un pueblo totalmente abandonado, evacuado de la noche a la mañana, rigurosísimas normas de seguridad que impiden absolutamente todo allí, y una sobrenatural empresa con domina con sus tentáculos cada detalle de la producción, como un gran ojo que todo lo ve. Sumado a esto, filas interminables de monstruosos camiones de otro planeta entran y salen de la montaña cargados de la piedra que más tarde recorrerá el mundo en forma de cobre. Así día y noche, como un gran reloj en el que no puede fallar ni retrasarse ningún engranaje.

MIÉRCOLES 6 DE ABRIL. DÍA 32.

Todavía impactados por la visita a la mina más grande del mundo a cielo abierto, ese día nos dedicamos a solucionar algunas cositas del auto, y cumplir con todas las normas y trámites burocráticos para poder ir a la escuela de Lasana.
Sin entrar en detalles, vamos a decir que nos la pasamos yendo y viniendo entre la Corporación Municipal de Desarrollo Social (Comdes) y la sede local del Ministerio de Educación de la Provincia de Loa. Vamos a decir que en ambos lados nos trataron muy bien, y que no sólo nos autorizaron a ir a la escuela, sino que además avalaron oficialmente el proyecto, algo que no es fácil de lograr por lo que nos comentaron el las mismas dependencias gubernamentales.
Así que más allá de las largas esperas y el tener que moverse y estacionar el Aguará en pleno centro calameño, no podemos quejarnos.
Pero hacía tiempo que teníamos ganas de irnos ya de la ciudad. Y cada cosa hacía que nos demorásemos un día más.

JUEVES 7 DE ABRIL. DÍA 33.

A la mañana fueron a buscarnos a la estación de servicios los padres de Araceli, para ver cómo estábamos. Así que aprovechamos para agradecerles sinceramente su buenísima onda.
Volvimos a las dos dependencias oficiales a buscar papelerío y por fin encaramos para Lasana. De camino pasamos por varias canteras de mármol y piedra, y un por pintoresco cementerio de mascotas. También, al igual que en todas las rutas que viajamos en Chile, una tras otra se suceden las capillitas, altarcitos y cruces coloridamente decorados y llenos de flores de plástico.
Atravesamos Chiu Chiu, y a los pocos kilómetros tomamos por un camino de tierra hacia nuestra izquierda. Nos habían avisado que es complicado porque por tramos tiene el ancho de un sólo auto, y es camino de cornisa. Si viene alguien de frente, y se alcanza a pararse sobre los frenos, hay que retomar marcha atrás copiando el caprichoso zigzag.
Pero así y todo, al tomar este camino nos adentramos en una valle surcado por dos grandes cerros de piedra, en donde el río que lo generó da “harta” vida colorida y fresca. Curva tras curva, las vistas van endulzando a los ojos, y uno no se cansa de asombrarse con lo resplandeciente del valle. En un ancho que debe promediar los cien metros, aparecen casitas diseminadas, con sus respectivas fracciones de siembra, todas diversas y multicolores. Llamas, burros y caballos se entreveran por los maizales, y de vez en cuando se ven agricultores labrando a pura mano.
El verdor, el agua y las cosechas son un berretín de la naturaleza que desentona completamente en el cuadro desértico del resto de la zona.
Bordeamos de un lado todo el valle sembrado y vimos casitas esparcidas alegremente sin orden alguno. Después nos contaron que esa es la razón por la cual Lasana es un “valle”, y no un “pueblo”. Será por las mismas condiciones geográficas que hubo y hay una fuerte presencia aborigen, precisamente en el mismo sitio donde hoy se emplaza el “centro” de Lasana, si le cabe el concepto, ya que como dijimos es una característica poblacional el no agrupamiento en términos nucleares.
Lo cierto es que, en el camino que apretaba al Aguará de arbustos y a veces grandes piedras -que se erigen en contra de las leyes de la gravedadi-, pasábamos casitas de tanto en tanto. Esperábamos encontrar en algún momento este “centro”. Pero fue inútil. Por eso, tras preguntar, cruzamos por primera vez el cauce del río a través de un viejo puente. Habíamos visto a lo lejos las edificaciones de un pukará: construcciones de los pueblos originarios de Sudamérica, emplazadas en puntos estratégicos generalmente para la defensa de la población. Cuando atravesamos el río Lao caímos justamente a los pies de esta construcción del 400 d.c, y enfrente la escuela se nos presentaba muy alegre y cuidada.
Entre la escuela y el pukará hay una serie de casitas chicas y prolijas: en cada una se juntan y organizan los ancianos, las mujeres, y la Junta de Vecinos. También está el restorán El Tambo, que como el resto de los edificios y el propio pukará pertenece a la comunidad, y que esa tarde reabría con una invitación general y gratuita a un “once”, la merienda.
Cuesta escribir sobre Lasana, su gente y su escuela, porque hace poco más de un día que estamos y absolutamente todo nos tiene enamorados. Y aunque es poco tiempo, nos recibieron “como se recibe a un hermano” en palabras del Indio Solari, y nos inundan de información, vistas, historias, abrazos, comidas y estrellas. Por eso cuesta describir todo este ensueño sin caer en romanticismos e idealizaciones por las que más de uno me daría un cachetazo.
Pero, a costa de arriesgarme al golpe, vamos a contar primero que nos recibió Margarita, la directora y única maestra de la escuela, con quien ya habíamos hablado por teléfono desde Rosario y hace días desde Calama. En honor a la verdad, vamos a decir también que por pura casualidad dimos con ella, entre una lista de teléfonos de escuelas rurales de la zona que nos facilitaron hace varios meses.
Margarita estaba acompañada de sus cinco alumnos: Rusel, Caro, Isaías, Elizabet y Edmondo –su hijo-. La escuela consta de un gran terreno muy bien cuidado y mantenido por el auxiliar Néstor. Tienen huerta, varios juegos grandes y hasta una granja donde actualmente crían conejos y una alpaca, a la que llaman Fashion desde que ellos mismo le cortaron el pelo.
Pese a tener una matrícula mínima, hay varias salas relucientes y plagas de juegos, carteles, pizarrones, revistas; todo dispuesto ordenadamente en lindos muebles. A juzgar por lo que se ve en las paredes, trabajan bastante con la cuestión de la interculturalidad, y abordan también la historia prehispánica del pueblo atacameño y la lengua cunza.
Además hay una edificación para cada baño y otra para las duchas y vestuarios. Y una pequeña pero brillante cocina, donde Ana prepara desayuno y almuerzo bajo un estricto orden y limpieza.
La política del garrote y el caramelo de las empresas mineras de la zona fue el empujón material y económico para este proyecto educativo ambicioso. Y desde el primer momento se nota que los chicos aprovechan y disfrutan al máximo esta posibilidad, de la que obviamente la maestra y los padres son las piezas fundamentales.
Margarita es un encanto de persona, y tiene una formación general que le permite hablar de cualquier tema. Además tiene la virtud de saber escuchar, y de ser sumamente cariñosa con los alumnos. Es maestra rural hace muchos años al igual que su marido –también Edmondo-, que trabaja en la escuela de Chiu Chiu y todos los días la trae y la busca, ya que duermen en este último pueblo, pese a contar con una humilde pero cálida casa en la misma escuela de Lasana.
Tras entregarle la autorización oficial del Ministerio de Educación provincial, charlamos con ella un buen rato sobre ambos proyectos. Y enseguida comprendió el espíritu que nos motiva, porque además lo comparte.
Sentados alrededor de la pequeña mesa del comedor con los cinco alumnos, propusimos que cada uno muestre alguna cosa especial que sepa hacer. Así Isaías se dobló los dedos de la mano hacia atrás en un ángulo doloroso de sólo verlo, Carol hizo la “araña” curvándose elásticamente hacia atrás y Edmondo movió las orejas. Pero casi estallamos de risa cuando Rusel se ufanó de “rascarse los ojos”. Cuando le preguntamos cómo era eso, literalmente se tocó con un dedo el iris, como si se estuviese tocando la rodilla. Si bien lo antiséptico y peligros del asunto no ameritaban la risa,  su actitud decidida nos forzó a contenerla hasta el límite.
Fue uno de esos momentos en lo que, tras aclararle lo riesgoso que era, cada vez que nos acordamos nos da más gracia.
Margarita, nos presentó a Soledad, mamá de Caro. Petisa y morena, es una mujer de esas que desbordan bondad y alegría, y que es dueña de una gracia que acompaña con contagiosas carcajadas. Como miembro activa y orgullosa de la comunidad, esta semana le toca atender en la entrada-museo del pukará, donde de vez en vez cae un turista curioso.
Con Margarita no sólo nos invitaron a la “once” inaugural de El Tambo, sino que sin decirnos nada, en organizaron para que comamos allí “a cuenta comunal”.
Su hermano Cristian volvió a vivir acá hace dos meses con su mujer Carina, después de que ambos se recibieron de Maestros Interculturales bilingües. Los acompaña su hijita Quiyari de un año y medio y el bebé que gestan hace cuatro meses. Cristian, tímido, de macadas facciones indígenas, es un perfecto conocedor de la historia local y Carina, lo es sobre todo de los aymara, su orgulloso pueblo.
Margarita, su marido Edmondo que había llegado de Chiu Chiu, Soledad, Cristian y Carina, fueron durante todo el día nuestro grupo de “amigos” y fuente de rica y valiosa información local.
A la tardecita comenzamos a ver cómo de a uno o de a dos se iban acercando personas mayores, con su paso lento y alto encorvado, hacia El Tambo.
Al rato de charla y charla con nuestro grupo de amigos locales, también encaramos para la reinauguración.
El Tambo es un gran salón de paredes de piedras. Precisamente de ónix. Sí, todas las paredes están hechas con el ónix verdoso y vetoso de la zona. Nos comentan que son expertos en el lapidado de la piedra. Incluso en Toconao, donde estuvimos en la Reserva de Flamencos, le dan una terminación y un pulido tan perfectamente liso y a escuadra, que no precisan ningún mortero de unión. Acá si bien usan un barro tratado, las caras en bruto le dan un matiz agreste y exótico. A eso hay que sumarle el techo de tirantes de algarroba totalmente irregulares y curvos, que convergen en un gran pimiento no menos irregular que sostiene toda la estructura. Sobre eso se acuestan unas pajas gruesas llamadas brea, apretadas, y encima el barro que las une e impermeabiliza.
Todos los muebles están hechos con madera de la zona, y del otro lado de un gran ventanal de vidrio -cuyos marcos de madera copian las formas enroscadas de las paredes- dos cocineras sonrientes saludan, y con el saludo invitan a probar lo que sus manos hicieron.
Sobre un gran tablón nos fuimos sentando todos al lado del que toque. Era una invitación abierta, gratuita y sin otra intención más que mostrar cómo había quedado el local reacondicionado.
Al ir entrando nos convidaban caramelos, después, al sentarnos, papas fritas de copetín. Más tarde vino el tradicional té de zanahoria -de las huertas locales-, gaseosa, y las humitas más ricas y grandes que jamás probé, acompañadas de torta frita.
Casi todos en la gran mesa eran adultos mayores. Rostros cansados pero sonrientes, cariñosos. No vimos parejas, sino hombres solos y mujeres solas. Todos nos trataron dulcemente, y el once se fue consumiendo entre charla y charla con Edmondo padre y Cristian y Carina.
Nos contaron muchísimo de los pueblos atacameños y aymara, de las mineras y del pago por el “derecho al agua”, de cómo el plomo pinochetista afectó a la vida del lugar, y al conflicto con Bolivia y Perú por la salida al mar, entre otros temas que recuerdo.
Carina también nos contó acerca de parto “intercultural” con el que dio a luz a su “huahuita” Quiyari. Resulta que en el hospital de Arica y en el de Iquique, cansados de luchar inútilmente para que las madres den a luz en los establecimientos sanitarios en vez de en las propias casas o de las matronas del lugar; tuvieron la novedosa idea de realizar “partos interculturales”, en los que se propicia el nacimiento mediante técnicas occidentales y también tradicionales. Nos contó también sobre cómo hacen las matronas para cada momento del proceso, o ante alguna eventual complicación. Cómo calientan el cuerpo de la madre mediante infusiones de hierbas, cómo acomodan al bebé mediante precisos movimientos a la madre sobre una manta, cómo el padre tiene un  rol activo en todo momento, y sobre todo cómo dejaron de humillar a las madres paisanas al hacerlas bañarse, lavarse, rasurarse y otras tantos berretines médicos occidentales, como la anestesia peridural y más de una vez innecesarias cesáreas.
Sobre cada punto nos dejaron un bagaje de información impresionante, y sobre todo una mirada aguda y política con la que coincidimos. A muchos kilómetros, otra vez nos volvíamos a encontrar con pares.
Los encargados que la comunidad había dispuesto para regentear el comedor dijeron palabras cálidas de agradecimiento. Un comensal auguró buenos presagios para el emprendimiento gastronómico-cultural. Y el testimonio más emotivo lo dio una de las cocineras, de carita arrugada y sonrisa prominente. Cuando se le quebró la voz de la emoción, fue difícil para todos los presentes contenerse para ir a abrazarla.
Margarita nos presento públicamente, y nos dio pie para invitar a las actividades que programamos para el fin de semana. Comentamos brevemente qué estábamos haciendo allí, los invitamos a acercarse al Aguará en el momento que sea y agradecimos la invitación. Les contamos que nos sentíamos muy felices en Lasana e invitamos el sábado a las 21.30 a ver el cielo nocturno; mientras que para el domingo a las 15 a la proyección de una película para los chicos, y a las 19 para los grandes.
Pese a las insistencias de Margarita y su marido para que durmiéramos en su casa por la helada que caería de madrugada, dormimos como lechones toda la noche, o como lechones cansados.

VIERNES 8 DE ABRIL. DÍA 34.

Nos levantamos antes de las ocho. A la noche habíamos preparado todo para el taller, que duraría desde las 9 hasta la una, porque los viernes se van a las 14, tras almorzar.
Como siempre, del taller contará Sofía en la sección “Encuentros” de la web. Pero como nunca me contengo las ganas, adelanto que trabajamos de manera ideal, con un grupo de chicos reducido pero con unos vínculos tan sanos y puros, que nos enseñaron muchísimo.
Hicimos varias observaciones, charlas grupales y experimentos. Otra vez intentamos desarrollar un encuentro diferente a los anteriores. Y además, la escuela, el lugar, la maestra y sobre todo el grupo de alumnos permitieron y nos convidaron a hacer las cosas con otros tiempos, otro enfoque. Otras palabras. Otras miradas.
Después nos vinieron a buscar para almorzar en el Tambo, indiscutidamente a cargo “de la comunidad”.
Nos tiramos un rato, y después estábamos invitados a visitar el pukará con el asesoramiento histórico de Cristian. Estuvimos caminándolo cerca de una hora, y pese a problemas técnicos internos (cables, siempre clables) y externos (viento, siempre viento), pudimos entrevistarlo.
Próximamente aquí, la imperdible entrevista completa.
Después se amplió la patota con la llegada de Edmondo de Chiu Chiu y Soledad, quien a las 17 cortó su turno en el propio pukará. Así que, con Carol y Edmondo chico, más la huahuita Quiyari y la perrita Perla nos fuimos en banda en la camioneta a la Piedra de la Paloma, a unos kilómetros al norte por el río Loa.
Dos caracteres aparecen aquí como constantes en cada sitio que visitamos en Lasana: lo que nos impresiona del paisaje, y lo interesante de la información que aportan los lugareños. Un tercer elemento podría sumarse, y es el encantamiento que tenemos por los chicos y sus relaciones recíprocas.
A la vuelta nos invitaron a la casa de Soledad, así que nos bajamos a medio camino. Caminamos por entre los sembraos y cruzamos dos puentecitos improvisados sobre el flaco río Loa. Al llegar a la casa hecha de piedra y cuya pared trasera es la propia montaña, la charlatana Carol nos guió hacia el fondo para mostrarnos cómo crían conejos y los viejos corrales también de piedras. El perro Pululo venía detrás y delante de nosotros. Él corría lo que su dueña hablaba.
La casa humildísima levantada por el padre de Soledad y Cristian, revocada en barro y empapelada de recortes de revistas, estaba llena de vida. Sin que nada sobre, con lo que había, en el comedor prepararon té y huevos revueltos. Y otra vez, en torno a la mesa, la charla fue amigable y agradable. Formaban una familia especial, donde cada uno cumplía un rol bien definido. Nos sentimos muy bien tratados. Cálidamente tratados.
Volvimos caminando con la Sofi sin parar de maravillarnos con todo. Ya en el Aguará, intentamos en vano unas tomas a la bóveda celestei. A pesar de que el cielo no ayudó, pasamos un lindo momento sólo, en el medio de una oscuridad total en el que nos sentimos ínfimos en lo inestimablemente hondo de la penumbra que nos cobijaba otra noche más, a la intemperie pero a salvos.

SÁBADO 9 DE ABRIL. DÍA 35.

Cuando la cocinera de El Tambo llegó a preguntarnos por qué no íbamos, ya habíamos devorado unas pastas exquisitas hechas por la Sofi. Resulta que no sabíamos que hoy sábado también teníamos la comida cubierta. Insistió igual para traernos lo cocinado para que la comiéramos a la noche.
A las 14 llegó la gran Carol con más ganas de charlar que nunca. Con ella nos fuimos a caminar por el pueblo hasta llegar al museo. Allí estuvimos más de una hora. Tanto la ida como la vuelta esta damita de pelo negro, anteojos y un metro veinte nos contó de todo sin meter una pausa ni siquiera para respirar. Más de una vez con la Sofi nos tentamos, sin dejar de escucharla.
Al volver merendamos con ella y le hice una caricatura no muy buena, que aceptó entusiasmada, como está siempre.
Llegaron Cristian, Carina, Quiyari y Soledad, y otra vez en banda salimos en el Aguará a conocer los petroglifos. Volvimos por el camino de cornisa unos cuantos kilómetros y cuando dejamos el auto, Cristian nos llevó a trepar por los cerros y ver las maravillas talladas en la piedra por el pueblo atacameño en sus distintas etapas históricas, cada unas con su correspondiente correlación artística. Más allá de estas señas del pasado, el atardecer en el valle desde arriba de la montaña fue de sueño, y la visión panorámica del cielo en su plenitud de colores nos hizo callar a todos más de una vez. Dos arcoíris espléndidos completaron el espectáculo del ocaso.
Como discretamente el cielo se había tenido de gris con interminables nubes, decidimos resignadamente suspender la actividad nocturna con el telescopio. Así que fue que despedimos a Carina, Cristian y Quiyari y Sofía estiró mágicamente la comida cedida por El Tambo para dos, para compartirla también con Carol y su madre Soledad. Al rato llegó el querible y redondo Rusel, boliviano de ojos achinados, y su madre. Comida ya no había pero con unos postrecitos que nos quedaban lo arreglamos.
Otros que fueron llegando sin saber de la suspensión, incluido el presidente vecinal con su familia calameña entera, entendieron al mirar hacia arriba las razones y pegaron la vuelta.
 Ya tarde llegaron Margarita y los dos Edmondos. Para ese momento increíblemente el cielo se había limpiado, y otra vez la mágica oscuridad profunda le abría el telón a una gama infinita de astros resplandecientes.
Sin mucho pensarlo nos dispusimos a armar el escenario para contemplar la noche. Hicimos un recorrido apresurado por algunas nociones básicas y ya el grupo se había ampliado. La cocinera de El Tambo nos regaló saberes astronómicos populares de la zona, y los chicos no se cansaron de hacer preguntas.
Vimos varias cosas y como era de esperar la frutilla del postre fue Saturno, coqueto y deslumbrante con sus anillos y lunas.

DOMINGO 10 DE ABRIL. DÍA 36.

A la mañana vino Carol a hacer su tarea: un trabajo especial sobre Bolivia. Estaba esperándonos en el pukará, donde trabajaba por esta semana su mamá Soledad (asignada por la comunidad, quien administra el sitio arqueológico). Nada más lindo para nosotros que un domingo de mañana, soleado y fresco, en el Aguará mateando en un lugar hermoso, y con la visita de la loca Carol.
Al reto llegó Ana, la cocinera de la escuela. Ella tiene a su cargo a cuatro hijos y tres sobrinos. Nos pidió si podíamos ayudarle con la tarea a uno de ellos, Charli, que estudia en Calama. Así que el cuadro se completó con él y Carol haciendo sus tareas en la pequeña mesa del Aguará, casi en silencio. Ah, y la tarea de Charli era una presentación sobre la atmósferai nada más y nada menos que un papel afiche, que desbordaba la mesita por todos lados. Como tenemos varios libros alusivos, ahí nomás le sacamos el arsenal bibliográfico.
Afuera, debajo de un molle grande y curvado, esperaban los bolivianos Rusel y su hermanito Fernando, a quienes les pasamos algunos libros mientras tanto.
El Aguará se transformó en la Babel del estudio. Y en el medio Sofía y yo esquivando cosas para no pisarlas.
Al mediodía comimos con Sofía y Carol en El Tambo, donde sin avisarnos nos pusieron de música de fondo Los Chalchaleros. La comida fue gratamente interrumpida varias veces por simpáticas charlas con el mozo y las cocineras (una de ellas, Emilia, toda una astrónoma). Además, al lado nuestro se sentaron unos viejitos con quienes habíamos compartido las “once” inaugurales del local. Así que esto ya se había tornado un almuerzo en familia. Por lo menos así nos sentíamos.
Pensando en estos días de cálidos momentos, pregunté a las dos damas que me acompañaban cómo se hace cuando uno no quiere olvidarse de un momento lindo. Carol contó que ella vivió varios de esos momentos en sus diez años. Dijo que uno fue cuando nos conocimos.
Para las 15 llegó Margarita de Chiu Chiu y enseguida dispusimos todo para la proyección de El Principito en la escuela. Pese a que nos habían avisado de que en esta época del año es difícil que la gente salga de sus casas, y que además acá todos viven lejos, pues no hay un centro o grupo de casas juntas; había siete chicos.
La película dura casi una hora y media, y se la aguantaron entera. Incluso al final hubo una buenísima ronda de charla. Después, a su pedido, pasamos varios videos de los locales 31 Minutos, y de cierre nos maravillamos con el cielo ampliado del Stellarium, un simulador astronómico muy real.
A la noche nos quedamos un buen rato solos con la Sofi contemplando un cielo abrumador, gatillando algunas fotos de relativo resultado. En este paraje sin alumbrado público y en donde no se ve ni una sola lamparita a la distancia, el cuarto creciente lunar alcanzó para alumbrar el paisaje con esa luz mística y tenue irreproducible. El plateado penumbroso sobre el pukará denotaba sus relieves de manera especial, con matices grises y violáceos en sombras increíbles.
Más tarde llegó Emilia, la cocinera de El Tambo. Como ayer había quedada encantada con las observaciones, esta vez lo arrastró entusiasmadísima a su sobrino Pancho.  Lo más lindo para nosotros era que, Emilia era una de esas mujeres -paisana, humilde- a las que uno no suele ver “entusiasmadísimas” de alegría con algo novedoso. Por cierto Pancho, moreno, de unos 30 años, trabajador de la tierra, quedó más enloquecido que su tía. Los cuatro vimos, entre otras cosas, Saturno y la Luna. Cada vez que acercó un ojo al ocular, Pancho soltaba un gesto de admiración y enseguida se quedaba en silencio, un buen rato. 
Más tarde llegó Ana, la cocinera de la escuela con su hijo Isaías, uno de los alumnos, el futbolista. Él sí que quedó fascinado con la Luna. Se fue haciendo tarde y el viento helado se hacía notar con tozuda saña. Pero Isaías no quería moverse por nada del mundo. Le contamos que en cada lugar, o mejor dicho, cada chico, ve otra cosa en la cara de nuestro satélitei natural. Para qué! Isaías empezó viendo huellas de dinosaurios, caballos, llamas; y después un pajarito, y un gato, que al tiempo empezó a comerse al pajarito. Y todo lo relataba sin despegar el ojo del telescopio y con una seriedad que nos impidió destartalarnos de la risa.

LUNES 11 DE ABRIL. DÍA 37.

A las nueve en punto nos despertaron los chicos. La postal no era menos hermosa ni desopilante que el resto de las que vivimos en Lasana desde que llegamos: un gran círculo de chicos y grandes se iba cerrando de a pasitos cortos y lentos sobre dos desentendidas llamas. Y la dirección sobre la que se cerraba el círculo humano apuntaba hacia el Aguará! Como si hubiesen querido subir a los dos pobres camélidos de más de dos metros de altura al auto a decirnos “buen día”.
Ahí nomás bajamos y completamos la gran ronda. De a poco y no sin retrocesos y descontroles generalizados, fuimos guiando a las llamas a su nuevo hogar: el corral de la granja escolar, que debía compartir con Fashion, la mezcla de vicuña, alpaca y llama que pasaba sus tardes entre soledades y pasto.
No hace falta reparar en la alegría de los chicos que empezaron su día de clases arriando llamas a los gritos. Y menos en la nuestra.
Al mediodía, como habíamos acordado, vino a buscarnos Carina para llevarnos a su casa a comer. Nos habíamos enterado que estaban preparando una comida típica que exige mucho trabajo.
En vez de ir por “arriba”, donde pasan los autos, fuimos por entre las “eras” sembradas. Subiendo y bajando lomadas y saltando acequias que usan para guiar el agua del río Loa a los cultivos.  Carina nos fue explicando cada cultivo, y vimos entre otras cosas los piletones que usa la familia de Isaías como criadero de truchas
Primero nos servimos unos choclos blancos de dientes redondos riquísimos. Después nos servimos el plato principal: “patazca” Un guisado parecido a la carbonada criolla que realmente lleva tiempo prepararlo. Solamente el maíz “pelado”, que en difícil conseguir en la zona por esta época, tiene unos dientes del tamaño de una nuez que se los pela en agua con cenizas. Tenía además carne y no sé cuántas legumbres y vegetales más que le daban un color y un sabor exquisitos.
Para el postre Carina había preparó un postre típico de Perú, del que no recuerdo el nombre. Una suerte de sopa gelatinosa que se hace con maíz morado.
Volvimos caminando con la panza llena otra vez por entre los sembrados y las acequias.
Al llegar comenzamos con el taller, éste sobre estrellas, constelaciones y algo de la luna. Es decir, todo sobre la noche. Salió impresionante y trabajamos sin parar hasta las 17, cuando los chicos salen. Previamente, al entrar a la escuela, nos sorprendió ver pegado en la pared los afiches con cómics que cada uno inventó sobre la proyección de la película El Principito, que pasamos el domingo a la tarde. Ahí pudimos ver cómo ellos significaron ese momento, y la película tan especial.
(El taller completo próximamente en “Encuentros”).
La combi que va y viene de Chiu Chiu a Lasana no quiso cobrar boleto a ninguno. En Chiu Chiu nos esperaba Edmondo padre para ir a visitar la laguna Inca Kolla. Así que nos fuimos con su familia para allí. Mientras Edmondo terminaba una reunión en la escuela, salimos a caminar con Margarita. El pueblo es hermoso, apenas más grande que Lasana, y con mucha historia de la época colonial. Era tan importante que la llamaban “Atacama la chica”, mientras que “Atacama la grande” era la actual San Pedro de Atacama. Ambas constituían los principales polos políticos y económicos de la región altiplánica.
El presidente vecinal nos sorprendió: su vestimenta, aspecto y forma de hablar parecían más los de un campesino, o un albañil. Y para el desprevenido aclaro: lo digo en un sentido sumamente positivo y valorable. El tipo era sencillamente humilde, y no intentaba marcar la cancha con el poder que le tocaba ejercer. Charlamos amigablemente un buen rato.
Cuando Edmondo terminó, salimos en su chata a conocer la laguna Inca Kolla. Según se presume en Chiu Chiu, su forma perfectamente redonda se la dio un cráteri, originado supuestamente por un meteoritoi. Dicen que el propio hijo de Jacques Cousteau la recorrió buceando y no pudo dar con el fondo, de profundidad desconocida. Edmondo, menos creativo, cuenta que la posibilidad de esta fosa de agua que increíblemente no está estancada y es salada, la da justamente el río salado que pasa a pocos metros de allí, aunque el propio camino que lleva a la laguna lo escondo. Esta es el río Salado, e inunda las napas aledañas.
De allí volvimos a subir en al auto para ir a la desembocadura de este río, con el Loa, que pasa por  Lasana. Que no ofenda a nadie, pero viniendo de Rosario, cuando te dicen “este es el río tal” y te señalan un debilucho cauce de agua con una corriente tenue que se puede cruzar de un salto, la primera impresión es un tanto desilusionante. Lo cierto es que el entorno en su totalidad hace de esta desembocadura en lugar hermoso, y el atardecer sobre la humeante y fantasmagórica Chuquicamata junto al verde colapsado de agua sobre el que pastaban llamas y vicuñas hacían del cuadro algo exóticamente impresionante y sabroso.
Ya en Chiu Chiu nos deleitaron con unas “once”, que es casi una cena en la que el té tiene un rol protagónico, pero que puede incluir tantos fiambres como dulces. Unos vasos de vino y todos de vuelta a la chata, nos quisieron acompañar en patota hasta Lasana. Esa familia quedará muy adentro nuestro. Totalmente agradecidos por todo. Algún día, en Paranacito quizás, le vamos a devolver las gentilezas.

MARTES 12 DE ABRIL. DÍA 38.

Despertar en Lasana, a sabiendas de que sería nuestro último día allí (o por lo menos en un tiempo largo) nos daba cierta nostalgia. Cuando no fueron pocos los que la noche anterior se arrimaron al Aguará para observar el cielo en el telescopio, una pequeña cuota más de cariño se apoderó de nosotros. No sabíamos que nos demoraríamos tanto en Chiu Chiu, más allá de que haya valido la pena.
Tras comer en El Tambo y despedirnos de todo el personal de ahí que tan bien nos trató (en este último almuerzo nos invitaron las bebidas), encaramos para la escuela para comenzar con el último taller. En este caso, el tema era diurno: el Sol.
Además que haber quedados muy satisfechos por este taller, teniendo en cuenta sobre todo lo dulces y cariñosos que son los chicos
En la otra notebook tengo hasta q salimos a caminar por Antofagasta
 Por primera vez en el viaje yo había cocinando, obviamente bajo la supervisión de la Sofi. Cuando nos disponíamos a comer el pollo salteado en verduras nos tocaron la puerta. Era un señor con su hijita, de no más de ocho años. Raúl es un enamorado de los motorhomes, y así se convirtió en casi el único chileno participante de la página Rodanteando.com, portal de gran ayuda para quien tiene o quiere tener una casa rodante.
Antes de salir de viaje, intentaba publicar  con la menor periodicidad posible las remodelaciones que la íbamos haciendo al Aguará, al mismo tiempo que buscaba asesoramiento en cuanto a papeles y otras yerbas. Al salir, la falta de acceso a Internet hizo que nos endeudáramos un poco con los amigos de Rodanteando. Pero acechado por la culpa, hace un tiempo subí unas cositas. Esa vez también pregunté si alguien conocía un buen mecánico en el norte de Chile o Bolivia. Y quedó ahí.
Resulta que Raúl leyó ese comentario. Y de casualidad pasó a la mañana con su auto y vio el Aguará estacionado en la Copec frente al mar. Vio la patente argentina y calculó la fecha en la que deberíamos estar en su ciudad. En seguida dedujo que éramos nosotros, por lo que apenas salió del trabajo buscó a Paulita y se vinieron. Vino dispuesto a darnos una mano sin conocernos, y eso para nosotros representa un gesto de invalorable nobleza.
Tomamos uno de los últimos vinitos que mi viejo nos regaló antes de partir y le dimos varias vueltas al Aguará porque él se está queriendo armar un motorhome en su Renault Traffic.
Además de reconfirmarnos que paráramos en Iquique a revisar el auto por los buenos mecánicos y repuestos baratos, también quedamos en pasar al día siguiente por su trabajo para ver un problemita técnico que tenemos con el micrófono de la cámara de filmar.
El vinito, con el pollo salteado, la visita de esta amigo y la vista y el sonido de las olas rompiendo estruendosas a metros nuestros completaron nuestra primera noche antogafastina.

JUEVES 14 DE ABRIL. DÍA 40.

Salimos a dar unas vueltas, y cerca del mediodía pasamos por fin por la oficina del ESO, donde muy amablemente nos dieron la esperada encomienda donada con material astronómico. Así que, volvemos a agradecer públicamente a esta fundación europea, señalándole que su uso tendrá un destino noble en este y otros países americanos.
Tuvimos tiempo de pasar por la universidad, donde teníamos dos contactos: Farhid Char, con quien intercambiamos unos correos electrónicos hace tiempo (puden ver su trabajo en www.austrinus.com) y Eduardo Unga. Como por supuesto no les avisamos que íbamos, Farid estaba en el cerro El Paranal (donde finalmente no fuimos porque estaría cerrado hasta fine de mes), y Eduardo, pese a que no nos conocía, nos recibió cálidamente, presentándonos a parte del equipo de trabajo. Nos contaron de las cosas interesantísimas que hacen por la divulgación de la astronomía.
Como no llegamos a pasar por el trabajo de Raúl, nos llamó para pasar por donde estemos. Así fue que nos encontramos con él en la misma estación de servicio donde dormimos. Venía con Paulita que llevaba puesta su remerita del Loco Bielsa (que le dimos la noche anterior) y unos Cabernet Savignon de colección con mucha prestigio entre los enólogos del mundo. Le dejamos unos nuestro, como una suerte de trueque de productos regionales.
Abrazos, fotos, y enfilamos hacia el norte otra vez. Destino a Iquique.
Elegimos ir a esta ciudad por la ruta 1, que va costeando el mar, en vez de ir por la 5, que va por el medio del desierto. Tanto el estado de la ruta como las señalizaciones son ideales; pero el paisaje que te acompaña todo el camino lo hace de sueños.
Copiando la superficie natural de breves lomadas, el ojo izquierdo (en nuestro caso, porque íbamos de sur a norte) apunta siempre al mar. El enorme Pacífico estampándose ruidosamente contra las peñas, o a veces empapando la arena con sus incesantes caricias saladas.
Se pasa por Cobija, antiguo puerto boliviano fundado en 1825 por Simón Bolívar con el nombre de Puerto La Mar (o Lamar). Fue afectada por el terremoto de 1868 y por la epidemia de fiebre amarilla al año siguiente. Después
el terremoto con tsunami de 1877 lo destruyó casi en su totalidad, por lo que las autoridades bolivianas se trasladaron a Antofagasta. Actualmente está como lo dejó la gran ola. También pasamos por un cementerio antiquísimo en el medio del desierto, sobre la playa totalmente vacía, todo hecho en madera, que la sal y el tiempo fueron desgastando, hasta darle un matiz rústico, solitario y muy pintoresco.
Además de la portuaria Mejillones, la otra ciudad importante en el camino es Tocopilla. Allí pudimos ver las protestas de los vecinos evacuados del último sismo, que todavía sobreviven en los precarios campamentos. Además de su fanatismo por Bielsa, aquí aman a Alexis Sánchez, el “Niño Maravilla”, máxima gloria salida del lugar.
Pero lo más atractivo son las decenas de caletas que se van sucediendo estratégicamente ubicadas protegidas de los grandes vientos y marejadas. Son pequeños pueblitos de pescadores con sus casitas altas de madera pintadas de colores vivos. Flotando a metros de la costa, descansan amarrados los barquitos de madera, para al día siguiente desamarrar y volver aguas adentro a buscar la comida. Tejiendo redes, las mujeres esperan en la costa y se preparan a cocinar los tesoros que el mar entregó prudentemente. 
Cada una es más linda que la anterior. Hasta nos tentamos con parar en una por consejo de Edmondo a trabajar con los chicos de la escuela. Tuvimos la fortuna de que nos agarre atardeciendo el último tramo del camino, por lo que las últimas caletas pesqueras fueron parte de un sueño mágico y marino.
Pasando un gran cerro llegamos por fin a la resplandeciente Iquique, una gran bahía dorada de noche por las luces de una ciudad próspera. No fue poca nuestra sorpresa al recorrerla: los más insólitos y exclusivos autos recorriendo su costanera enorme, cerca de cientos de patinadores en rollers, skates y bicicletas -todos protegidos por cascos, rodilleras y guantes-, bajo grandes luces de colores, edificios majestuosos y señalizaciones viales prolijas y brillantes hacían pensar que habíamos llegado a Norteamérica sin darnos cuenta.
Si Antofagasta capitalizaba las extraordinarias riquezas minerales del cobre, Iquique lo hacía casi en la misma medida; después de disfrutar las décadas doradas den los cuantiosos salitres de la zona, pero sumado a esto un suculento puerto y, lo más importante, la “Zofri” (alteración del inglés “zone free”), zona libre de impuestos. Por eso los iquiqueños, o lo s que pueden, disfrutan de autos y tecnología que difícilmente se permita otro chileno. Hay ranchos de chapa con monstruosas camionetas 4 x 4 estacionadas en la puerta. Gustan mucho también los deportivos bajos y llamativos, a los que hacen un poco más vistosos con colosales equipos de sonido, por si algún peatón no se percató de su presencia.

(Escribo con más de una semana de atraso, por lo que evito detalles).

Pasamos la noche en una estación de servicios, donde una remera de Bielsa ayudó al playero (vencinero) a decidirse por un permiso a secas. Esa noche vimos en la cama una película y dormimos como lirones.
Estacionados allí, se nos acercó mucha gente a hablar, con algunos hasta pasamos un rato dentro del Aguará. Un tipo que se acercó, pinta de empresario de buen pasar económico; no dudó en recomendarme un mecánico al consultarle. Más aún, me insistió en que lo llame al día siguiente a cualquier hora, que él mismo me acompañaría al taller para hablar con el dueño, a quien conocía y en quien confiaba.

VIERNES 15 DE ABRIL. DÍA 41.

Nos despertamos y sin decirnos nada, tuvimos un súbito y alocado ataque por limpiar el auto por dentro y por fuera. La tarea no fue fácil, no sólo por las dimensiones del Aguará y por la cantidad de bártulos, bagayos y cachivaches que llevamos; sino por que veníamos de “puro terrerío”.
Cuando volvimos a nuestros cabales, llamamos a este tipo (cuando encuentre su tarjeta voy a publicar el nombre, para agradecerle por este medio) y en seguida nos pasó a buscar para guiarnos.
Si bien a simple vista el taller no fue un “impacto extremo de confianza”, al hablar con el encargado nos dio cierta tranquilidad.
Nos fuimos a comer al departamento de Araceli, la “couch” que también nos hospedó en Calama con su familia. Como toda “minera” trabaja cortado. En su caso hace “7 y 7”; es decir, siete días de trabajo y otros tanto de descanso. Estos últimos los usa para escaparse a Iquique, donde estudió hace unos años. Vive con Derek, un gran tipo que fuma como un condenado a muerte. Y entre los dos toman cerveza con un ritmo incesante día y noche.
Después de comer y de haber bajado nuestras cosas en el hermoso departamento frente al mar, volvimos al mecánico a dejar el auto. De esta manera, por primera vez nos separamos del Aguará, lo que más allá de sentimentalismos baratos, nos proponía otro enfoque desde el caminar y buscar dónde dormir. Porque si bien no hacemos más que caminar y caminar, el saber que no volvemos a “nuestra casa” deja cierta tranquilidad. De la misma manera que el moverse a gamba, o dependiendo de otro medio de transporte ajeno también reconfiguraría en los días posteriores la perspectiva desde la cual nos apropiaríamos de la ciudad.

SÁBADO 16 DE ABRIL. DÍA 42.
DOMINGO 17 DE ABRIL. DÍA 43.

A la mañana me fui temprano a la Terminal Agropecuaria, una zona donde los domingos de mañana se llena de cachivaches usados y de dudoso origen. Buscaba, desde hacía semanas, las cuñas para trabar las ruedas que tienen todas las camionetas de mineros. No las encontré, pero encontré en un desarmadero una chiquita, marca Toyota, que salió 200 pesos. Para dimensionar lo barato que fue, el pasaje en colectivo para llegar allí salió 500. Caminé muchísimo por el lugar, esquivando y chocándome con un montón de gente apurada. Las remeras y buzos norteamericanos usados, se vendían hasta de a tres por mil pesos. Muy buenas, pero demasiados yanquis para mi gusto.
Al volver nos despedimos de Araceli y a la calle otra vez. Sin auto, ni casa ni nada.
Estos días fueron de mucho caminar, la mayoría de las veces con demasiados bolsos colgando y arrastrando hasta con la oreja. Nos reíamos de que parecíamos linyeras, caminando de una punta a la otra de la ciudad con los bagayos a cuestas.
Incluso varios días nos la pasamos completos en la calle, haciendo tiempo hasta que el “Couch” que nos hospedaba llegase a la casa. Cabe señalar que Araceli volvía el domingo a Calama y pese a sus insistencias y las de Derek por que nos quedásemos decidimos cambiar un poco de aire. El detalle era que no teníamos dónde ir. Y entre que no nos gusta incomodar a la gente, y los tiempos de cada uno que obviamente no son los mismos que los nuestros casi sin rutina; no fue fácil encontrar sofá. Pero no solamente que nunca nos desesperamos, sino que hasta nos reíamos de la situación. Siempre con los bolsos colgados, claro.
Lo cierto es que un tipazo, Cristian, y su hermosa familia nos hospedó y trató de manera hermosa. Su hermano menor nos puso al tanto de la movida hiphopera de la ciudad, por cierto muy presente en las calles con graffittis impresionantes.
Como le habíamos dicho que era por una noche solamente (confiando en el plazo del mecánico), al día siguiente partimos a media mañana. Otra vez a recorrer la ciudad con decenas de bagayos.

LUNES 18 DE ABRIL. DÍA 44.

Caminamos y caminamos por todos lados. Estuvimos en el puerto y aprovechamos para secar las toallas en el viejo muelle de madera, justo a dos metros de los lobos marinos que se peleaban por un espacio para asolearse. Un par de veces, dos machos se agarraron feo, a fuertes golpes de cabeza, mientras se desafían mostrándose los colmillos y pegando unos ruidosos bramidos. 
Anduvimos bastante por el bellísimo centro histórico, donde la mayoría son coloridas y derruidas casas de pino oregón de la época en que la ciudad era peruana, y la madera venía de peso en los barcos que luego se llevaban el mítico salitre del norte chileno. A propósito, varias son las voces que nos contaron que la verdadera razón de la Guerra del Pacífico, en la que Chile le quitó tierra y mar a Perú (la zona de Iquique y Arica) y a Bolivia (la zona de Antofagasta), fueron los capitalistas extranjeros salitreros, quienes “solicitaron” a Chile que intervinieran militarmente cuando las autoridades de los otros dos países se pusieron de acuerdo para subir las tasas impositivas irrisorias a los empresarios. Así, bajo la gracia de Chile, los dueños de los salitres volvieron a despojar el suelo gratuitamente.
Pero eso es otra historia, o la misma.
Lo cierto es que estuvimos varias veces en la playa, caminando descalzos con el agua hasta los tobillos. Paramos a ver patinar en skate y roller en la pista especial, y hasta nos animamos a alquilar unos patines! La Sofi se cagó de risa un rato por mis malabares para no caerme, y más allá de que las ruedas parecían cuadradas y de mármol y no se movían ni empujadas por un tanque de guerra, nos disfrazamos de iquiqueños un rato, y estuvo bueno. Dije en roller! Si hasta a nosotros nos da gracia leerlo!
Fuimos unas cuantas veces a la Zofri a comprar cosas, como siempre algunas más necesarias que otras. Si dentro del mercado es un hormiguero de gentes de todos los colores y productos de los más variados orígenes; afuera, en las inmediaciones, los “cuchireos” son verdaderos mercados de sorpresas; donde la “sobra” de Estados Unidos llega y se apila en grandes estanterías a veces sin ningún criterio que la ordene. Por eso, vale la pena entrar y revolver hasta el cansancio.
Por la noche nos fuimos a dormir a lo de Cristina, otra Couch que desde Rosario estamos en contacto. Vive con la hermana, su primo y su “polola”. Es socióloga y una gran tipa, que le gusta viajar y husmear por la música no convencional de todo el mundo.

MARTES 19 DE ABRIL. DÍA 45.

A la mañana la Sofi avanzó muchísimo con un video, el primero, sobre el encuentro en El Mataco, mientras yo dormía. La esperamos a Cris con la comida, hecha por la misma cineasta.
Por la tarde, después de pasar a ver el auto por el mecánico, volvimos a la Zofri a comprar yerba mate, porque aunque nos quedan unos paquetes no sabíamos si encontraríamos “más arriba”. Y digo “sabíamos” por ahora sabemos que en Bolivia hay, y a mucho mejor precio.
A la tardecita nos esperaba para tomar el tradicional tecito una pareja hermosa, Nicolás y Andrea, y María José, una argentina erradicada acá. Resulta que Nico y Andrea llegaron hace poco a Iquique y María José los hospedó un tiempo hasta que se acomodaron. Todos son couchs. Fuimos también con Cris, y la pasamos espectacular. Nico, diseñador multimedia, nos dio un montón de ideas acerca de nuestra web.

MIÉRCOLES 20 DE ABRIL. DÍA 46.

Preparamos todo temprano para salir a buscar el auto, porque entre que andábamos en la calle desde hacía varios días hasta con un bolso repleto de ropa sucia, y las voluminosas compras de la Zofri teníamos un montón de lío. Nos enteramos que el auto estaría para la tarde, por lo que volvimos a esperar a Cris con la comida.
En el mecánico nos quedamos un rato, porque a último momento perdió agua por una tapa, que hubo que sellar después de secarla bien. Cuando abrí la tapa del radiador, después de fijarme que estaba frío, saltó el agua por todo el Aguará y yo quedé empapado de pies a cabeza. Era una burbuja de aire a presión, a la purgamos. Hablamos un rato con todo el equipo de mecánicos del taller, repartimos remeras del Loco Bielsa, fotos y arrancamos.
Pero como era de noche decidimos quedarnos en Iquique, y volvimos estacionarnos en la estación de servicios Copec, adonde caímos la primera noche. El Aguará era una mugre por todos lados, y lo limpiamos bastante. Después de la cena cruzamos la calle para fumar el único puchito diario junto al mar, que bañaba toda la costanera con su nube de bruma húmeda.

JUEVES 21 DE ABRIL. DÍA 47.

Salimos para Arica, pero antes pasamos a cargar la garrafa de gas. Fuimos a la planta pensando que íbamos a tener que comprar un “botellón” chileno, cosa que no haríamos teniendo en cuenta que en Bolivia es más barato el gas, y todo el resto de las cosas. Pero para nuestra sorpresa pudimos cargar la nuestra.
El camino a Arica no es tan divertido como el que une Antofagasta con Iquique, ya que va por el medio del desierto. Levantamos a una señora a dedo que nos contó acerca de lo doloroso que fueron los cerramientos definitivos de los salitres de la región.
Arica es hermosa, y enquilombada. Dábamos vueltas buscando una estación donde para a dormir (pese a que teníamos a un Couch que nos recibía, pero saldríamos de madrugada). En eso iba manejando y siento que se corta el cable del acelerador en el medio de una avenida monstruosa, al pie de un barrio del que salían los gritos de borrachos y a horas de que oscurezca.
Mientras la Sofi se fue a intentar cargar crédito en el teléfono para llamar a este contacto que teníamos, yo me tiré bajo el auto. Los pies no podía sacarlos por el costado porque me hubiesen pisado los autos a cien por hora. El carter me quedaba a un centímetro de la nariz, pero siguiendo el cable pude ver que se zafó el tamborcito de la palanca que arrastra al pisar el pedal. Lo puse, pero pensando que precisaría una arandela Grover o algo similar como chaveta, fuimos a un taller mecánico.
Los dos muchachos me recibieron diciéndome que todo buen mecánico chileno necesita una cerveza antes que nada, mientras sacaban dos de la heladera. Retruqué que todo buen cliente argentino precisa lo mismo, porque si no se va. La Sofi se quedó con la cuadrilla de pibes, que como buenos chilenos recibieron gustosos las remeras del Loco.
Si bien terminé poniendo yo la chaveta -que fue sólo un alambre doblado- la ayuda fue inmensa. Nos sugirieron salir de madrugada hacia chungará, y como si fuera poco nos regalaron un bidón de 25 litros para el combustible de auxilio y una parrilla para asar.
Nos estacionamos frente al casino, a las puertas de una Petrobrás. Como siempre la Sofi cocinó y salimos a caminar por la ciudad. Como saldríamos a las 5, nos acostamos temprano a ver una película en la notebook. En un momento sentimos un ruido y un movimiento tenue. Como durmiendo en la calle nos acostumbramos a estos pormenores no le dimos mucha bola. Yo abrí la ventana del dormitorio y no vi a nadie afuera. Pero cuando abrí la cortina que nos separa del comedor, alcancé a ver en la zona del conductor una mano que intentaba pescar algo a su alcance. Le pegué un grito y salí en calzones. Vi a un flaco bien vestido alejarse rápidamente. No sé bien qué hice primero. Creo que le pegué un par de gritos y entré a ponerme un pantalón y las zapatillas. Salí a buscarlo con unas ganas de cagarlo a trompadas que ahora me dan gracia y me asustan un poco. Menos mal, por mí, que no lo encontré.
La cagada es que forzó la cerradura. Y que nos dejó un sabor amargo que nos duraría un tiempo.
Nos mudamos a otra estación más alejada, donde la luz y el movimiento de gente nos protegerían, o eso decía la teoría por lo menos. Entre el intento de robo y que nos teníamos que despertar en unas horas, yo no dormí casi nada. Nos esperaba el camino más difícil de todo el viaje, por lo que nos decían.
Antes de dejar el país, bajo el asesoramiento de nuestra amiga Cris, recomendamos música chilena: Víctor Jara, ”Deja la vida volar”; Violeta Parra; Inti Illimani (tienen un disco imperdible con Francesca Gagnon, cantante del Circo de Soleil); Huara, “Ahí viene el chaparrón”; Juan Flores, “Fa-Fandango”; Charanku Rock; Antonio Restucci, “Hilando Fino”; Bordemar; Entrama; Verdevioleta; Angel Parra Trío; Los Tres.
“DICCIONARIO CHILENO”
: pues. Lo usan al final de casi cualquier oración, sobre todo en explicaciones, afirmaciones o determinaciones. “Salgamos a caminar, pó”.
Í”: Alteración del final de algunos verbos, en la que la “í” reemplaza al final original. “¿Querí jugar a las cartas?”.
Huahita: Bebé, sin distinción de género.
Huahua: panza (de ahí viene “huahita”)
Pololo/a: novio/a.
Cachai: Entendés.
Gallo: persona, informal. Se usa como “tipo” en Argentina.
Era: fracción de tierra para el cultivo.
Beterraga: remolacha.
Confort: papel higienico que ha tomado el nombre de la marca.
Carretear: carabanear.
Al rato: ya, en seguida
Caballero: anciano.
Cabro: joven informalmente.
Huevón: es como el “boludo” argentino. Puede ser amigable o insultante.
Polera: remera.
Polerón: buzo.
Bensina: nafta.
Bensinero: playero.
Petróleo: gasoil.
Chim, pam, pum: piedra, papel, tijera.

VIERNES 22 DE ABRIL. DÍA 48.

A las cinco arrancamos. Totalmente a oscuras y con un frío de aquellos, empezamos a subir los casi trescientos kilómetros que nos separaban de la frontera con Bolivia. Nos previnieron que serían cuatro horas de pura pendiente ascendente constante. Pero en nuestro auto fueron más de seis. Todo el tiempo subiendo, en primera, segunda y algunas veces tercera, la naturaleza nos fue convidando unos paisajes exquisitos. Pasamos por varios pueblitos aymarás en el medio de la montaña, a más de tres mil metros de altura. Pese a contar con todas las previsiones pertinentes, esta vez el Aguará no calentó demasiado, por lo que entendemos que hubo buena mano mecánica en Iquique.
Superamos los 4.600 metros entre curvas y contracurvas, a veces los camiones bolivianos y paraguayos que viene de frente se cruzan de carril, y uno a penas se los ve a escasos metros. Varios estaban a la vera del camino con sus radiadores al rojo vivo. Por lo que vimos, los camiones bolivianos no cuentan con turbo, porque fueron a los únicos que pudimos pasar desde que salimos.
Nos adentramos en la reserva … superpoblado de vicuñas. La única vez que bajamos fue para acercarnos a una familia de simpáticas vizcachas. La falta de aire nos hizo volver a motorizarnos.
Vimos el lago Chungará, al que la maquinaria turística le arrebató el mote del lago más alto del mundo, para dárselo al masivo Titicaca.
Los paisajes, los cielos, la flora y la fauna son tan especiales ahí cerquita de las nubes que hacen difícil la concentración en el manejo, porque uno no quiere perderse detalle alguno.
La frontera con Bolivia, en Tambo Quemado es un caos total. Como muestra gráfica, el único lugar para cambiar dinero es un cholita, la misma que vende charque de llama.
A un kilómetro hay una estación de servicio, la única desde Arica. Pero el mismo playero nos sugirió no cargar ahí porque nos tenía que cobrar como chileno. Así que, mientras la Sofi padecía en la cama los síntomas de cada centímetro de altura, yo vacié los tres bidones de auxilio de gasoil en el tanque, lo que nos permitió llegar a Patacamaya.
Al costado de la ruta fuimos viendo grupos de ovejas y llamas con sus pastorcitos, que en casos no superaban los seis o siete años. Otras veces iban guiados por señoras muy mayores, encorvadas, con sus polleras coloridas, sus sujeta trenzas y sus sombreritos redondos.
Fiel a nuestro estilo, y pese a estar avisados con tiempo, llegamos a Patacamaya justo el día que comenzaba la Semana Santa, por lo que no había absolutamente nada ni nadie en la escuela, más allá de Don Valerio, el sereno que nos hizo pasar.
Lo grande de la ciudad, fue lo primero que nos impactó. En honor a la verdad, no nos gustó mucho a simple vista. Todo se desarrolla en torno a la carretera, que une a Oruro con La Paz y pasa por el medio de Patacamaya dándole un ruido ensordecedor de camiones, sumado al de las permanentes bocinas y bocinitas y bocinotas típicas de acá. Esto también genera mucha suciedad y olores a los que hay que cuesta acostumbrarse.
Para colmo, veníamos perdiendo cada vez más aceite, suponemos desde una piedra voladora que vimos y sentimos durante el viaje. También comprobamos que la bomba de agua empezó a fallar.
Siguiendo honrando a la verdad, la escuela tampoco era seductora en el primer impacto. Primero que es enorme, a diferencia de las otras que visitamos previamente. Es una técnica con más de cuatrocientos alumnos (pensar que visitamos dos escuelitas de sólo cinco alumnos!), y depende de la iglesia no sé cuánto. Por lo que está totalmente empapelada de leyendas religiosas. En el mismo predio hay unos edificios enormes, de varios años, muy limpios pero vacíos, que so los usan los padres y la gente que se hospeda circunstancialmente por la iglesia.
La sensación era justamente de vacío. Es un lugar enorme totalmente despoblado. Obviamente la fecha no colaboraba a cambiar la imagen; pero aún sabiendo esto, los yuyos altos, una enorme construcción de material  que es una cancha de pelota-paleta emplazada en el medio del terreno, cierto deterioro y las empalagosas frases religiosas, daba un aire por lo menos para mí un poco incómodo. Sabíamos y sabemos que nos toparemos con varias experiencias del tipo religiosas en Latinoamérica, más después de nuestra experiencia en Olaroz Chico. Pero hay cierta forma de religiosidad que reconozco a mi me perturba, o mejor dicho me rompe los huevos. Para explicar mejor esta sensación, en el comedor del padre Edgardo Montaldo, en Ludueña, nunca me sentí así.
A la noche se levantó un frasquete de la san siete. Y todavía nos faltaba el oxígeno. Con miedo de repetir las funestas primeras noches de Olaroz Chico, nos acostamos a dormir.

SÁBADO 23 DE ABRIL. DÍA 49.

Pero torramos como dos angelitos.
Prácticamente la Sofi se la pasó lavando a mano los varios kilos de ropa sucia que traíamos. Que sirvan estas palabras en su homenaje.
Por mi parte, arreglé la parte eléctrica de la bomba de agua (reemplazando los carbones con otros a los que lijé para imitar la forma de los originales y soldé con estaño las terminales). Pero el problema fue que hacerla andar perdía por varios lados. La desarmé completa y armé varias veces y no hubo caso. También llené de ácido la batería independiente de 12v que estaba vacía por recibir más carga.
Salimos a caminar y a comprar verduras exquisitas, que la Sofi lavó prudentemente antes de cocinar. Acá no hay agua mineral, y la que venden embasada tiene un sabor rarísimo, al que nos estamos acostumbrando. Tampoco venden crema de enjuague, lo que nos hace suponer que no se usa.
En cuanto a Internet, hay cuatro locales que publicitan con carteles el servicio, de los cuales dos nunca tuvieron ni creen que tengan, y los otros estuvieron siempre cerrados.
Sin caer en prejuicios etnocéntricos, vamos a decir que acá hay normas de higiene distintas a las que estamos acostumbrados. Lo mismo pasa con las normas de vialidad, de conducta, las relaciones sociales, etcétera. Los dos ya habíamos estado en Bolivia, por lo que conocíamos aunque sea mínimamente el paño. Tampoco nunca fuimos muy finos ni somos de asustarnos ante el primer gesto social desconocido. Pero honestamente vamos a reconocer que nos cuesta un poco acostumbrarnos a algunas escenas de suciedad, o al olor a pichí al lado de donde se vende carne al aire libre. Pero también vamos a reconocer que nosotros somos en todo caso los que tenemos que amoldarnos a esta situación, con respeto y sin prejuicios arbitrarios.
Como la noche anterior no habíamos dormido casi nada, antes de las nueve ya estábamos en el sobre. Antes llegó Cristina, la directora y con quien veníamos intercambiando correos. Se vino especialmente desde La Paz para ver cómo estábamos, y se volvió a la capital, donde cuida aprovecha para cuidar a su papá durante la Semana Santa. Una mujer hermosa cuya visita endulzó nuestra estadía.

DOMINGO 24 DE ABRIL. DÍA 50.

Otra vez padezco el síndrome del “no me acuerdo de nada” por haber dejado pasar más de diez días sin retomar la Bitácora. Vamos a ver qué podemos rescatar en estas líneas.
Lo que recordamos de ese día es que la Sofi se la pasó lavando la ropa sucia a mano, mientras que yo me dediqué a arreglar algunas cosas del auto. En ese sentido, la bomba presentaba un problemita chico, y después de que la agarré quedó con un problemón. Tenía una cuestión eléctrica que solucioné, pero me perdía agua por todos lados después de cerrarla y colocarla.

LUNES 25 DE ABRIL. DÍA 51.

Habíamos quedado en encontrarnos con Cristina a las ocho para diagramar juntos los talleres, ya que hasta el momento no sabíamos con quiénes trabajaríamos, ni de qué modo. Era una semana especial para la escuela porque estaba de aniversario, el número 39. Por lo que a partir del jueves comenzarían los festejos, que fueron a todo trapo, lo que se dice “tiraron la casa por la ventana”.
Si bien la directora no estuvo en la escuela hasta cerca del mediodía, esa mañana nos vino al pelo para cambiar radicalmente la imagen que tuvimos todo el fin de semana. Indudablemente el que se haya llenado de chicos le daba una vida al lugar enorme, y a nosotros nos llenó de un aire refrescante y alegre.
Esa mañana también conocimos a Sinah (no vale reírse del nombre). Resulta que enfrente a donde estacionamos el Aguará vivía desde hacía seis meses una voluntaria alemana. Desde el viernes que no nos la cruzábamos, y elucubramos cientos de hipótesis acerca de su aspecto físico y personalidad. Pensábamos: alemana, en Patacamaya por un año, voluntaria y traída por la iglesia católica… Además, pese a que no había nadie en la escuela ni se acercó a saludarnos, y veíamos que cerca de las 20 ya apagaba la luz para dormir.
La cuestión es que resultó todo lo contrario a nuestros prejuicios: una flaca de 20 años, divina y simpatiquísima. Además con un criterio de trabajo bastante piola y muy sociable. Ella nos llevó ahí mismo a conocer el comedor donde trabaja, a unas cuadras de la escuela. Desde ese momento hasta llegar a La Paz estuvimos casi todo el tiempo con ella, que además pegó una onda bárbara con la Sofi.
Cuando llegó Cristina nos llevó a presentarnos por cada curso, uno por uno. En todos interrumpimos la clase y tras breves palabras elogiosas de la directora nos daba pie a nosotros. Fueron espacios recontra informales en los que incluso nos reímos muchísimo. Nos hicieron mil preguntas, entre las que no faltó qué nos motivó a hacer este viaje, qué animales hay en Argentina o si conocíamos a Messi.
Quedamos para trabajar esa misma tarde con los chicos de tercer año, cerca de 40 chicos de 16 años. Así que a preparar todo.
Planificamos un taller muy original con el Sol como eje principal. Trabajaríamos sobre la astronomía diurna y mañana sobre la noche, después de haber observado por el telescopio esta misma noche.
La cuestión fue que un rato antes de comenzar se nubló todo el cielo, impidiéndonos hacer casi todas las actividades previstas. Así que sacamos un plan B de la galera mientras seguía la bóveda gris seguía burlándose de nosotros. Cabe señalar que desde la llegada hasta los quince minutos previos al taller, no sabíamos ya con qué cubrirnos del sol impiadoso.
Finalmente el taller salió una maravilla. Pese a que el plan B también falló por cuestiones técnicas (además del clima, el otro que nos tiene de hijos desde que salimos es el proyector.
En el curso eran una banda, y chicos grandes, lo que nos permitió cierta complicidad y entendimiento mutuo. Todo muy informal, pero piola. Y aprendimos un montón.
A las seis cortamos, y ya a las siete volvieron fuera del horario escolar para ver el cielo. Ahí sí que estuvo buenísimo. Hicimos un muestreo muy completo y detallado del cielo, mientras los chicos no paraban de preguntar. Todo se desarrolló en la oscuridad total (todavía no había Luna) en el medio del patio. Vinieron varios profesores, Sinah y la directora.
Pese a lo interesante que estaba el espacio, pasadas las nueve cortamos porque nos había invitado Cristina y la alemana a cenar.
Conocimos su casa y probamos pescados y verduras preparadas por sus manos. Exquisito todo. Charlamos rico hasta pasada la medianoche. Con ellas pudimos comprender una arista desconocida de la iglesia católica en este tipo de lugares. Pero ahí lo dejamos.

MARTES 26 DE ABRIL. DÍA 52.

Mientras los chicos pintaban toda la escuela, preparamos el tercer taller para la tarde. En él continuamos profundizando sobre el Sol. Vimos que el cielo es un espectáculo hermoso, pero también una certera fuente de información tempo-espacial. Y que esto ya lo sabían muchas civilizaciones antiguas.
También vimos un video donado por la ESO en Antofagasta, Chile; y más tarde hicimos una observación de nuetsra estrella con sus manchas cíclicas.
A media tarde nos fuimos con Sinah y Cristina a unas comunidades de los alrededores. Tomamos un taxi que manejó como loco unos cuarenta kilómetros en dirección sur, hacia Oruro. Paramos en Sica-Sica, un pueblo antiquísimo colonial con una iglesia de piedra bellísima. Allí buscamos al “padre” Félix. Un tipo callado que se la pasaba oficiando misas por todos los pueblitos de la zona.
Subimos a su 4x4 y emprendimos viaje hacia Tablachaca. Antes pasamos por unos valles altiplánicos hermosos, con sus llamas y vicuñas pastando sobre los pastos de distintos tonos de verdes.
Tablachaca es una comunidad aymará. Sus casas son todas de adobe y los viernes bajan de los cerros los paisanos para vender y trocar sus productos a una gran feria que se arma en su plaza principal. Mientras esperamos a Cristina y Félix que se reunían con otros maestros, salimos a caminar con Sofía y Sinah. El pueblito es hermoso por el entorno y el matiz cálido que le imprime su gente. Pasan por el medio del pueblo rebaños de llamas o de ovejas pastando con sus pastorcitos. Una pastora encorvada, acompañada también por tres perros, nos dijo burlonamente que nuestra foto no saldría bien por la hora del día, que la saquemos al día siguiente. Fue una creativa manera de eludir el retrato, que no les gusta mucho a las cholitas.
Pero para ser sincero, las barrosas calles de Tabachaca son un gran basural colorido y oloriento. De hecho, no hay tachos de basura, y la gente naturalmente arroja ahí los desechos, que literalmente forman montañas. Claro, para complejizar la cuestión antes de juzgar, hay que mencionar por lo menos que son cuestiones culturales muy arraigadas en el tiempo, y también que –contrariamente a lo primero que se supone- en esto de la basura en las calles no siempre la parte estética va de la mano de la salud. 
Afuera el frío calaba los huesos, y se reía de los pulóveres y camperas. Estábamos a más de 4.500 metros sobre el nivel del mar y cuando oscureció no fue joda.
Al tiempo nos mandaron a llamar los maestros para calentarnos con un tecito. Afortunadamente, compartir ese momento alrededor de una mesa pobre en comida pero riquísima en dignidad, nos hizo conocer una realidad tremenda de este país: la de hombres y mujeres, maestros alternativos, rurales, escolarizadotes de adultos, que caminan más de cuatro horas diarias por entre las montañas y el clima inclemente para llegar a comunidades muy chicas y aisladas. Y todo por mil bolivianos (un dólar equivale a siete bolivianos). No les dan alojamiento ni viáticos, al margen de la cobija generosa de los mismos beneficiarios en las comunidades. Además están lejos de sus familias, a quienes ven una vez por mes.
Más de una vez durmieron a la intemperie y han caminado por días enteros con su morralito y unas ganas de aquellas.
A pesar de que no teníamos palabras para describir lo honrados que nos sentíamos ahí con ellos, cuando nos preguntaron por nosotros y nuestro proyecto sólo balbuceamos torpes palabras de valoración y ejemplo. Quedamos en que se relacionarían a través de esta web con maestros de otras partes, y que nos gustaría devolverles la generosidad algún día en Argentina.
Con gestos morenos, curtidos y cariñosos nos despidieron. El saludo, entre los hombres, es un apretón de mano no muy fuerte, seguido por un abrazo “distante” sin que los pechos se toquen, y otro apretón de manos. Lo naturalicé al segundo saludo.
A la vuelta vimos un camión recientemente volcado a la vera del camino. Y por fin Félix entendió las palabras firmes y claras que le dijo la Sofi cuando no quería entender que tenía que bajar la velocidad. “Yo no sé a vos, pero a mí hay una familia queme espera y que si me pasa algo se va a poner muy triste. O bajás la velocidad o me bajo acá”. Ni “padre” ni ocho cuartos.

MIÉRCOLES 27 DE ABRIL. DÍA 53.

La escuela entera estaba trabajando. Desde los más chicos a los más grandes, pasando por profesores, serenos, preceptores y directores, todos tenían un pincel, un papel de lija, una escoba o algo con lo que embellecían su institución.
Nosotros íbamos tomando dimensión de lo que se venía.
Aprovechamos para seguir con los arreglos del Aguará. La bomba de agua no me daba tregua. Ni siquiera se apiadó de mí cuando me vio empapado de pies a cabeza, todo sucio y tirado abajo del piso intentando ver algo con la poca luz de una linterna.
A la tarde los maestros me invitaron a jugar al fútbol para su equipo. Había un torneo muy profesional: con árbitro, tarjetas, planilla y hasta tribunas. Claro, los tipos pensaron que al ser argentino sería un gran jugador. Otros equipos estaban conformados por los chicos de los últimos años del secundario, por ex alumnos y por agentes del Ministerio de Educación provincial.
Pero por el nivel general del torneo no desentoné, o por lo menos no pasé vergüenza. Los más de 3.700 metros sobre el nivel del mar se encargaron de mi coloración violácea, y de hacerme agachar exhausto cada vez que el partido se parabag.
Llegamos a la final y perdimos por un gol. Para colmo, en la última jugada del partido pateamos al arco y rebotó en ambos palos y salió. Con el secretario de Dirección Rudy al arco, seguro ganábamos a los penales.
Yo hice dos goles. En el primero, tras puntearla cuando me salió el arquero, caí hacia atrás, dando un golpe fuertísimo y seco contra el piso de material. El partido se paró un rato. Cuando abrí los ojos, todavía horizontal, tenía alrededor mucha gente que decía para que me tranquilice, pero estaba más alterada que yo. Incluso la Sofi saltó de la tribuna del susto. Cuando ella me dijo que fue gol, me sentí una estrella.

JUEVES 28 DE ABRIL. DÍA 54.

La noche anterior los alumnos del último año de quedaron a amanecer en la puerta de la escuela con fogatas y fuegos artificiales. A las cuatro en punto de la madrugada, se acercaron con los cohetes a nuestro sector, para que los acompañemos a correr a los gritos hasta la plaza principal. Lo que nunca les aclaré era que hacían falta mucha más artillería para despertarme a esa hora.
A la mañana supimos que fue éxito la tradicional corrida, y que nuestras vecinas Cristina y Sinah sí fueron.
Con la escuela requete pituca, hubo una misa temprano (a la que tampoco asistimos pese a estar de pie), un acto muy divertido con juegos y demostraciones de talentos (divertidísimo) y un almuerzo de camaradería en cada curso. Como nosotros trabajamos con los de tercero, fueron quienes nos invitaron a comer con ellos. Éramos como cincuenta comiendo en una sala de cinco por cinco. Absolutamente todos comen con la mano, y no sé cómo se las arreglan perfectamente para no terminar con comida en todo el cuerpo, como me pasa a mí con cuchillo y tenedor.
Después fue el bautismo que los egresados le hacen a los nuevos. Consiste en un gran espacio en donde en fila van a pasando por diferentes sectores respetando un cierto orden. En cada “stand” lo ensucian, tajean su ropa, lo meten dentro d eun tacho con agua, cenizas y barniz, lo obligan a comer colorante, o tragarse media cebolla cruda o pasar la lengua por una piedra con pimiento. Mientras tanto, el resto se mata de la risa afuera. Al terminar, le dan a cada alumno nuevo su correspondiente certificado oficial de bautismo. Por su puesto no falta la madre que pone el grito en el cielo.
Después hubo un concurso de disfraces por curso, y cuando terminó salimos todos en caravana cantando por las calles, corriendo y con una orquesta –que no era más que un grupo de chicos en el que cada uno tocaba su propio instrumento, a su propio ritmo-.
Fue espectacular la salida al centro de Patacamaya. Los más grandes iban adelante bailando al compás de una danza tradicional de los mineros cuya letra estremece hasta al patrón de la mina.
Comprendimos sorprendidos el nivel de apropiación que los chicos tienen con la escuela. Nunca vimos algo así. Cada uno daba más de lo que le pedía su maestro, y lo hacía con una pasión increíble. Por supuesto que nos prendimos en las danzas tradicionales cuando nos vinieron a buscar los chicos de tercero.
En cada rato libre, yo me encontraba con Ernesto, un tipazo-mecánico (el orden de los factores no altera al producto), que además había sido el profesor de mecánica automotriz en el industrial donde estábamos. Tenía una pérdida de gasoil y una de aceite.
La Sofi mientras tanto, armó y editó un video especial sobre la escuela y el trabajo corto pero rico de estos días. La idea era presentarlo antes del bailongo que se preparaba para la noche.
Pero otra vez el proyector nos pasó una mala jugada y la peli, que estaba buenísima, no se pudo mostrar.
Pero pasado el mal trago tecnológico, nos repusimos anímicamente bailando cada una de las piezas folclóricas de las distintas regiones de Bolivia en el bailongo. El conductor, desde el escenario, no paraba de gastarnos por nuestros pasos torpes, sobre todo los míos.
Todos los bailes son en pareja, y se ponen todos los hombres uno al lado del otro en una gran hilera, enfrentados a las mujeres. Cada uno tiene su paso, que a su vez varía en cada género folclórico. Entre tanto frío ventoso empezamos a transpirar, y a sentir la falta de oxígeno, a medida que nos íbamos muriendo de la risa por lo simpático de cada meneo, en especial el de la región afroboliviana, en el tropical oriente.
De madrugada, terminamos muertos pero encantadísimos.

VIERNES 29 DE ABRIL. DÍA 55.

Ya teníamos preparado todo para dejar Patacamaya, tras una semana hermosa de intercambio cultural, de miradas y sonrisas, de palabras y silencios. De mucha alegría y baile torpe.
Saludamos efusivamente a cada trabajador de la escuela y a cada alumno. Y sobre todo a Cristina, una mujer hermosa que nos abrió los brazos ciegamente.
Subimos al renovado Aguará con Sinah, nuestra amiga alemana. Y encaramos los 101 kilómetros que nos separaban de La Paz por la que se conoce como la mejor ruta boliviana.
En el camino tuvimos que cargar combustible. Si bien el surtidor anunciaba 3,72 pesos por litros de gasolina, el tipo se reía y me quería cobrar cinco, después de carpetearme de arriba abajo. Yo me lo quería comer crudo. Bajó a cuatro y como mi furia no descendía me cobró lo correcto.
Pasamos por El Alto todavía no sabemos cómo. Un mar de combis bocineras y estancadas hacían de las calles algo totalmente caótico, sumado a la gente que se cruza sin mirar, a las corridas por entre los autos, colectivos y camiones.
La Paz directamente es una paradoja nominal. Un eufemismo. Esto es la Guerra, con mayúscula.
Las calles son empinadísimas en subida y bajada. Requete angostas, con esquinas cerradas. Y lo peor son los conductores, que se te tiran literalmente arriba con un bocinín de aviso nomás. Para colmo la calle por la que debíamos tomar estaba cortada por una manifestación.
Pasamos por un hostel que tenía un “parqueo” cerca, pero otra vez el empleado (o el dueño) nos quiso descansar con la tarifa, y arrancamos.
Terminamos en otro, en la zona más turística de la ciudad.
A todo esto, nunca aclaramos que decidimos parar en alocada La Paz, además de para conocerla (la Sofi ya había estado), para imprimir unas remeras (acá les dicen “poleras”) para vender a lo largo del viaje, aprovechando los costos locales en comparación con otros países. Por otra parte, teníamos (todavía tenemos) que solucionar unas cositas del auto (como la bomba de agua y la cerradura hecha pedazos desde Arica), y ponernos al día un poco con la web y esas cosas. Por otra parte, como es una ciudad grande, caótica y relativamente barata nos vinimos a un hostel. Después de las dos noches apunadísimos en Susques, esta es la primera vez que pagamos hospedaje. Aunque lo hacemos sin culpa y hasta con gusto.

SÁBADO 30 DE ABRIL. DÍA 56.

Yo fui a sacar el auto del estacionamiento del tipo que nos quiso descansar con el precio, y mudarlo a uno nuevo cerca del hostel donde paramos. Salí después de atragantarme con cada cosa ofrecida en el desayuno incluido. Otra vez el tipo del estacionamiento me quiso mejicanear, pero después de mucha discusión elevada de tono convinimos el monto medio entre lo que ambos decíamos.
Fui a arreglarle la cerradura. Y de ahí a reparar el paragolpe trasero (que hice percha el día anterior en esta misma ciudad). También imprimí unas calcomanías sobre una supuesta alarma del auto, tras la experiencia gris en Arica. Si bien no nos gusta la idea, quizás sirva para prevenir algún robo.
Además reparé algunas cosas y ordené otras. Sellé con un producto especial que traje desde Argentina el tanque de aguas servidas, aprovechando que no lo usábamos y que saqué el paragolpes trasero.
Lo que siguió fue toda una aventura: tenía que ir hasta el nuevo estacionamiento, del que no sabía ninguna referencia, ni contaba con un mapa ni nada. Estuve dos horas de reloj perdido por el caótico centro paceño, y padeciendo además de todas las características inequívocas de la ciudad, un tradicional sábado de feria, en la que bajan de los alrededores los cholitas con sus productos, y toman las veredas y en ocasiones las calles. Por eso muchas arterias están cortadas sin aviso previo. En una ocasión subí una gran pendiente de tres cuadras –por supuesto en primera- y después me entero que está cortada, que tenía que volver hacia atrás. El detalle era que no había dónde dar la vuelta con el considerable tamaño del Aguará, que tenía no sé cuántos autos atrás tocando bocina, por delante otros tantos a los que se les ocurría bajar, y el pedal del freno y del embriague clamando piedad.
Varias veces quedé estancado diez minutos en el medio de una callecita. En otro momento, estoy por doblar, o mejor dicho ya doblando, y un colectivito se me cruza de frente, frenando a diez centímetros del paragolpes delantero. Nos puteamos un rato (estábamos casi cara a cara), hasta que aparece un milico enojadísimo conmigo. Argumentaba que él le había dado el paso al colectivo. Yo ni lo había visto. Me pidió mi licencia y le dije que espera que doble, porque estábamos generando un caos colosal. Después de decenas de maniobras pude doblar y estacionar. Me descargué con el milico: ahí mismo donde estábamos discutiendo había no menos de cinco infracciones graves que impedían la circulación normal, y yo hacía dos horas que estaba perdido sin poder creer las demencias en el tránsito con las que me sacudió la cara el sábado paceño, cansado, todo engrasado y muerto de hambre.
En fin, en el nuevo estacionamiento no podía dejarlo hasta las 20, porque justamente por la feria estaba colmado de autos.
Recién a las seis de la tarde almorzamos con la Sofi, que me estaba esperando también hambrienta. Una compañera con todas las letras. O una salame, según desde dónde se mire su noble gesto.

DOMINGO 1 DE MAYO. DÍA 57.

Después de desayunar fuimos a la marcha del 1º de mayo, el Día Internacional del Trabajador. Sirvió para ayudarnos a acercarnos un poco más al complejo entramado político de este país. En el que además de las cuestiones económicas y sociales, juega un fuerte papel la cuestión étnica, y hasta lo místico.
La gestión de Evo Morales por supuesto no pasa inadvertida para nadie. Hay quienes lo aman ciegamente y quienes lo odian pasionalmente. Nos sorprendió de hecho una porción considerable de la población a la que no le simpatizaba en absoluto la política del gobierno, y no eran solamente los “blancos” o los “citadinos”.
Como la sociedad, la marcha estaba claramente dividida en dos: los trabajadores de la ciudad, y los campesinos de las afueras. Incluso, como un claro reflejo social, en un momento quedaron enfrentados en dos carriles distintos de la misma Avenida Del Prado, caminando firmemente hacia direcciones opuestas.
Sacamos fotos, filmamos y hablamos con cuanto marchante pudimos, de todos los colores políticos posibles.
La verdad es que de la interesantísima política local da para hablar en otro momento.

LUNES 2 DE MAYO. DÍA 58.

A la tarde nos tomamos una combi hasta la otra punta de la ciudad, al barrio Villa Trinidad. Allí nos esperaba en su casa Bernabé, quien va a hacer las remeras. Estuvimos unas horas por allá, mateando en una placita de la zona.

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