domingo, 31 de marzo de 2013

Bitácora XXVII: "El cielo del desierto es un cielo de lucha"


Había arbustos espinosos, todo tipo de cactus y piedras. Había un silencio profundo y sordo. El único sonido efímero llegó con una ráfaga de viento repentino y seco, y con él se fue. A los trescientos sesenta grados aparentaba desierto el desierto; sólo arbustos espinosos, todo tipo de cactus y piedras.
Había un gran espiral de piedras y en el centro rastros de un fuego grande, rodeado de ofrendas sencillas: velas, caracoles, botellas, gargantillas, tejidos y varios Ojos de Dios.
En el Cerro Quemado nació Tatewari, el abuelo Sol. Y allí vuelve a nacer cada mañana. Así dicen los wirráriras, conocidos como huicholes. Pueblo que desde antes del Tiempo camina por el desierto para encontrarse con sí mismo.
Para llegar allí manejamos durante horas, la última de ellas sobre terracería bordeando el precipicio. Después un túnel bajo nos obligó a seguir a dedo hasta el siguiente poblado, que se perdía entre las nubes. Desde ahí cabalgamos un par de horas por el altiplano pasando por las ruinas de varias minas del siglo XVIII. Los caballos quedaron en la base del cerro y seguimos a pie hasta la cima.
Así llegamos al lugar más alejado de casa, desde donde emprendemos el retorno.
Estábamos los tres solos. Ni tan duro ni tan sagrado, también traíamos nuestro propio peregrinar. Por eso queríamos agradecer, pero -ni muy judíos ni muy cristianos ni muy huicholes- no sabíamos cómo.
Y entonces sólo dijimos “gracias”.
Por lo compartido hasta ahora.
Y pedimos buen camino de regreso.
La peregrinación wirra es durísima. Llevan poco abrigo y poco alimento, y mucho por dejar. Van tras las estrellas, a las que nombran guardianes.




Canta Zitarrosa: “Cuanti más lejos te vayas más te tenés que acordar”. Para él, como para todos los que venimos del sur, el Sol se aleja hasta el Trópico de Cáncer, para retornar su camino de ritmo repetitivo. Hasta hoy la ceremonia más popular del Perú es el Inty Raymi, cuando desde tiempos ancestrales los pueblos andinos le piden al Sol que vuelva tras distanciarse hasta el extremo norte. Antes de la espada y la cruz era tan importante la celebración que marcaba el principio del año.
Quizás sea un detalle azaroso, pero siempre imaginábamos el lugar desde donde voltearíamos hacia sur.
Hijos también del Sol, una peculiar paradoja astronómica hizo que el Cerro Quemado represente nuestro punto más alejado y el de retorno, justo donde también lo hace nuestra estrella cada mañana elevado por los cuernos del Venado Azul, como cuentan los wirras cuando velando el Fuego.
Un segundo guiño celeste fue hacerlo justo cuando el Sol llegaba del hemisferio sur al norte, como mandado de allá lejos a recordarnos el camino de regreso.
Causas y azares. Excusas para sumergirnos en el universo apasionante de la cosmovisión wirra, y en su lucha por defender la tierra sagrada de la minería, una postal repetida a lo largo y ancho del continente.







Fue Castañeda el primero en traernos acá. Después volví con mi hermano, con una curiosidad que nos llevaba a donde quisiéramos viajando a dedo, cantando las mismas canciones y con más mugre que equipaje.
Nos atraía por sobre todo el místico hícuri, un cactáceo que sólo crece en una región del desierto mexicano y que produce efectos alucinógenos con el que los wirras toman conciencia y se acercan a sus divinidades a través de ceremonias introspectivas (intentemos evitar que la palabra “alucinógeno” reduzca el peyote sagrado a la categoría de “droga”). En verdad el peyote los ayuda sensibilizarse, a tomar conciencia, que es tomar el hícuri (la conciencia que les dejó el Venado según el mito).
Eso fue hace más de catorce años y desde entonces el mitológico desierto mexicano dejó de ser sólo una región geográfica.
Esta vez, además, veníamos escuchando de la trinchera que se abrió allí a partir de los intereses de grandes mineras para explotar el oro a cielo abierto. Otra vez las mineras. Lo que agregó un condimento especial al interés por llegar a la gran Wirikuta.
Algo que no comprendemos bien hizo que declinemos de la idea de ir más al norte. Habíamos planificado una gran vuelta bordeando la frontera con Estados Unidos y regresando por el Pacífico, que incluía paisajes increíbles, movidas sociales donde proyectamos los talleres, amigos esperándonos, posibilidades laborales y hasta algunas invitaciones de hoteles.
Pero una guerra con códigos incomprensibles nos persuadió de cambiar los planes, que siempre se cambian, por cierto. Tuvimos la (mala) suerte de escuchar historias escalofriantes y pudimos (pensé bastante el verbo) virar el timón.
Así las cosas el lugar más al norte donde iremos es la gran Wirikuta, corazón ceremonial de las largas peregrinaciones wirráricas. Será sólo un detalle para algunos, pero nosotros siempre imaginábamos el sitio desde donde apretaríamos el freno y voltearíamos, para avanzar nuevamente con rumbo sur, con la proa del Aguará enfocada hacia casa.
Real de 14 era sólo una parada de curioso nombre en nuestro derrotero desértico. Viajamos muchas horas, la última sobre un empedrado que aflojó cada tornillo de la casa rodante. Así subimos hasta los dos mil setecientos metros. Ahí se nos presentó un sugerente túnel, tan antiguo y oscuro como bajito. La noche nos llevaba puestos y tuvimos que apurar algunas cosas en mochilas improvisadas. Hicimos dedo y apareció una familia noctámbula para cruzarnos el túnel.
Pensábamos estar sólo una noche en Real, pero resulta que un tal Felipe Frías -quien gustoso trabaja de guía y de buen tipo-, nos hospedó en su hostal Estrella de la Montaña como colaboración al Proyecto Miradas (va el chivo, pues).
Le propusimos alguna actividad astronómica para que ofrezca a sus grupos de turistas, pero prefirió que la hagamos en la escuela del pueblo. Uno de los alumnos fue Tzicuri, wirra apasionado por la astronomía. Tuvimos la suerte de que fuera él quien nos abriera la puerta al fantástico mundo cultural de los llamados huicholes.
Los días siguientes nos dedicamos a entrevistar a mucha gente, sobre todo inducidos por esta cultura ancestral que peregrina nueve meses al año hasta esas tierras sagradas de la mano del Venado Azul, el maíz y el peyote sagrado, su tríada mística.
También fuimos a caballo al viejo pueblo fantasma, donde funcionaba la mina de 1700 que hizo de la zona un gran cofre preciado por bandidos y anhelado por empresarios extranjeros. Lo mejor fue cabalgar con la jinete rebelde Negra.
Pero lo que más nos interesaba era subir al mítico Cerro Quemado, donde velan el Fuego los wirras tras su gran peregrinación por la sagrada tierra de Wirikuta para que el Sol vuelva a salir cada mañana. También cabalgamos durante casi dos horas y después seguimos los tres solos a pie. La mística del lugar -producto de siglos de ofrendas y ceremonias- se respira en el silencio abrumador de la panorámica.
Ahí nos quedamos un buen rato. Nos acercamos sigilosos al centro del gran espiral hecho con piedras, donde descansaban los restos de un gran fogón decorados con diferentes muestras de fe. Dejamos un poco de yerba mate, nos dimos las manos y agradecimos el camino recorrido y pedimos por el buen camino de regreso. Suena raro contarlo, pero fue casi espontáneo.
Bajando del cerro pensamos que estábamos dando nuestros primeros pasos a casa.
Este agradecimiento, necesario, fue el propósito de la llegada a Real de 14, y quizás del Gran Viaje. Además, en Real de 14 teníamos hospedaje con la familia cálida de Felipe, que nos preparaba tamales y tortillas caseritos-, una experiencia educativa memorable en la escuela, un acercamiento intensivo y vivencial con la cultura wirra, entrevistas, y como si fuera poco dos hoteles de categoría coordinaron una actividad nocturna con sus huéspedes a nuestro cargo. Así que además pudimos juntar para el estómago siempre hambriento del Aguará.





Son las doce de una noche ya lejana a la de aquel evento, aunque igual de nublada. Escribo acostado en la camita chica del Aguará, a donde me mandaron a dormir hace unas noches las mujeres “para estar más cómodas”. La pantalla de la notebook representa la única fuente de luz en un radio grande. Por eso, además del canto desafinado de unos corridos, ahora me acompañan tres bichitos que deambulan frenéticos por entre los caracteres logrando dispersarme. Son la excusa para cortar acá. Con el desierto sagrado, el peregrinar huichol, el cerro donde agradecimos, llegar hasta donde el Sol y comenzar el regreso donde él, a los pagos desde donde justo llegó, la sesuda lucha contra la minería a cielo abierto, el peyote sagrado, la calidez de los paisanos, lo que fue y lo que pudo haber sido. Seguramente con estos elementos se podría haber hecho algo mejor. Yo lo intenté, pero me venció el cansancio. Así que procuro subir estas letras anacrónicas para no desactualizar tanto el Cuaderno de Bitácoras. 


Con la misma necesidad de actualizar las crónicas, apunto que después de Real de 14 nos adentramos más en el desierto, ahora sí en el corazón de Wirikuta. Nos fuimos a la comunidad de Margaritas, de apenas cincuenta habitantes. En las inmediaciones de Margaritas hay paradas sagradas en el peregrinar wirra. Por eso es conocido el pueblo. Y por el peyote místico. Ahora, además, están librando una lucha por erradicar a grandes mineras de todo el mundo que explotan el oro a cielo abierto, contaminando la tierra, el agua (escasa por cierto) y el aire, y cerrando enormes extensiones por las que siempre peregrinó el pueblo wirra.
Entonces nuestra estadía en Margaritas fue sumamente formativa. Si por un lado nos acercamos a la impresionante cosmovisión huichol, también compartimos las formas de resistencia que tiene la gente de a pie frente a los atropellos de trasnacionales y gobiernos locales.
Un grupo de “mestizos” que comprende eso de poner el pecho y el corazón donde hay que ponerlo, respira polvo y sabiduría ancestral en la tierra del venado. Conocimos a los referentes, que más allá del apoyo popular y genuino tienen que andar cuidándose de matones a sueldo.
No prometemos nada, pero vamos a intentar narrar un poco mejor la experiencia fuerte y seca, como todo en el desierto. Sobre todo algo del maravilloso mundo wirra y de la lucha contra la minería. Una constante preocupante a lo largo de este derrotero latinoamericano.
Mientras tanto, sugerimos:






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