jueves, 11 de abril de 2013

Bitácora XXVIII: "El agüita cristalina que escondía la sierra"


Secos como lengua de loro nuestros cuerpos se complotaron con el Aguará y sin preguntarnos nos llevaron directo a la Huasteca. Una gran región verde y húmeda contra el Golfo. 


Mezcla extraña de Costa Rica, Córdoba y el patagónico Parque Nacional Los Alerces, acá abundan las cascadas, los ríos, las ollas, las pozas. Todas las aguas se caracterizan por ser de manantial: no sólo dulces, también cristalinas y puras. Los diferentes fondos rocosos las tiñen de impresionantes tonos azulados y turquesas, en donde los peces intentan impresionar con destrezas subacuáticas y las delicadas lagartijas se recuestan engreídas a asolearse sobre las piedras. Los helechos parecen colgar de las nubes y se mecen con la cadencia fresca del viento. La transparencia absoluta del agua en movimiento permite lucirse a las piedras del fondo, que mudan de tornasolados según la posición del sol. El murmullo del agua adormece hasta a los pájaros, que a veces se olvidan de aletear en pleno vuelo.
Al principio cada detalle parecía pensado y dispuesto como parte de una escenografía paradisíaca.
Unos días después, el chasquido simpático del vuelo de las mariposas (sí, en la huasteca las mariposas provocan música) mutó repentinamente en un narcocorrido cuya letra fantaseaba con evasiones románticas a los controles aduaneros yanquis, y cuyos decibeles hizo migrar a las mariposas y su chasquido simpático antes del estribillo.
Latas de cerveza, botellas de cerveza, chapitas de botella de cerveza y empaques plásticos de latas de cerveza se hicieron un lugar entre las aguas transparentes. Los envoltorios de aluminio de papitas fritas también se acomodaron entre la vegetación colorida. Y todos juntos pasaron a formar parte del cuadro surrealista del turismo popular mexicano, esplendoroso en su Semana Santa. Santa la Madre Tierra, que se banca todo y a todos recibe por igual.
Como siempre en la vida, algunos contentos y otros no tanto. Los gordos con un tramo de la raya del culo a la vista, que se meten al agua con camiseta y a los que se les va bajando el párpado superior con cada sorbo, se van contentos; fresquitos, llenos de cerveza y papas fritas y contentos. Los pececitos, las lombrices y los pájaros no tanto. Y nosotros un poco en el medio. Disfrutando y renegando. Renegando y disfrutando. Intentábamos no caer en el europeísmo purista, pero a veces nos ganaba la locura.
Con ese panorama, nos tocó descubrir la magia de la Huasteca potosina en medio de la Semana Santa local. Lo que nos obligó a convivir día y noche con la música banda, de la que al cabo de un rato sólo se escucha el trombón y su monótono “bumm, bomm… bumm, bomm”. Pero también nos permitió conocer un poco más de la cultura bellísima de la familia mexicana, inseparable como la mugre y los rollitos del cuello de la Negra. Honrados, cariñosos y buenas leches nos acomodaron entre ellos, nos convidaron sus cervezas frías y alzaron a la Negra como a sus hijas.






En definitiva la belleza de la naturaleza no es nada sin la cultura. La naturaleza es también el hombre, que la ensucia, la disfruta, y también la embellece. Siempre decimos que lo mejor del viaje no es otra cosa que la gente que nos cruzamos en el camino. Si no, caeríamos en la miopía paisajística.
En fin, los debates culturales en torno a las costumbres sociales será motivo de otro foro. De mientras se nos van a seguir presentando estos dilemas aburridos, y seguramente otros.
En la Huasteca esperábamos indicaciones para ir a trabajar a una comunidad indígena teneek. Pero como las clases estaban en receso vacacional teníamos que esperar una semana. Así como fue no nos quedó otra opción más que dejarnos sumergir en el esplendor selvático de la región.
El primer lugar donde llegamos de la Huasteca fue a la laguna de la Media Luna, cerca de Río Verde (ciudad que hasta hace unos años estuvo muy comprometida con el problema del narcotráfico). La primera sorpresa fue encontrar una movida de camping, no muy usual fuera de Argentina. La Media Luna es un conjunto de manantiales de agua totalmente cristalina. Cada uno de los ocho manantiales va surcando la piedra caliza formando canales y arroyos de ensueños. La belleza del agua, que acaricia las plantas subacuáticas y moldea la piedra blanda, es una invitación para bucear con los ojos abiertos y tomando agua. En la laguna principal se practica buceo. Nosotros le metimos al snorkel porque tenemos los equipos.
Necesitábamos del agua después de dos semanas en el desierto. Durante unos días estos manantiales cristalinos nos refrescaron los cuerpos, aunque por las noches extrañábamos el desierto, donde el manantial de estrellas también nos refrescaba la conciencia.
Amiga de los guardias, los serenos, los médicos, los encargados de mantenimiento y de todos los turistas, la Negrita fue feliz como pez en el agua; o un poco más: como pez en el agua de la laguna de la Media Luna.
Un poco aturdidos por la marea de campamenteros consumidores de toda una variedad exótica e increíble de parafernalia de equipamiento de camping, y aprovechando las nubes bajas que nos cubrieron la retaguardia, nos fuimos a Río Verde a solucionar algunos problemas técnicos de las notebook. Dejamos la de Sofi en lo de un experto que sacaba chapa que todos sus colegas le llevaban a él las máquinas para que las repare. Estaría lista en un par de horas. Yo aproveché la presencia del experto y desarmé completamente la mía para limpiarla. El tipo tuvo que salir y me dejó bajo la asesoría profesional de su señora. En un momento, entre cables, plaquetas, tornillos y tornillitos me percaté de que la señora, gran cocinera, sabía de informática lo que la Negrita. Armé como pude todo y me fui. Al igual que cuando desarmamos la Lambretta del 67 con Alejo y Barón, al armar la notebook me sobraron todo tipo de piezas. Pensé “si no me maté con aquella motoneta, cualquier inconveniente generado por las piezas sobrantes sería insignificante”.
Varias horas después supimos que el marido de la señora -el experto al que sus colegas le llevaban las máquinas-, le había llevado la notebook de la Sofi a un chavito (pibe) que todavía ni había empezado. Nos los dijo con una naturalidad que, al igual que con el tema de la basura, nos hizo replantear si los equivocados éramos nosotros.
Dormimos en una estación de servicio, donde a la mañana siguiente nos bañamos y salimos para Tamasopo. Teníamos una invitación de una agencia turística a la que nunca encontramos. Así que nos fuimos a recorrer las maravillas naturales que rodean la ciudad. Estuvimos unos días en Paso Ancho y Puente de Dios. La Negra se metió en cada charco de agua que vio. Le encanta nadar y hasta mete la cabeza bajo el agua. Cuando sale saca la lengüita para tomar el agua que le chorrea por la carita. La Negra se pasa, es capaz de eclipsar cualquier cascada por más turquesa que sean sus aguas.
La verdad es que nos la pasamos lindo con ella. Cada día nos hace reír más. Es fácil ser papá de la Negra, y placentero. Los dos coincidimos siempre en eso.
Nos fuimos por una ruta interna que tenía tantos baches como encantos. Llegamos a las cascadas Mico. Sin querer caímos en un camping paradisíaco que se llama Aldea Huasteca. Costaba una fortuna pero Don Carlos, el dueño, no quiso cobrarnos cuando se enteró del proyecto. Ahí conocimos a Naty, una mendocina que trabaja hace tres temporadas ahí. Con ella, Miriam (recepcionista) y el grupo de cocineras fuimos tratados como huéspedes de honor.
Aprovechamos la estadía para estar más tranquilos, sin tanta gente ni música al palo. Además nos bañamos con agua caliente! El predio invita a no salir. Con algunas ondulaciones el terreno resplandece cubierto por un pasto fino y verde. Algunos senderos cuidados comunican los edificios, todos imitando bohíos (chozas de bambú y techo de paja típicos de la zona). Un río manso y cristalino forma cascadas chicas entre las piedras. Hay algunas playitas chicas dispersas y tranquilas donde nadamos hasta sacar escamas.
Un día nos fuimos a las cascadas de Mico, una de las principales atracciones turísticas de la región. A los diez minutos nos pegamos la vuelta. Más que apretados, había que estarse encima en aquella versión mexicana de La Perla marplatense.
En la Aldea, algunas veces cuando los turistas terminaban el desayuno para salir de excursión, éramos invitados a desayunar con los laburantes.
La última noche hicimos un evento astronómico para los huéspedes. Los coordinadores turísticos -pibes que están al palo, siempre pilas y sonrientes- se encargaron con destreza de la logística: teníamos una mesa desde donde manejábamos la notebook y el cañón, proyectado sobre una pantalla prolija. Los participantes nos rodeaban en grandes bancos, alrededor de un fogón enorme. Contábamos con sonido amplificado y hasta los malvaviscos de las películas. Como casi siempre que nos lo proponemos las nubes nos cerraron el cielo. Pero con el simulador la actividad salió bien. Fue el cierre de la temporada alta en la Aldea, y la agencia de los guías (Ruta Huasteca Expedition) nos contrató para una capacitación próxima.






Por la movida “nos cobramos” la cena de la noche (buffet de comida tradicional mexicana) y el desayuno al día siguiente. De todos modos nadie nos controlaba, al contrario, los trabajadores nos invitaban y cuando aparecía Don Carlos (presencia que por su estirpe de Señor norteño no pasaba desapercibida) nos ofrecía lo que fuera, incuso que montemos con la Negrita su propio caballo, que llevaba con orgullo los mismos aires de Señor norteño que Don Carlos.
(Va esto, que es mejor que nada! Hace tiempo que no nos conectamos a Internet y mañana salimos para una comunidad alejada, así que por un tiempo no nos vamos a conectar. Falta la última parte de la Huasteca!).
Y los fabulosos días en Octzen, la mejor experiencia comunitaria que nos tocó vivir!

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