Secos
como lengua de loro nuestros cuerpos se complotaron con el Aguará y sin preguntarnos
nos llevaron directo a la Huasteca. Una gran región verde y húmeda contra el
Golfo.
Mezcla
extraña de Costa Rica, Córdoba y el patagónico Parque Nacional Los Alerces, acá
abundan las cascadas, los ríos, las ollas, las pozas. Todas las aguas se
caracterizan por ser de manantial: no sólo dulces, también cristalinas y puras.
Los diferentes fondos rocosos las tiñen de impresionantes tonos azulados y
turquesas, en donde los peces intentan impresionar con destrezas subacuáticas y
las delicadas lagartijas se recuestan engreídas a asolearse sobre las piedras.
Los helechos parecen colgar de las nubes y se mecen con la cadencia fresca del
viento. La transparencia absoluta del agua en movimiento permite lucirse a las
piedras del fondo, que mudan de tornasolados según la posición del sol. El
murmullo del agua adormece hasta a los pájaros, que a veces se olvidan de
aletear en pleno vuelo.
Al
principio cada detalle parecía pensado y dispuesto como parte de una
escenografía paradisíaca.
Unos
días después, el chasquido simpático del vuelo de las mariposas (sí, en la
huasteca las mariposas provocan música) mutó repentinamente en un narcocorrido
cuya letra fantaseaba con evasiones románticas a los controles aduaneros yanquis,
y cuyos decibeles hizo migrar a las mariposas y su chasquido simpático antes
del estribillo.
Latas
de cerveza, botellas de cerveza, chapitas de botella de cerveza y empaques
plásticos de latas de cerveza se hicieron un lugar entre las aguas
transparentes. Los envoltorios de aluminio de papitas fritas también se
acomodaron entre la vegetación colorida. Y todos juntos pasaron a formar parte
del cuadro surrealista del turismo popular mexicano, esplendoroso en su Semana Santa. Santa la Madre Tierra,
que se banca todo y a todos recibe por igual.
Como
siempre en la vida, algunos contentos y otros no tanto. Los gordos con un tramo
de la raya del culo a la vista, que se meten al agua con camiseta y a los que
se les va bajando el párpado superior con cada sorbo, se van contentos;
fresquitos, llenos de cerveza y papas fritas y contentos. Los pececitos, las
lombrices y los pájaros no tanto. Y nosotros un poco en el medio. Disfrutando y
renegando. Renegando y disfrutando. Intentábamos no caer en el europeísmo
purista, pero a veces nos ganaba la locura.
Con
ese panorama, nos tocó descubrir la magia de la Huasteca potosina en medio de
la Semana Santa local. Lo que nos obligó a convivir día y noche con la música
banda, de la que al cabo de un rato sólo se escucha el trombón y su monótono
“bumm, bomm… bumm, bomm”. Pero también nos permitió conocer un poco más de la
cultura bellísima de la familia mexicana, inseparable como la mugre y los
rollitos del cuello de la Negra. Honrados, cariñosos y buenas leches nos
acomodaron entre ellos, nos convidaron sus cervezas frías y alzaron a la Negra
como a sus hijas.
En
definitiva la belleza de la naturaleza no es nada sin la cultura. La naturaleza
es también el hombre, que la ensucia, la disfruta, y también la embellece. Siempre
decimos que lo mejor del viaje no es otra cosa que la gente que nos cruzamos en
el camino. Si no, caeríamos en la miopía paisajística.
En
fin, los debates culturales en torno a las costumbres sociales será motivo de
otro foro. De mientras se nos van a seguir presentando estos dilemas aburridos,
y seguramente otros.
En
la Huasteca esperábamos indicaciones para ir a trabajar a una comunidad
indígena teneek. Pero como las clases estaban en receso vacacional teníamos que
esperar una semana. Así como fue no nos quedó otra opción más que dejarnos
sumergir en el esplendor selvático de la región.
El
primer lugar donde llegamos de la Huasteca fue a la laguna de la Media Luna,
cerca de Río Verde (ciudad que hasta hace unos años estuvo muy comprometida con
el problema del narcotráfico). La primera sorpresa fue encontrar una movida de
camping, no muy usual fuera de Argentina. La Media Luna es un conjunto de
manantiales de agua totalmente cristalina. Cada uno de los ocho manantiales va
surcando la piedra caliza formando canales y arroyos de ensueños. La belleza
del agua, que acaricia las plantas subacuáticas y moldea la piedra blanda, es
una invitación para bucear con los ojos abiertos y tomando agua. En la laguna
principal se practica buceo. Nosotros le metimos al snorkel porque tenemos los
equipos.
Necesitábamos
del agua después de dos semanas en el desierto. Durante unos días estos
manantiales cristalinos nos refrescaron los cuerpos, aunque por las noches
extrañábamos el desierto, donde el manantial de estrellas también nos
refrescaba la conciencia.
Amiga
de los guardias, los serenos, los médicos, los encargados de mantenimiento y de
todos los turistas, la Negrita fue feliz como pez en el agua; o un poco más:
como pez en el agua de la laguna de la Media Luna.
Un
poco aturdidos por la marea de campamenteros consumidores de toda una variedad
exótica e increíble de parafernalia de equipamiento de camping, y aprovechando
las nubes bajas que nos cubrieron la retaguardia, nos fuimos a Río Verde a
solucionar algunos problemas técnicos de las notebook. Dejamos la de Sofi en lo
de un experto que sacaba chapa que todos sus colegas le llevaban a él las
máquinas para que las repare. Estaría lista en un par de horas. Yo aproveché la
presencia del experto y desarmé completamente la mía para limpiarla. El tipo
tuvo que salir y me dejó bajo la asesoría profesional de su señora. En un
momento, entre cables, plaquetas, tornillos y tornillitos me percaté de que la
señora, gran cocinera, sabía de informática lo que la Negrita. Armé como pude
todo y me fui. Al igual que cuando desarmamos la Lambretta del 67 con Alejo y
Barón, al armar la notebook me sobraron todo tipo de piezas. Pensé “si no me maté
con aquella motoneta, cualquier inconveniente generado por las piezas sobrantes
sería insignificante”.
Varias
horas después supimos que el marido de la señora -el experto al que sus colegas
le llevaban las máquinas-, le había llevado la notebook de la Sofi a un chavito
(pibe) que todavía ni había empezado. Nos los dijo con una naturalidad que, al
igual que con el tema de la basura, nos hizo replantear si los equivocados
éramos nosotros.
Dormimos
en una estación de servicio, donde a la mañana siguiente nos bañamos y salimos
para Tamasopo. Teníamos una invitación de una agencia turística a la que nunca
encontramos. Así que nos fuimos a recorrer las maravillas naturales que rodean
la ciudad. Estuvimos unos días en Paso Ancho y Puente de Dios. La Negra se
metió en cada charco de agua que vio. Le encanta nadar y hasta mete la cabeza
bajo el agua. Cuando sale saca la lengüita para tomar el agua que le chorrea
por la carita. La Negra se pasa, es capaz de eclipsar cualquier cascada por más
turquesa que sean sus aguas.
La
verdad es que nos la pasamos lindo con ella. Cada día nos hace reír más. Es
fácil ser papá de la Negra, y placentero. Los dos coincidimos siempre en eso.
Nos
fuimos por una ruta interna que tenía tantos baches como encantos. Llegamos a
las cascadas Mico. Sin querer caímos en un camping paradisíaco que se llama
Aldea Huasteca. Costaba una fortuna pero Don Carlos, el dueño, no quiso
cobrarnos cuando se enteró del proyecto. Ahí conocimos a Naty, una mendocina
que trabaja hace tres temporadas ahí. Con ella, Miriam (recepcionista) y el
grupo de cocineras fuimos tratados como huéspedes de honor.
Aprovechamos
la estadía para estar más tranquilos, sin tanta gente ni música al palo. Además
nos bañamos con agua caliente! El predio invita a no salir. Con algunas
ondulaciones el terreno resplandece cubierto por un pasto fino y verde. Algunos
senderos cuidados comunican los edificios, todos imitando bohíos (chozas de
bambú y techo de paja típicos de la zona). Un río manso y cristalino forma cascadas
chicas entre las piedras. Hay algunas playitas chicas dispersas y tranquilas donde
nadamos hasta sacar escamas.
Un
día nos fuimos a las cascadas de Mico, una de las principales atracciones
turísticas de la región. A los diez minutos nos pegamos la vuelta. Más que
apretados, había que estarse encima en aquella versión mexicana de La Perla
marplatense.
En
la Aldea, algunas veces cuando los turistas terminaban el desayuno para salir
de excursión, éramos invitados a desayunar con los laburantes.
La
última noche hicimos un evento astronómico para los huéspedes. Los
coordinadores turísticos -pibes que están al palo, siempre pilas y sonrientes-
se encargaron con destreza de la logística: teníamos una mesa desde donde
manejábamos la notebook y el cañón, proyectado sobre una pantalla prolija. Los
participantes nos rodeaban en grandes bancos, alrededor de un fogón enorme. Contábamos
con sonido amplificado y hasta los malvaviscos de las películas. Como casi
siempre que nos lo proponemos las nubes nos cerraron el cielo. Pero con el
simulador la actividad salió bien. Fue el cierre de la temporada alta en la
Aldea, y la agencia de los guías (Ruta Huasteca Expedition) nos contrató para
una capacitación próxima.
Por
la movida “nos cobramos” la cena de la noche (buffet de comida tradicional
mexicana) y el desayuno al día siguiente. De todos modos nadie nos controlaba,
al contrario, los trabajadores nos invitaban y cuando aparecía Don Carlos (presencia
que por su estirpe de Señor norteño no pasaba desapercibida) nos ofrecía lo que
fuera, incuso que montemos con la Negrita su propio caballo, que llevaba con
orgullo los mismos aires de Señor norteño que Don Carlos.
(Va
esto, que es mejor que nada! Hace tiempo que no nos conectamos a Internet y
mañana salimos para una comunidad alejada, así que por un tiempo no nos vamos a
conectar. Falta la última parte de la Huasteca!).
Y
los fabulosos días en Octzen, la mejor experiencia comunitaria que nos tocó
vivir!
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