Había arbustos
espinosos, todo tipo de cactus y piedras. Había un silencio profundo y sordo.
El único sonido efímero llegó con una ráfaga de viento repentino y seco, y con
él se fue. A los trescientos sesenta grados aparentaba desierto el desierto; sólo
arbustos espinosos, todo tipo de cactus y piedras.
Había un gran
espiral de piedras y en el centro rastros de un fuego grande, rodeado de ofrendas
sencillas: velas, caracoles, botellas, gargantillas, tejidos y varios Ojos de Dios.
En el Cerro
Quemado nació Tatewari, el abuelo Sol.
Y allí vuelve a nacer cada mañana. Así dicen los wirráriras, conocidos como
huicholes. Pueblo que desde antes del Tiempo camina por el desierto para
encontrarse con sí mismo.
Para llegar allí
manejamos durante horas, la última de ellas sobre terracería bordeando el
precipicio. Después un túnel bajo nos obligó a seguir a dedo hasta el siguiente
poblado, que se perdía entre las nubes. Desde ahí cabalgamos un par de horas
por el altiplano pasando por las ruinas de varias minas del siglo XVIII. Los
caballos quedaron en la base del cerro y seguimos a pie hasta la cima.
Así llegamos al
lugar más alejado de casa, desde donde emprendemos el retorno.
Estábamos los
tres solos. Ni tan duro ni tan sagrado, también traíamos nuestro propio peregrinar.
Por eso queríamos agradecer, pero -ni muy judíos ni muy cristianos ni muy
huicholes- no sabíamos cómo.
Y entonces sólo
dijimos “gracias”.
Por lo compartido
hasta ahora.
Y pedimos buen
camino de regreso.
La peregrinación wirra
es durísima. Llevan poco abrigo y poco alimento, y mucho por dejar. Van tras
las estrellas, a las que nombran guardianes.
Canta Zitarrosa: “Cuanti más lejos te vayas más te tenés que
acordar”. Para él, como para todos los que venimos del sur, el Sol se aleja
hasta el Trópico de Cáncer, para retornar su camino de ritmo repetitivo. Hasta
hoy la ceremonia más popular del Perú es el Inty Raymi, cuando desde tiempos
ancestrales los pueblos andinos le piden al Sol que vuelva tras distanciarse
hasta el extremo norte. Antes de la espada y la cruz era tan importante la
celebración que marcaba el principio del año.
Quizás sea un
detalle azaroso, pero siempre imaginábamos el lugar desde donde voltearíamos
hacia sur.
Hijos también del
Sol, una peculiar paradoja astronómica hizo que el Cerro Quemado represente
nuestro punto más alejado y el de retorno, justo donde también lo hace nuestra
estrella cada mañana elevado por los cuernos del Venado Azul, como cuentan los wirras cuando velando el Fuego.
Un segundo guiño
celeste fue hacerlo justo cuando el Sol llegaba del hemisferio sur al norte,
como mandado de allá lejos a recordarnos el camino de regreso.
Causas y azares.
Excusas para sumergirnos en el universo apasionante de la cosmovisión wirra, y
en su lucha por defender la tierra sagrada de la minería, una postal repetida a
lo largo y ancho del continente.
Fue Castañeda el
primero en traernos acá. Después volví con mi hermano, con una curiosidad que nos
llevaba a donde quisiéramos viajando a dedo, cantando las mismas canciones y con
más mugre que equipaje.
Nos atraía por
sobre todo el místico hícuri, un
cactáceo que sólo crece en una región del desierto mexicano y que produce
efectos alucinógenos con el que los wirras
toman conciencia y se acercan a sus divinidades a través de ceremonias
introspectivas (intentemos evitar que la palabra “alucinógeno” reduzca el
peyote sagrado a la categoría de “droga”). En verdad el peyote los ayuda
sensibilizarse, a tomar conciencia, que es tomar el hícuri (la conciencia que
les dejó el Venado según el mito).
Eso fue hace más
de catorce años y desde entonces el mitológico desierto mexicano dejó de ser
sólo una región geográfica.
Esta vez, además,
veníamos escuchando de la trinchera que se abrió allí a partir de los intereses
de grandes mineras para explotar el oro a cielo abierto. Otra vez las mineras. Lo
que agregó un condimento especial al interés por llegar a la gran Wirikuta.
Algo que no
comprendemos bien hizo que declinemos de la idea de ir más al norte. Habíamos
planificado una gran vuelta bordeando la frontera con Estados Unidos y
regresando por el Pacífico, que incluía paisajes increíbles, movidas sociales
donde proyectamos los talleres, amigos esperándonos, posibilidades laborales y
hasta algunas invitaciones de hoteles.
Pero una guerra
con códigos incomprensibles nos persuadió de cambiar los planes, que siempre se
cambian, por cierto. Tuvimos la (mala) suerte de escuchar historias escalofriantes
y pudimos (pensé bastante el verbo) virar
el timón.
Así las cosas el
lugar más al norte donde iremos es la gran Wirikuta, corazón ceremonial de las largas
peregrinaciones wirráricas. Será sólo un detalle para algunos, pero nosotros
siempre imaginábamos el sitio desde donde apretaríamos el freno y voltearíamos,
para avanzar nuevamente con rumbo sur, con la proa del Aguará enfocada hacia
casa.
Real de 14 era
sólo una parada de curioso nombre en nuestro derrotero desértico. Viajamos
muchas horas, la última sobre un empedrado que aflojó cada tornillo de la casa
rodante. Así subimos hasta los dos mil setecientos metros. Ahí se nos presentó un
sugerente túnel, tan antiguo y oscuro como bajito. La noche nos llevaba puestos
y tuvimos que apurar algunas cosas en mochilas improvisadas. Hicimos dedo y
apareció una familia noctámbula para cruzarnos el túnel.
Pensábamos estar
sólo una noche en Real, pero resulta que un tal Felipe Frías -quien gustoso
trabaja de guía y de buen tipo-, nos hospedó en su hostal Estrella de la
Montaña como colaboración al Proyecto Miradas (va el chivo, pues).
Le propusimos
alguna actividad astronómica para que ofrezca a sus grupos de turistas, pero
prefirió que la hagamos en la escuela del pueblo. Uno de los alumnos fue Tzicuri,
wirra apasionado por la astronomía.
Tuvimos la suerte de que fuera él quien nos abriera la puerta al fantástico
mundo cultural de los llamados huicholes.
Los días
siguientes nos dedicamos a entrevistar a mucha gente, sobre todo inducidos por esta
cultura ancestral que peregrina nueve meses al año hasta esas tierras sagradas
de la mano del Venado Azul, el maíz y el peyote sagrado, su tríada mística.
También fuimos a
caballo al viejo pueblo fantasma, donde funcionaba la mina de 1700 que hizo de la
zona un gran cofre preciado por bandidos y anhelado por empresarios extranjeros.
Lo mejor fue cabalgar con la jinete rebelde Negra.
Pero lo que más
nos interesaba era subir al mítico Cerro Quemado, donde velan el Fuego los
wirras tras su gran peregrinación por la sagrada tierra de Wirikuta para que el
Sol vuelva a salir cada mañana. También cabalgamos durante casi dos horas y
después seguimos los tres solos a pie. La mística del lugar -producto de siglos
de ofrendas y ceremonias- se respira en el silencio abrumador de la panorámica.
Ahí nos quedamos
un buen rato. Nos acercamos sigilosos al centro del gran espiral hecho con
piedras, donde descansaban los restos de un gran fogón decorados con diferentes
muestras de fe. Dejamos un poco de yerba mate, nos dimos las manos y
agradecimos el camino recorrido y pedimos por el buen camino de regreso. Suena
raro contarlo, pero fue casi espontáneo.
Bajando del cerro
pensamos que estábamos dando nuestros primeros pasos a casa.
Este
agradecimiento, necesario, fue el propósito de la llegada a Real de 14, y
quizás del Gran Viaje. Además, en Real de 14 teníamos hospedaje con la familia
cálida de Felipe, que nos preparaba tamales y tortillas caseritos-, una
experiencia educativa memorable en la escuela, un acercamiento intensivo y
vivencial con la cultura wirra, entrevistas, y como si fuera poco dos hoteles de
categoría coordinaron una actividad nocturna con sus huéspedes a nuestro cargo.
Así que además pudimos juntar para el estómago siempre hambriento del Aguará.
Son las doce de una noche ya lejana a la de aquel
evento, aunque igual de nublada. Escribo acostado en la camita chica del
Aguará, a donde me mandaron a dormir hace unas noches las mujeres “para estar
más cómodas”. La pantalla de la notebook representa la única fuente de luz en
un radio grande. Por eso, además del canto desafinado de unos corridos, ahora
me acompañan tres bichitos que deambulan frenéticos por entre los caracteres logrando
dispersarme. Son la excusa para cortar acá. Con el desierto sagrado, el
peregrinar huichol, el cerro donde agradecimos, llegar hasta donde el Sol y
comenzar el regreso donde él, a los pagos desde donde justo llegó, la sesuda
lucha contra la minería a cielo abierto, el peyote sagrado, la calidez de los
paisanos, lo que fue y lo que pudo haber sido. Seguramente con estos elementos se
podría haber hecho algo mejor. Yo lo intenté, pero me venció el cansancio. Así
que procuro subir estas letras anacrónicas para no desactualizar tanto el
Cuaderno de Bitácoras.
Con la misma
necesidad de actualizar las crónicas, apunto que después de Real de 14 nos
adentramos más en el desierto, ahora sí en el corazón de Wirikuta. Nos fuimos a
la comunidad de Margaritas, de apenas cincuenta habitantes. En las
inmediaciones de Margaritas hay paradas sagradas en el peregrinar wirra. Por
eso es conocido el pueblo. Y por el peyote místico. Ahora, además, están
librando una lucha por erradicar a grandes mineras de todo el mundo que
explotan el oro a cielo abierto, contaminando la tierra, el agua (escasa por
cierto) y el aire, y cerrando enormes extensiones por las que siempre peregrinó
el pueblo wirra.
Entonces nuestra
estadía en Margaritas fue sumamente formativa. Si por un lado nos acercamos a
la impresionante cosmovisión huichol, también compartimos las formas de
resistencia que tiene la gente de a pie frente a los atropellos de trasnacionales
y gobiernos locales.
Un grupo de “mestizos”
que comprende eso de poner el pecho y el corazón donde hay que ponerlo, respira
polvo y sabiduría ancestral en la tierra del venado. Conocimos a los
referentes, que más allá del apoyo popular y genuino tienen que andar
cuidándose de matones a sueldo.
No prometemos
nada, pero vamos a intentar narrar un poco mejor la experiencia fuerte y seca,
como todo en el desierto. Sobre todo algo del maravilloso mundo wirra y de la
lucha contra la minería. Una constante preocupante a lo largo de este derrotero
latinoamericano.
Mientras tanto,
sugerimos:
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