viernes, 1 de marzo de 2013

Bitácora XXVI: "De regreso a la Gran Tenochtitlán"


Por vagos, y por tener la vista puesta en otros sitios, salteamos una crónica para –por primera vez- acercarnos a la actualidad. Este atajo temporal fue la única forma que encontramos para llegar al presente, donde por un rato más vamos a estar.

¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea de oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
(Nezahualcóyotl)


Salimos de Argentina prometiéndonos saldar algunas deudas de agradecimiento, de emociones fuertes, de momentos memorables. Una vez más engordaremos la interminable lista de acreedores de sentimientos.
No van a valer unas cuantas palabras flacas para saldarla. El tiempo nos pasó por encima en una estadía que pintaba interminable. Y quedaron pendientes muchas visitas, encuentros y risas.
Nos emocionamos mucho. Y, más allá de la mariconeada, nos alegra sabernos capaces de conmovernos cada vez.
Vimos a Newell’s. Fuimos a la cancha con la Negrita (no faltó la foto con la Chancha Cozzoni), visitamos Paranacito. Fuimos a Ludueña sur, donde la banda sigue igual de fiestera y arrabalera que como la dejamos. Nos actualizamos con la movida en la Casa de Pocho. Nos reencontramos con viejos amigos. Visitamos ahijados y amigos en el barrio toba, donde nos conocimos con la Sofi. Nos abrazamos con la Naty Moyano y Lali, remamos con Alvarito, comimos con el Manu y la Fer, mateamos con la Jose, nos reímos con la Lumi, porroneamos con Gustavito, festejamos con el Colo Gaby, Martín, Jere, Richi y los pibes de los viernes a la parrilla. Politizamos con la vieja guardia de El Eslabón, nos encontramos con Carlitos Del Frade, compartimos con la Vachu y su familia maravillosa, con la Flor Coll, la Vani, Laura Andrés, la Juli. Lo vimos a Hernán Martínez y su familia. Hablamos de los que nos extrañamos con Anita y la Euge, y de alguna manera también con la futura Abril. Fuimos al campo con las amigas de Fisherton. Nos llenamos de Flopy, Panza, Luca y Lola. Estuvimos con las chicas de hockey del CANOB. Fuimos a la pileta. Al río. De Córdoba vino Lali, de Pergamino el Lío y la Petisa, de Misiones Julián y la Cris, de Totoras el Choco y su familia. Hicimos una gran feria de productos latinoamericanos a donde se llegó una banda de banda. Salimos en algunos medios periodísticos. Organizamos un balance y proyección del documental en el Planetario. Me recibí (gracias a la Vachu y a José Dalonso). Nos fuimos al sur a ver familia y buenos amigos del tiempo que no pasa.
Asados. Mates. Caminatas. Asados. Mates. Caminatas. Asados. Mates. Caminatas. Asados. Mates. Caminatas. Asados. Mates. Caminatas. Mucha familia de los dos bandos. Muchos lindos momentos. Nos fuimos a los carnavales de Montevideo, donde nos acordamos mucho de Doña Negra con el gordo Adán, la Pocha y Zoe. Y como frutilla del postre los últimos días nos cansamos de alzar a las sobrinas suizo-cordobesas de la Sofi. 

La visita a Argentina vino bien para socializar a la Negra. Y de paso cañazo nos dio una buena cuota de renovado espíritu por viajar.
Volver a México después de tres meses significó redoblar la apuesta, resignificarla, dinamizarla. Y en honor a la verdad, este país nos tiene cautivados.
Llegamos a la casa de Samuel y la Mariela, viajeros marplatenses a bordo de un Falcón del. Desensillaron acá para juntar la plata que los lleve de vuelta a Argentina. Mientras tanto, se indigestan con panzadas de argentinidades en forma de acordes ricoteros, recitados de Larralde, matecitos y Fernet. Cuentan los exagerados de siempre que el Samu incluso ganó  un premio internacional por un trago de su autoría a base de Fernet.
En su departamento, en donde no cabe ni el chapulín colorado después de tomarse una pastilla de chiquitolina, también está el Fer, misionero de 22 años, compañero de trabajo del Samu. Lo decimos porque todavía estamos con ellos: en su piso diminuto encontramos un hogar, donde el cariño es inversamente proporcional al espacio. 

Algún día haremos un libro sobre ellos, dueños de un amor inadjetivable, que es lo que amerita el compañerismo que irradian y el “paro” que nos hacen. Son tan buenos que parecen amigos de Lali, una cordobesa delirante que piensa que viajar pasa menos por cambiar de lugares que de ideas.
Nos fuimos al Castillo de los bosques Chapultepec. La obra y su interior son un símbolo elocuente del espejo europeísta con el que la burguesía mexicana de miraba con fingido orgullo. 
 Baño de mármol
Puerta de malaquita, de Mozambique (África)
La opulencia y la ostentación en medio de aquel México de pies descalzos sintetizan la asimetría absoluta y el contraste social, todavía vigente. En 1803 Alexander Von Humboldt concluyó: México tenía pobreza pero no era un país pobre. Era algo peor: era un país desigual.
También nos formamos un poco más en la riquísima historia de esta tierra, tan rica pese a los saqueos. Tan sabia pese al embrutecimiento. Tan colorido pese a los intentos por desteñirlo.
Esa tarde nos encontramos primero con la infaltable Lali y después con Nacho Ordoñez y María Fleming. Entre todos mateamos rodeados de  ardillas humanizadas que se reproducen de a docenas invadiendo el pulmón de la ciudad.
Otro día fuimos a la mítica Teotihuacán, el sitio sagrado en el valle de México donde los hombres de hacen dioses. La magnificencia de las pirámides de Quetzalcóatl, de la Luna y del Sol (así llamadas más tarde por los mexicas) habla por sí misma de la importancia simbólica que tuvieron. Esa fue la ciudad más importante de la época pre-clásica, cuna del mito de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada que volvió del inframundo. Siglos después los mexicas la visitaban desde el lago Texcoco para fortalecer el origen místico de su identidad. La gran Teotihuacán fue tan opulenta que incluso influyó en las grandes ciudades mayas de la península de Yucatán.
Como todas las ciudades precoloniales, esta está orientada según los astros, que a su vez marcaron el ritmo de las siembras y las ceremonias, entre otras cosas.


Solamente el Sol, el implacable Sol que funde las piedras volcánicas y marchita las obsidianas autóctonas, nos invitaba a apurar el paso. La Negra se derretía y el calor comenzaba a influir en nuestros estados de ánimo.
Mientras caminábamos mucho, nos perdíamos en los Bosques de Chapultepec (donde el pueblo mexica en su peregrinar ancestral encontró el águila mordiendo a la serpiente sobre el nopal), hacíamos ejercicios, preparábamos el Aguará (al que buscamos ni bien llegamos), comíamos maravillas saludables de la mano de la Sofi, jugábamos con la Negra que no deja de sorprendernos cada día con alguna morisqueta nueva, probábamos los manjares de la cocina local y hablábamos con amigos de acá y de allá. y un día por fin encaramos para el Museo de Antropología.
El lugar estaba cargado de un peso específico contundente, por lo que en otras ocasiones preferimos dejarlo para cuando estemos más tranquilos. No sé si éste era uno de esos momentos, pero por fin fuimos a uno de los museos antropológicos más importantes del planeta.
Ahí nos devoramos cuanta información pudimos en seis horas de recorrido, interrumpido sólo por algunos recreos en los que la Negra deleitaba a los visitantes con marionetas torpes. Todavía no sabe que tiene menos figura que un adoquín, y que a lo sumo puede aspirar a ser Reina del Surubí algún año en Villa Paranacito.
El Museo sirvió para reafirmar “científicamente” la magnitud de las civilizaciones que poblaron estas tierras antes que llegaran la espada y la cruz. Personalmente es la tercera vez que voy al museo, y todavía no lo termino, lo que por suerte augura futuras visitas.






En estos días disfrutamos la Gran Tenochtitlán. Donde su líder espiritual Tenoch señaló para que se apostaran para siempre. Donde fundaron el corazón del tlatocayotl (señorío, deformado luego a imperio). Donde erigieron una ciudad colosal sobre islas artificiales en el lago Texcoco, en la que materializaron saberes increíbles, muchos basados en su minucioso conocimiento del cielo, y cuya descripción ameritarían varios libros. En 1325 se fundaron como dos ciudades hermanas (México-Tenochtitlán y México-Tlatelolco) y en 1521 el tlatoani (líder, del verbo tlatoa, el que habla) Moctezuma Xocoyotzin vio llegar a los hombres barbados de metal y los pensó Quetzalcóatl, que para ese año profesaba su regreso. Tras la muerte de éste, los mexicas erigen a Cuauthémoc como nuevo tlatoani.
No dejamos de conmovernos con la historia viva que se siente en cada esquina. Nos estamos llenando de ella al respirar este aire cargado de polución y cultura urbana. Aires también ancestrales que todavía soplan provocando tormentas.
Mientras tanto preparamos un viaje que promete. Nos vamos para el norte del país, seguramente el punto más boreal que tocaremos, por lo menos en esta vuelta. Incierto y temido, distante y exótico, el norte nos llama a un viaje que, a diferencia de otros, no es “de paso” hacia ningún sitio, sino que nos mueve la idea de recorrer y empaparnos de culturas y paisajes.
En el medio está la historia en la requete mística Wirikuta, el corazón de México. La tierra del venado y el peyote sagrado, en pie de guerra contra la fiebre extractivista, una constante a lo largo y ancho de Latinoamérica. 



Como dice un viejo dicho cañari: "Tupana kushun” (hasta que nuestros pasos vuelvan a juntarse).

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